I XORNADA AGSM-AEN

“DO QUE ESTÁ EN CRISE”

Facultade de Medicina da USC

Santiago de Compostela, 23 de outubro de 2015




Crisis del acto, clínica de la actividad



Manuel Fernández Blanco. Psicólogo clínico

C.H.U. A Coruña

Psicoanalista ELP-AMP. A Coruña

Correspondencia: mafeba@arrakis.es


Agradezco la invitación del comité científico y organizador a realizar mi aportación en esta I Jornada de la AGSM-AEN. Se me invitó, en concreto, a abordar el tema de la clínica de la actividad que estamos observando en la época actual. Por eso, me he permitido modificar, en realidad ampliar, el escueto título de mi ponencia tal como aparece en el programa: “Del acto”, por el de “Crisis del acto, clínica de la actividad”. Esto me permitirá también una reflexión sobre el tema general de la Jornada.

 

¿QUÉ ES UN ACTO?


Me gusta siempre comenzar por los fundamentos. Si hablo de crisis del acto, se impone la pregunta ¿Qué es un acto? Un acto no es cualquier conducta, no es una actuación. No es tampoco, por supuesto, un acting out, ni un pasaje al acto. Jacques Lacan hizo aportaciones fundamentales para elucidar estos conceptos. El pasaje al acto es un radical intento de separarse del Otro. El sujeto actúa la separación operando con su propia pérdida. Si la angustia divide al sujeto, el pasaje al acto supone  que esa división no se soporta más, y la salida de la escena es la única medida que el sujeto encuentra para terminar con la situación. Por eso el paradigma del pasaje al acto es el acto suicida. Es el acto que excluye al Otro de la demanda y del deseo. El único acto, por desgracia, totalmente logrado, ya que todos los otros actos tienen siempre algo de actos fallidos.


El acting out, por el contrario, concierne al deseo y a su causa. En contra del pasaje al acto, es una llamada al sentido: el Otro es mantenido en su lugar. El acting llama al Otro, y el sujeto actúa, muestra, pero sin comprender lo que hace.


Entonces, ¿Qué es un acto? Para Lacan, “[…] el acto (a secas) ha lugar a un decir, cuyo sujeto cambia1”. Entonces el acto incluye el decir, no es sin el Otro del lenguaje, pero supone una transformación del sujeto. El sujeto no es el mismo antes y después del acto. El acto no se inscribe en la lógica de la repetición. El acto es del orden del acontecimiento imprevisible, por eso agujerea la red de semblantes y de ficciones en las que se sostenía previamente el mundo simbólico de un sujeto o de una comunidad. Es por esto que tiene sentido presentar articulados el acto político y el acto clínico. Sabemos, por nuestra experiencia, que en el síntoma el sujeto siempre es políticamente incorrecto. Es políticamente incorrecto porque el síntoma no admite componendas con el Otro y enemista al sujeto con su yo. Por eso decimos que el síntoma es egodistónico.

 

EL ACTO EL SUJETO Y EL OTRO


El acto separa del Otro y supone una trasformación del sujeto. 



1 LACAN, Jacques: “El acto psicoanalítico 1967-1968”, en Reseñas de enseñanza. Buenos Aires, Editorial Hacia el Tercer Encuentro del Campo Freudiano, 1984, p. 47.





Marca un antes y un después, crea una realidad nueva. Julio César, al atravesar el Rubicón al mando de sus legiones, ya solo podía morir o ser Emperador. Jacques-Alain Miller aclara que en el corazón de cualquier acto hay un no proferido al Otro y que no hay un acto verdadero que no suponga el atravesamiento de un código, de una ley. Por eso el sujeto del acto es siempre un infractor2. El acto es único. No se repite un acto, aunque la repetición intenta dominarlo capturándolo en la rutina, en las redes del significante, para olvidarlo. Si bien todo acto implica la separación del Otro, la soledad y la ausencia de garantías, la dependencia del acto de sus consecuencias, reintroduce al Otro (lo que lo distingue del pasaje al acto).


El sujeto del acto es el que asume las consecuencias, cosa cada vez menos frecuente. El auténtico acto está abierto a la decisión contingente e implica a un sujeto que pone en juego su deseo. ¿Qué garantiza el acto? Nada. El acto no es del orden de la garantía, sino del orden del riesgo, pero es un riesgo diferente al que está presente en la actuación descontrolada o impulsiva. O sea que cuando el acto no es agitación, descarga motriz, movimiento, el acto es transgresión. Si se quiere, el acto es delincuente. Es lo que se observa en la historia: que todo acto es franqueamiento... de un código, de una ley, respecto a lo cual es una infracción. Y es esa infracción lo que permite al acto reformar la codificación. El acto pasa por un cierto "no pienso". Por eso el acto es tan difícil para el obsesivo, que duda para demorarlo o hacerlo imposible, aunque lo desee y sueñe con realizarlo. Si la esencia del pensamiento es la duda, la del acto es la certeza. El acto, por otra parte, tiene lugar por un decir. O sea, que no basta un hacer, es necesario un decir que enmarque y fije el acto. Para que haya acto es necesario que el sujeto mismo sea cambiado por él. El acto comporta la 



2 MILLER, Jacques-Alain: “Jacques Lacan, observaciones sobre su concepto de pasaje al acto”, en Infortunios del acto analítico. Buenos Aires, Atuel, 1993.



resolución de la indeterminación.


LA ÉTICA DEL ACTO


Un acto, para Lacan, “[…] es lo que depende de sus consecuencias, desde las primeras en producirse3”. Un acto siempre tiene una vertiente de soledad, al contrario que las actuaciones que pueden ser influenciadas por otros. Pero, si bien el acto implica la soledad, no es solitario, no es sin el Otro. Por eso todo auténtico acto se hace ante testigos. Casarse es un acto, encamarse con alguien no tiene porqué serlo. Cuando alguien se casa, no es el mismo antes y después de la boda. Como ha desarrollado Jacques-Alain Miller, en una intervención publicada con el título de “El acto entre intención y consecuencia4”, si un acto depende de sus consecuencias es que está abierto al futuro. Primera consecuencia: el presentismo, tan característico de nuestra época, se opone al acto. Los gestos, siempre más vinculados al narcisismo, no son actos.


Miller opone la ética de las intenciones a la ética de las consecuencias. El principio de la buena intención, de la intención recta, lo tenemos en Kant. Frente a este principio de la buena voluntad encontramos a Hegel, que despreciaba la ética de las buenas intenciones. Fue él el que popularizó el término “alma bella”, tomado de Schiller, y que tuvo su prolongación en la clínica de la histeria.


Ningún psicoanalista puede ser kantiano, desde el momento en que postulamos una intencionalidad inconsciente. Pero la 



3 LACAN, Jacques: “Discurso en la Escuela Freudiana de París”, en: Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 279.

4 MILLER, Jacques-Alain: “El acto entre intención y consecuencia. Seminario de política lacaniana Nº 6”, en: Política lacaniana, Buenos Aires, Colección Diva, 1999, pp. 89-105.





responsabilidad sobre el acto llega también ahí. Somos responsables de nuestro inconsciente. La fórmula sería la siguiente: “Lo hizo sin querer, entonces más culpable”.


Desde una ética consecuencialista, no de las intenciones, debemos calcular la reacción del Otro. El acto calcula al Otro, el pasaje al acto lo anula. Lacan decía: “De nuestra posición de sujeto somos siempre responsables. Llamen a eso terrorismo donde quieran […], el error de buena fe es entre todos el más imperdonable. La posición del psicoanalista no deja escapatoria, puesto que excluye la ternura del alma bella5”. Miller aclara que el error de buena fe es el más imperdonable “[…] Porque es el error de quien toma sus deseos por realidades6”. El malicioso, por el contrario, no es el sujeto inocente, en todos los sentidos de la palabra. Persigue un interés, lo que no significa que no deba responder por ello.


La ética de las intenciones es narcisista porque excluye al Otro. Actualmente vivimos el florecimiento de las patologías narcisistas, más vinculadas a las dependencias. Las patologías de los síntomas mudos que no llaman al Otro, que no hacen demanda. Patologías narcisistas a las que, con frecuencia, se responde con terapias narcisistas basadas en la autoestima y la asertividad.

 

LAS PATOLOGÍAS DE LA ACTUACIÓN CONTINUA


Trabajo con niños y adolescentes desde el año 1981. Primero, lo hice en un centro de educación especial; después en un servicio psicopedagógico municipal; a continuación en un centro para niños psicóticos y autistas; y, desde hace casi 30 años, lo hago 



5 LANCAN, Jacques: “La ciencia y la verdad”, en: Escritos 2, México, Siglo XXI editores, décima edición, 1984, p. 837.

6 MILLER, Jacques-Alain: “El acto entre intención y consecuencia. Seminario de política lacaniana Nº 6”, p. 96.

 

 



en la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil del Servicio de Psiquiatría del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña. La experiencia acumulada, propia y ajena, me permite constatar que la clínica en Salud Mental Infanto-Juvenil se ha transformado de modo radical en las últimas décadas. Hace algún tiempo, se me ocurrió hacer un pequeño ejercicio de comprobación, por supuesto sin ninguna pretensión de rigor metodológico, simplemente por curiosidad. Pedí las historias de los pacientes que había visto, en consultas externas del Hospital, una mañana del año 1986 y recogí los diagnósticos que resultaron ser los siguientes: 2 casos de neurosis fóbica, 2 casos de neurosis obsesiva, 1 caso de conversión histérica, 1 de enuresis y un caso de psicosis infantil. Exceptuando el caso de psicosis, todos los pacientes hacían síntoma de lo que les ocurría. Los síntomas aparecían en su carácter egodistónico. Realice la misma operación, de revisión de las historias, con la serie de casos vista en un día de consulta de hace pocos años. La primera diferencia notable, respecto a los casos del año 1986, es que el denominador común a todos los pacientes era el de que no hacían síntoma de aquello que, desde fuera, juzgamos como su trastorno. Es decir, no se presentaban con un síntoma en el sentido clásico, por lo tanto egodistónico. Podían hacer síntoma para el Otro, pero no vivían el síntoma como conflicto. Se comprueba, cada vez más, que las patologías del pensamiento, antes prevalentes, han cedido su protagonismo a las patologías del acto y de la conducta. Todos los clínicos comprobamos que los cambios sociales modifican la clínica, actualmente caracterizada por las patologías del acto, no del pensamiento.


El goce de los adolescentes (casi todos los somos, ya casi no hay personas mayores) se plantea como un derecho, es un goce liberado de la culpa, por eso no hace síntoma. Al ser el goce un derecho, la transgresión no es necesaria y, lo que viene a ese lugar, es la búsqueda del límite. El límite, con frecuencia, lo pone el cuerpo.


La época victoriana, la de Freud, era la época de la represión. La represión daba lugar a los síntomas clásicos. ¿Qué es un síntoma clásico? Un síntoma clásico es aquel que se desencadena como resultado del conflicto entre los ideales del sujeto y los goces imposibles de asumir y de admitir. La clínica clásica tiene su fundamento en la represión. Es una clínica que aún está vigente para algunos. Todavía hay gente que vive en función de los ideales y de la tradición. Pero la sociedad actual es una sociedad caracterizada por el declive de la función de los ideales que han perdido su capacidad coercitiva. Esto da lugar a una nueva clínica y a que las expresiones psicopatológicas varíen. Ya no hay grandes relatos y los ideales dejan su lugar al goce sin represión.


Por eso, con el final del siglo XX, la problemática de la represión deja de ser central y las patologías que dominan la escena no son ya las patologías neuróticas producidas por la represión de la libido, son patologías de la impulsividad. Esta lógica hace variar la relación del sujeto con el objeto. El sujeto queda subordinado al objeto, seducido por el objeto de satisfacción siempre posible.


Si el superyó freudiano exigía la renuncia y la contención, el superyó actual sitúa el impulso a gozar como un imperativo social. La satisfacción ha pasado a ser un deber. Por eso las formas sintomáticas del malestar en la cultura hoy tienen que ver con las prácticas de goce: perversiones, violencia, toxicomanías, bulimias, obesidad, alcoholismo o bien patologías ligadas al narcisismo. No son patologías del menos de goce que introducía la represión, son patologías del Just do it, del “Simplemente hazlo”, como nos recomienda Nike, o Imposible is nothing (“Nada es imposible”), como afirma Adidas. Es el triunfo del pasaje al acto, del tonto y loco acto, que sólo encuentra el límite en lo real. Esto introduce un estilo maníaco en la civilización. A mayor logorrea, menos peso de la palabra y del discurso. En lugares del mundo donde la caída, o el declive, de los sistemas del pasado y tradicionales ha dado lugar a la  entrada en el universo global, se producen fenómenos curiosos. Por ejemplo, en los programas de radio y televisión de la antigua Unión Soviética la emisión (medida en sílabas por segundo) casi se ha doblado desde la caída del comunismo (pasando de 3 a 6 sílabas por segundo). A mayor logorrea, menos peso de la palabra y del discurso. Se trata de un decir vacío. Ese lugar vacío es colonizado por los objetos de consumo. Por eso nuestra sociedad es, cada vez más, la sociedad de la adicción generalizada.


Si hace unos años, las patologías del pensamiento (a las que llamábamos neuróticas) eran prevalentes (al inicio de mi práctica veía muchos niños obsesivos, por ejemplo). Ahora son prevalentes las patologías del acto, tanto en niños como en adultos. Así las patologías derivadas del conflicto entre los ideales y las tendencias, las patologías neuróticas, han dejado su lugar a las patologías del acto y a las relacionadas con las dependencias. Por eso vemos como a las adiciones clásicas se han sumado las adiciones tecnológicas y a todo tipo de consumos. Se trata de una clínica relacionada fundamentalmente con la impulsividad. Son las patologías del “no pienso”.


Esto explicaría, desde una perspectiva psicológica, el aumento exponencial de muchos casos de niños con síntomas de hiperactividad y desatención. Estos niños presentan una dificultad en el orden del pensamiento que favorece la descarga motriz. Es lógico que la dificultad con el pensamiento, con el lenguaje, con la palabra, favorezca que la motricidad sea desbordante porque no está sujeta por el lenguaje. El déficit de la palabra condena a muchos niños al desorden conductual, a la hiperactividad.


Los nuevos síntomas no son síntomas de compromiso, no son síntomas que implican la relación problemática al Otro, son síntomas de ruptura, por eso son síntomas segregativos. Se sitúan del lado de la separación, pero de la separación que no  paga el precio de la alienación, es una separación sin alienación, es una separación mediante el pasaje al acto, en cortocircuito.


La época clásica daba lugar a los síntomas derivados de la represión y el retorno de lo reprimido. Eso era correlativo de la fortaleza del ideal. Pero el ideal actual se identifica con el modo de goce, se adapta al modo de goce. Esto va acompañado del empuje al pasaje al acto. Es la constatación de que es el ideal mismo el que se acomoda al goce particular. El ideal pasa a estar al servicio del goce particular del sujeto: a cada goce su ideal.


Por lo tanto, las patologías predominantes no derivan ya de la represión y su retorno, no estamos en ese registro del malestar en la cultura, sino de la necesidad del dar a ver, de que todo ha de mostrarse, y de la actuación continua, de la descarga sin represión, que nos permite entender las psicopatologías emergentes en niños y adultos.

 

MENOS CULPA, MÁS ANGUSTIA


Tenemos la evidencia de que la sociedad actual está dominada por la revolución tecnológica que se hace equivalente al progreso, por eso, en el discurso actual, el presente y el futuro cuentan más que la memoria. Los sujetos actuales son ahistóricos, son sujetos más desconectados del inconsciente, entendiendo el inconsciente como la historia particular e ignorada de cada uno. Reducen su historia al delgado presente, por eso, lo que les falta de culpa –culpa que se liga siempre al pasado, a la deuda simbólica-, les sobra de angustia. Ésta es una de las razones, el corte con la historia, de la emergencia mayor de la angustia en la actualidad porque la deuda queda abolida y el menos de culpa se transforma en más de angustia.


Las formas actuales de la angustia aparecen sobre todo bajo la forma del pasaje al acto para huir de la angustia. Lacan, cuando habla de los tiempos lógicos de la subjetividad humana, distingue tres tiempos: el instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir. ¿Qué ocurre en la actualidad? Ocurre que el tiempo de comprender se achica, es decir, que una de las consecuencias del declive de lo simbólico es que el tiempo de comprender se reduce o se elimina, y entonces el sujeto sale del instante de ver, y de la posible angustia que eso genera, cortocircuitando el tiempo de comprender, y pasando al acto, para liberarse de la angustia. Por eso las patologías del acto son cada vez más frecuentes en la clínica, en detrimento de las patologías neuróticas, porque es por el pasaje al acto que el sujeto intenta liberarse de la angustia.


Esto no quiere decir que aparezca una nueva clínica en el sentido de que se trate de nuevos síntomas. La clínica de la impulsividad, de los pasajes al acto, de las adicciones, etc., existió siempre, lo que ocurre es que se generaliza, es decir, no son nuevos síntomas, es la generalización de ese tipo de clínica en detrimento de la clínica neurótica, porque la angustia ya no es tratada vía represión. De algún modo asistimos al declive de la represión, entonces si la angustia no es tratada vía represión se desvía a través del acto. A veces es toda la vida un pasaje al acto. Por ejemplo, tenemos la clínica del exceso de actividad casi adictiva, del tipo que sea. El exceso de actividad es una adicción de nuestro tiempo, es el actuar continuamente como modo de evitar la angustia, de no pararse a pensar.


La civilización parece regirse por la lógica de: “O todos deprimidos, o todos adictos”. Una clínica a la altura de la época pasaría por el intento de restituir algo del sentido subjetivo de los síntomas, como el mejor modo de evitar el paso al acto ininterrumpido. Para ello, es necesario preservar, resguardar, el vacío. Un lugar para el dolor de existir frente al mercado que no acepta la discontinuidad en el goce.


NTOMAS DE RUPTURA


Los síntomas propios de la época son, entonces, síntomas que cortocircuitan el lenguaje, la represión, y por tanto, son síntomas de ruptura con el Otro, no son síntomas de compromiso. No son, como el síntoma neurótico, el resultado del conflicto entre la pulsión y la defensa. Por eso la anorexia, la toxicomanía, la hiperactividad, las patologías del acto, son síntomas que tienen en común todos ellos que no llaman al Otro, ni a la interpretación.


El estilo de la época es maníaco. En la época de Freud, época victoriana, el estilo de la época era neurótico, si el sujeto albergaba un deseo juzgado reprobable, la represión actuaba, en todo caso el sujeto soñaba con eso, hacía un síntoma, o bien el goce buscaba sus vías de realización clandestinas. En el momento actual la tradición ya no organiza la vida y los goces. Porque la tradición siempre fue eso: un modo de organización, a través de lo simbólico, de lo real del goce. Estas regulaciones, por la tradición, no existen más en cierto sentido, por eso lo pulsional aparece cada vez más al desnudo y de un modo no regulado.

 

PARA CONCLUIR


Si el superyó freudiano exigía la renuncia, el superyó actual sitúa el impulso a gozar como un imperativo social. La satisfacción ha pasado a ser un deber. Por eso las formas sintomáticas del malestar en la cultura hoy tienen que ver con las prácticas de goce.


Sabemos que es necesario creer en el síntoma para que haya síntoma. Por este motivo en la clínica actual es necesario, en ocasiones, inyectar sentido en algunos sujetos que hacen economía del inconsciente. Cuando recibimos a un sujeto que no da sentido a nada, tal vez nuestra función sea inicialmente la de inyectar sentido para que pueda iniciarse un tratamiento, porque un síntoma antes del lenguaje no es un síntoma. Esta es la caridad freudiana que permite poner un freno a la descarga sin represión, que es el modo privilegiado en el que actualmente se realiza la pulsión de muerte.