Leopoldo María Panero y

las palomas de la identidad

 

Aitor Francos. Mir Psiquiatría

Hospital Universitario de Álava

Correspondencia: aitorfrancos@hotmail.com

 

I

 

¿Es en Leopoldo María Panero la locura un síntoma de la pulsión de escribir? ¿Es en él la desestructuración del lenguaje asociativo una manifestación esquizofrénica, o es, más razonablemente, una forma de asumir nuevos significados y asignaciones poéticas? Toda la literatura no es sino una inmensa prueba de imprenta y nosotros, los escritores últimos o póstumos, somos tan sólo correctores de pruebas, afirmaba. LMP deshace las palabras y la relación con su concepto, desorganiza voluntariamente el pensamiento poético, lo traduce y lo pervierte; éste es su recurso para consumar las infinitas posibilidades del lenguaje. Su obra impone una conciencia plena de lo ya dicho, pero de lo que es todavía incógnita y espera ser revelado; en última instancia entiende que el escritor trabaja para contribuir a la infinita elaboración de esa suerte de palimpsesto final que es la literatura; en su caso, desde temáticas repetitivas y obsesiones edípicas. El carácter polifónico y pessoano de los poemas contribuye a su propia confusión identitataria, ya que su identidad se construye, en gran medida, como ejercicio metapoético y se alimenta fundamentalmente de la intertextualidad. Parece constatar que, para desarrollar su discurso poético las palabras que encuentra están ya ocupadas, es decir, son de alguna manera impersonales y ajenas; a ello se debe que sólo puede llegar a su apropiación desde la paráfrasis de escritores a los que admira y que le precedieron en el tiempo. La palabra poética de LMP, aparece dividida en sí misma y de sí misma; las otras voces matan su voz. Todo lenguaje es, al final, un sistema de citas y, todo arte, imitación y variación, y de alguna manera,  en LPM, poesía y literatura autorreferencial. Él mismo se autocita en muchos textos, en algo así como una suerte de polifonía monodiscursiva, llevando al extremo ese juego de máscaras identitarias.


Una vez Platón le recriminó despectivamente a un poeta: Yo pinto la realidad en las paredes. Tú dedícate a hacer fuego. Los poetas, bien lo sabía Rimbaud, son ladrones de fuego; al menos los que con más acierto se dedican a robarlo de las cavernas de Platón para extender sombras de duda sobre la realidad. Si el fantasma de la locura hizo de LMP un alquimista, ¿ve acaso su realidad tal y como es? Para LMP, poetizar y estigmatizar el cuerpo de las palabras son dos modos de destruir lo real. La forma imposible y el testigo de la mirada. Lo invisible, en la poesía y en la locura, es sólo lo desconocido.

 

II

 

Wittgenstein remarcaba en uno de sus diarios que se vive eternamente si se vive en el presente. LMP, envuelto en la soledad de su mundo impenetrable, es un insecto prendido con alfileres, tan inquieto y desconcertante, que si lo retratamos lo encontramos una y otra vez desenfocado. ¿Pero está realmente muerto Leopoldo María Panero como para tener tiempo más allá del instante? Vivo: es decir, me diferencio de todos los demás, escribió Friedrich Hebbel. Si se lo preguntásemos a él, a LMP, nos citaría a Eliot: cada poema debería ser un epitafio, o una estatua enterrada que haga de puente entre lo que está vivo y lo que está muerto. La escritura vista dentro de una paralización del tiempo, es un lenguaje visceral, agramatical, casi un grito de las entrañas. El instante del psicótico se eterniza porque no deja de acontecer una y otra vez. Y la expectativa de un nuevo instante luminoso y redentor, genera un estado de permanente ansiedad, la sensación de no alcanzarse a sí mismo, de necesitar continuar con la escritura. La palabra, consciente de sus limitaciones semánticas, es puesta sobre el papel, si no entera, de forma incompleta y aproximativa. Y la 

catarsis de la escritura la recompone y culmina, hacia un desorden natural interno, que traduce y simboliza todas las sensaciones del psicótico, conjunta y caóticamente.


III

 

En la antigua Roma existían unos lugares para el exceso, los Vomitorium. En ellos la ingesta compulsiva de comida se mezclaba con orgías sexuales y todo tipo de desenfreno. En el recinto central había una piscina enorme para que los comensales pudiesen purgar lo que hubiesen ingerido, vomitándolo. La identidad del psicótico funciona de un modo semejante. Traga para escribir desde el caos y desorganizar la realidad poéticamente. Todo se concibe desde el borde final de un lenguaje: el de la desintegración. El lenguaje de la locura es desde ese concepto una especie de fusión orgiástica. Lo que se ingiere penetra al interior y se fusiona con el self para integrarse a la identidad; pero al mismo tiempo, la descompone y desubica. Para digerir antes se debe trocear y fragmentar el texto, hacer que funcione el estómago de la literatura. Novalis sugería en su teoría del arte un ideal romántico Que hubiera narraciones sin conexión alguna con las asociaciones, como los sueños; poemas simplemente melodiosos, llenos de palabras que suenen bellamente, pero sin significado ni conexión: sólo unos cuantos versos comprensibles como máximo; todo deben ser fragmentos de cosas absolutamente diferentes. El psicótico que hay detrás de LMP carece de identidad y la busca en la unión de lecturas y citas. Ninguna referencia verdadera, salvo el cuerpo y pensamiento de los otros. El conocimiento desde de la escritura, es, sin embargo, de relación, con uno mismo. Un lugar para la identidad fragmentada, para que el poeta hable desde el yo.


IV

 

Pero, ¿qué es un poeta? ¿Qué lo diferencia de un loco? La mejor definición que conozco para aunar a ambos me la dio el  galerista y escritor José Luis Merino: Los poetas son esos seres que oyen al pasar lo que las estatuas dicen. Y a las estatuas, de alguna manera, se aproximan casi seducidas por el estatismo de ese gigante títere antropomórfico, las palomas. Un loco bien podría dejarse acompañar por las palomas y retenerlas para confesarse entre soliloquios. Me las imagino posándose sobre un individuo estático, paralizado por la destrucción de su realidad. Esto me trae a la memoria la novela de Javier Tomeo, La ciudad de las palomas. El personaje (creo que no se advierte si es un hombre que delira) transita por una ciudad deshabitada y todo lo que encuentra a su paso son palomas, que le observan y vigilan, en un franco paralelismo con Los pájaros de Hitchcock. ¿Puede haber una persecución mayor que esos miles de ojos insistentemente fijados en un único hombre? ¿Son las palomas el espejo de su realidad o el de la locura de ese hombre, que distorsiona todo a su alrededor? ¿Le persiguen realmente? Puede ser, entra dentro de lo posible, como casi todo en la locura. Las palomas, a su vez, podríamos entreverlas como un ente único pero fragmentado y disperso en su unidad. Casi como una sola cosa que funciona con una única conciencia. El pensamiento poético de LMP es eso mismo, habla mediante citas, frecuenta las plazas vacías y cerca las estatuas olvidadas de poetas muertos. Sus poemas son esas palomas, a las que sentimos tragándoselo todo e integrando en su ser toda la zafiedad, miseria y suciedad del mundo, para reproducirse y unificarse, gestálticamente. Las palomas comiéndose a sus antepasados poéticos, facilitando la imitación y la alteridad. La poesía viene cuando más les suenan las tripas a las palomas que babean persiguiéndole. Los estómagos de la poesía funcionando a pleno rendimiento.


V

  

Cuando escribo sobre LMP acude a mí una extrañísima escena de la película Spider de David Cronenberg. Un hombre con ese apodo, Araña, de mente inestable, interpretado por Ralph Fiennes, después de un largo periplo por múltiples instituciones psiquiátricas, ingresa en un asilo del East End londinense. Tengo grabado uno de los fotogramas: la cámara distancia, y el personaje con gabardina en el centro de la imagen. Tras él un edificio en ruinas del que se ve la fachada, unitaria, monótona, cuadrada; llena de ventanas enladrilladas y cerradas. ¿Es eso la locura? ¿Un lugar de encierro permanente, sin escapatoria para los que están dentro, y, por el contrario, absolutamente inaccesible para los que lo ven desde fuera? LMP es un loco que no puede dejar de ser loco. Y es un escritor (o tal vez escribiente al dictado de un ser superior) que no puede dejar de escribir. Escribir es para mí lo más importante sobre la tierra…tan importante como, digamos, para un loco su locura…confesaba Kafka. Pessoa pensaba, y con razón, que ser inteligible era, en cierta manera, prostituirse. ¿Para qué hacerse comprender y para qué escribir poesía? ¿Sabemos lo que hacemos y lo que queremos decir cuando escribimos? Picasso le atribuía el mérito a su mano; ella era la que sabía. Y él se preparaba, a cada nuevo trazo, para el desconocimiento. Ese desconocimiento, en LMP es imitación, alteridad y sustitución. En su relato Tres historias de la vida real ya temía que los apócrifos terminaran sustituyéndolo. LMP es plenamente consciente de que la vida es una lengua extraña, para sí mismo hermética y oscura, y la labor del poeta, igual que la del loco, es, antes que nada, la de traducir. El psicótico acepta la condena de las limitaciones del lenguaje, y entiende que huir de la prisión del lenguaje es imposible; por eso inventa un idioma propio. Al traducirse a sí mismo, se desvelan los intrincados recovecos del propio pensamiento del lenguaje, que en el caso del psicótico puede ser autoritario e imperativo, cuando no impuesto, y sentido como ajeno. La compulsión de la escritura en LMP es fruto del pensamiento automático y de la función de palimpsesto de la memoria. Uno de los grandes filósofos del lenguaje, Humbdolt, apostillaba que el hombre se rodea de un mundo de sonido para asumir en sí el mundo de los objetos, y manejarlo. El hombre vive con los objetos tal como el lenguaje se los trae. ¿Es entonces una imposición o es una revelación? Porque el lenguaje del loco, muchas veces, piensa, y piensa por 

sí mismo, de forma autoconsciente y con vida independiente. ¿De verdad busca el poeta transmitir un mensaje? ¿O es él mismo y para sí el mensaje, en un circuito interno, quedando sobre el papel los sucedáneos, los restos de una claridad ininteligible, de una lucidez fragmentaria? Ser comprendido es hacerse el muerto frente al papel. El loco no necesita ser comprendido. Su lenguaje es exclusivo para él; el lenguaje de la locura se diferencia del habitual en que no es necesariamente comunicativo.

 

La realidad, en sí, no es otra cosa que un lenguaje por corregir. Cuando la imaginación desconfía de lo real la literatura puede ser una forma de protestar contra la metáfora del mundo: una luz tan oscura que no nos permite ver por dentro al hombre que se sienta frente a un papel vaciándose. ¿Qué importa que sea un poeta o que sea un loco? El psicótico escribe para intentar que el texto se devore a sí mismo, en un movimiento de sorpresa y retroceso. Escribe compulsivamente como preparación para el fin, la destrucción y el silencio.