The emperor of the United States of

America and other magnificent

british eccentrics

Catherine Caufield. Corgi Books. 1981. ECCENTRICS. David Weeks & Jamie James. Weindelfeld and Nicolson. 1995



S.L.C.


Creo que, al menos entre nosotros, solo Castilla del Pino, quizás el último psicopátologo que nos quedaba, se ocupó con algún detalle de esos individuos que por su peculiar comportamiento son conocidos como excéntricos o extravagantes1A pesar del constante incremento de diagnósticos a los que nos tienen acostumbrados las sucesivas ediciones del DSM, la excentricidad, no ha conseguido todavía una de sus etiquetas y limita su aparición a una breve mención como síntoma de uno de los trastornos recogidos en sus páginas. Si un psicopatólogo del rigor de Castilla, dedicó un libro a la Extravagancia- Excentricidad, es que la variedad y matices de esa conducta la hacía también lo bastante excéntrica a las clasificaciones de los manuales para merecer un estudio separado. Los excéntricos, dice Castilla, son individuos que están en los bordes del sistema al que pertenecen pero dentro del contexto que define a su grupo social que los reconoce como uno de los suyos y les concede una licencia de excepcionalidad mediante el pacto implícito de que nunca pondrán en cuestión las reglas básicas, aunque simulen hacerlo desobedeciendo las reglas secundarias que pueden ser desobedecidas sin consecuencias. Las reglas básicas, son de orden moral, por eso, sigue Castilla, a Oscar Wilde, la sociedad victoriana le aplaudía sus extravagancias 



1 CASTILLA DEL PINO. Compilador. La extravagancia. Alianza Universidad. 1991. Castilla, como la lengua coloquial, hace sinónimos lo excéntrico y lo extravagante.





hasta que se reveló su conducta homosexual, un delito en aquel tiempo. A partir de entonces, no se le toleró ninguna extravagancia más y él, las dejó para siempre, porque, la conducta del excéntrico debe ser inocua, no delictiva. Los excéntricos, lo son, en cuanto que no se comportan como delincuentes. Si lo hacen, al infringir las reglas básicas, salen del contexto de su grupo y no existe ningún contexto de reglas tan laxas que haga tolerables esas transgresiones.


A los excéntricos, hay que diferenciarlos de los “raros” que son solitarios, que inquietan a veces con sus silencios. El extravagante suele ser sociable, divertido, inofensivo y de algún modo exhibicionista, rasgo que no se encuentra en los raros. En cuanto al estrafalario, es término que se aplica al vestuario que pueden o no, usar los excéntricos.


Leer las pequeñas biografías de excéntricos británicos que Catherine Caufield recoge en su libro es, para cualquier psiquiatra o psicólogo, una experiencia tan extraña como familiar, pues los peculiares individuos que allí encontramos, tienen también una posición excéntrica a las habituales categorías diagnósticas de los manuales. El trastorno esquizotípico de la personalidad o el Asperger, son tentaciones diagnósticas inmediatas ya que, incluso la “excentricidad”, es uno de los rasgos mencionados en el DSM como presente en el trastorno esquizotípico y tampoco faltan los raros o los que podrían ser incluidos como esquizoides, obsesivos, fóbicos, o delirantes, que en los siglos XVII, XVIII y XIX, protegidos en su mayoría por su noble cuna o su riqueza, se consideraban excéntricos. Incluso en esos casos, los sujetos del libro de Caufield, van siempre más allá de los escuetos criterios que definen hoy esas etiquetas diagnósticas.


Caufield, no tiene ninguna preocupación diagnóstica y parece compartir la idea de John Stuart MIll para quien, dado que la sociedad es imperfecta, debe darse libertad de expresión a diferentes opiniones y variantes del carácter como  experimentos de vida, ya que, la diversidad, es una pre-condición de la evolución genética o de la conducta. Mill, pensaba que la excentricidad era deseable en una era de conformismo y de alta formalización de las costumbres como fue la época victoriana en la que vivió2.


La excentricidad, dice Caufield, muy cerca de Castilla y antes que él, implica una desviación menor: un objeto es excéntrico cuando está ligeramente fuera del curso o fuera del centro y, “ligero”, es aquí el matíz importante. Un violento cambio de rumbo en el camino, un completo rechazo del centro, lleva la excentricidad a la rebelión, el crimen o la locura y no faltaron casos así. Los excéntricos, se desvían de la norma en maneras extrañas y peculiares lo que la lleva a preguntarse qué es lo que los lleva a comportarse así sin que tenga una respuesta convincente. El pre-requisito social de la excentricidad es la existencia de un código fuerte y estandarizado por eso, son muchos los excéntricos de Caufield que vivieron en la época victoriana o pertenecieron a esa especial aristocracia británica regida por el lema “noblesse obligue”, con el que una de las no menos excéntricas y famosas, “hermanas Mitford”, tituló un libro muy popular. Los excéntricos británicos ricos fueron muy “visibles” pero no faltan excéntricos populares entre el centenar de personajes que biografía Caufield como, Jeremy Hirst, (1738-1829), un granjero amante de los animales, que salía con los 



2 “Demasiado grande es la tendencia de las mejores creencias y prácticas a degenerar en algo mecánico; y a menos que una serie de personas eviten, con su inagotable originalidad, que los fundamentos de estas creencias y prácticas se conviertan en meras tradiciones, semejante materia muerta no resistiría el choque con algo realmente vivo y no habría razón para que la civilización no muera como el imperio bizantino…la tiranía de la opinión es tal, que hace de la excentricidad un reproche; es deseable, a fin de quebrar esa tiranía, que haya gente excéntrica… el mayor peligro de nuestro tiempo se muestra bien en el escaso número de personas que se deciden a ser excéntricas…”. John Stuart Mill. Sobre la libertad. Alianza. 2013. Páginas: 160.165.





perros de caza de Lord Beaumont montado en un buey desde el que hacía sonar su cuerno de caza y entrenaba, sin éxito, a una manada de cerdos para que se comportaran como perros de caza. Su carruaje, sus ropas y su colección de ataúdes, le dieron suficiente fama como para ser invitado por el rey George III que divertido, le permitió que no se inclinara ante él ni respetara el protocolo.


A Henry Cavendish, (1721-1810), lo diagnosticó retrospectivamente Oliver Sacks, como un probable Asperger3. No le faltaban razones. Fue un reconocido científico, miembro de la Royal Society, que entre otras cosas, demostró la composición del agua, pero fue más conocido por sus excentricidades que por sus numerosos aportes a la ciencia. Hasta los 52 años vivió con su padre que a pesar de su fortuna le asignaba una paga ínfima para sus gastos cosa que a Henry no le importaba y siguió sin importarle cuando heredó la fortuna familiar. Se comunicaba con los sirvientes mediante notas e hizo construir una escalera secundaria para no encontrase con ellos, comía siempre, pierna de cordero y cada habitación-laboratorio de su casa estaba dedicada a una ciencia. Decidió morir solo, sin asistencia médica. Lord Brougham, que lo conoció, dijo de él después de su muerte: probablemente pronunció menos palabras en su vida que cualquier hombre que haya vivido 80 años con excepción de los monjes trapenses.


William Beckford, (1760-1844), heredero único de la inmensa fortuna que le regalaban sus tierras inglesas y plantaciones esclavistas en las colonias, fue según The Times, uno de los pocos poseedores de una gran fortuna que intentó con toda honestidad gastarla poéticamente. Educado en casa por tutores, políglota precoz, músico dotado que a sus cinco años 



3 En http://www.neurology.org/content/57/7/1347.short





estudió con Mozart, autor con solo 21 años, de la probable primera novela gótica, Vathek, que mereció un pequeño y magnífico ensayo de Borges en “Otras inquisiciones”, escribió libros de viajes por Italia, España y Portugal, coleccionó pintura, (tenía cuadros de Rafael y Velázquez), libros (su biblioteca pasaba de los 10.000 volúmenes), tuvo relaciones homosexuales y probablemente sadomasoquistas con un amigo que al ser descubiertas lo “obligaron” a casarse sin que su boda impidiera el ostracismo perpetuo al que lo condenó la sociedad de su tiempo. A la muerte de su mujer, pasó los siguientes 15 años viajando por Europa acompañado por su médico, su panadero, su cocinero, su mayordomo, tres lacayos, 24 músicos, su vajilla, su plata, sus libros y sus pinturas. Le gustaba Portugal, donde pasaba largas temporadas y en una de sus estancias en el país, importó desde Inglaterra un rebaño de ovejas para mejorar el panorama que veía desde su ventana. Al volver de sus viajes, se instaló en su residencia rural de Fonthill que rodeó de un muro de siete millas de largo y tres metros de altura y comenzó una incesante actividad constructora. Mandó edificar, según la moda neogótica del tiempo, un monasterio en ruinas, después una abadía con una torre octogonal de 90 metros de altura que se vinieron abajo varias veces. En sus últimos años tuvo que malvender su propiedad y se trasladó a vivir a Bath donde falleció, no sin construir antes una nueva casa, esta vez, más modesta y menos excéntrica.


De los excéntricos de Caufield, William John Cavendish, 5º duque de Portland, (1800-1879) es uno de los más peculiares. Como Beckford, cuando heredó el título, la fortuna y las tierras en Nottinghamshire en 1854, inició una actividad constructora tan ambiciosa como la de Beckford pero con unas características insólitas: todas eran construcciones subterráneas y no fueron pocas. Un salón de baile subterráneo de 53 metros de largo capaz para 2.000 personas iluminado por cientos de lámparas de gas; varias librerías, también subterráneas, con espacio para doce mesas de billar; un pequeño ferrocarril de 150 metros de recorrido bajo el suelo  para transportar la comida desde la cocina al comedor; un túnel de más de dos quilómetros capaz para dos carruajes que comunicaba la hacienda con el pueblo. En la superficie, levantó la escuela de equitación más grande de Europa con sus 94 caballos y una pista de patinaje a la que las doncellas debían acudir obligadamente si se tropezaban con el duque en la casa. Todo, pintado en rosa. Ni el salón de baile, ni las librerías, ni la escuela de equitación, tuvieron huéspedes alguna vez. A su muerte, 15.000 trabajadores bien pagados a cada uno de los cuales se les entregaba un burro y un paraguas, se ocupaban de los 23 proyectos en curso del duque. Había una condición que sus empleados tenían que cumplir: no podían hablar ni saludar al duque si se lo encontraban. El despido era inmediato si no obedecían esa norma. Todo en la conducta de Cavendish parecía ir orientado a pasar desapercibido y evitar la ostentación. Usaba solo cuatro o cinco habitaciones pintadas en rosa de su inmensa residencia. Las demás habitaciones no tenían ni mobiliario. Vestía siempre tres levitas, una encima de la otra, una enorme chistera de 60 centímetros de altura y portaba siempre un no menos enorme paraguas. Usaba en ocasiones falsos bigotes, falsas patillas y falsas barbas. Su carruaje tenía un diseño especial que le permitía no ser visto desde fuera y cuando viajaba a Londres, el carruaje era cargado en un vagón especial del ferrocarril lo que le permitía hacer el viaje en su interior. Si necesitaba atención sanitaria, el médico permanecía al otro lado de la puerta, fuera de la habitación, y era el mayordomo quien tomaba la temperatura. El duque para los pocos que lo conocieron, era un hombre amable e inteligente que donaba importantes cantidades de dinero para financiar hospitales de guerra o para alimentos a gente desfavorecida. Muchos pensaban que la fiebre constructiva fue una manera poco ostentosa de dar empleo a mucha gente en tiempos duros.


El orgullo y la arrogancia no están “todavía” catalogadas en el DSM pero algún noble excéntrico, por sus evidentes méritos, podría inaugurar la categoría. Charles Seymour, 6º conde de  Somerset, (1662- 1748), no permitía que le dirigieran la palabra sus sirvientes ni ser tocado por nadie, incluida su propia familia. Para evitarlo hizo construir varias casas a lo largo del camino entre su hacienda y Londres para no tener que sufrir la indignidad de tener que dormir en una posada. Con sus sirvientes se comunicaba con un lenguaje de signos. Que fuera conocido como “el duque orgulloso” es lo menos malo que le pudo pasar.


Charles Kay Odgen, (1889-1957) pensaba que el aire puro era dañino y mantenía siempre cerradas las ventanas de su casa. Inventó lo que hoy se conoce como, “inglés básico”, 850 palabras que deberían servir como lengua internacional. Winston Churchill, fue un entusiasta propagandista de esta invención. Odgen, admiraba al padre del Utilitarismo, y del Panóptico, Jeremy Bentham (1748-1832) también diagnosticado como Asperger, que tenía curiosas ideas sobre qué hacer con los difuntos. Cada hombre fallecido, decía, debidamente embalsamado, podría servir como su propia estatua y de ese modo, los retratos de los antepasados podrían ser substituidos por sus cabezas embalsamadas. En su testamento, dejó instrucciones para que su cuerpo fuese embalsamado y entregado a los estudiantes de medicina para su estudio para que después de terminado el estudio, vestido con sus ropas, fuera exhibido en una caja de vidrio. Así se hizo, aunque su cabeza deteriorada en el proceso de embalsamado, fue substituida por una réplica de cera. Durante muchos años, el cuerpo embalsamado de Bentham presidió las reuniones del College Council de la Universidad de Londres. Odgen, no llegó a tanto, pero mantenía su ataúd en el recibidor de su casa y utilizaba varias máscaras en sus polémicas que iba cambiando según la opinión que estuviera defendiendo.


Mathew Robinson, pensaba sobre el aire lo contrario que Odgen y no permitía que se cerrasen sus ventanas sin importar las ocurrencias atmosféricas. La condesa de Noailles, (1826-1908) que siempre vivió con el temor a ser infectada o  contaminada por toda clase de seres vivos o cosas, estaba obsesionada con el aire puro y con el gas metano al que atribuía poderes terapéuticos por lo que mantenía varias vacas al pie de sus ventanas para disponer de manera continua de ese “beneficioso” gas. La condesa, como Cavendish, aunque probablemente por motivos diferentes, viajaba en un carruaje especial para evitar contactos con nadie pero ella lo empleaba en viajes a través del Canal cuando pasaba al continente. Otra partidaria del aire puro, fue la baronesa Victoria Josefa Sackville-West, (1862-1936), hija ilegítima de un bailarina española (Josefa Durán) y de un diplomático inglés, que no permitía encender un fuego en su casa ni cerrar las ventanas. Todas las comidas se hacían en el exterior sin importar el frío o la lluvia y para evitar o curar sus inevitables resfriados ataba alrededor de su cuello un par de viejos calcetines del arquitecto Edwin Lutyen.


James Burton, Lord Monboddo, (1714-1799), juez, filósofo y fundador de la filología comparada, afirmaba que los orangutanes eran capaces de hablar4 y que los niños nacían con cola pero eran privados de ella al nacer porque había un complot de las comadronas para ocultarlo. Era rico, pero vivía de modo muy sencillo porque no utilizaba ninguna herramienta o utensilio que no hubieran utilizado los griegos de la época clásica y reprochaba al doctor Johnson, haber malgastado su tiempo con su diccionario de la lengua inglesa cuando el griego, era claramente la única lengua que merecía ser conservada.


Si a Lord Monboddo le fascinaban los griegos, a Douglas Alexander Hamilton, (1767-1852) que sumaba en su persona tres ducados, dos marquesados, tres condados y ocho baronías, eran los antiguos egipcios los que lo hacían soñar. Además de 



4 También escribió, muchos años antes de Darwin, que los humanos tenían como antepasados a los simios.





otras muchas excentricidades, quería  ser enterrado en un sarcófago, como los faraones, por lo que viajó a Egipto para hacerse con las especies necesarias para ser embalsamado y compró al Museo Británico por 11.000 libras de la época, un sarcófago que supuestamente había pertenecido a una princesa egipcia. Cuando se lo entregaron, se dio cuenta de que era pequeño para su estatura y a pesar de sus esfuerzos, no se pudo alargar debido a la dureza de la piedra en la que estaba labrado. Agonizando, Hamilton pedía que lo “doblaran”. No lo doblaron. Le cortaron los pies para poder meter su cuerpo en el sarcófago y los introdujeron en él separados del cuerpo. Años después se descubrió que el sarcófago no había guardado el cuerpo de una princesa sino el de un bufón de la corte.


La historia de Joshua Norton, (1818-1890) el Emperador de los Estados Unidos de América, que dio su título al libro de Caufield, era un hombre rico al que arruinó la caída del precio del arroz en el que había invertido toda su fortuna. Pocos años después de su ruina publicó en el San Francisco Bulletin una proclama en la que anunciaba que se autonombraba Emperador de los Estados Unidos. Eran tiempos de conflictos entre los estados del Norte y el Sur que llevarían a la guerra civil poco después y Norton sentía que era necesario un líder fuerte que mantuviera unido al país cosa que el presidente no conseguía. En consecuencia, decretó la disolución de la República, del Congreso y de la Presidencia sin que le afectara la nula respuesta a su decreto. Al iniciarse la guerra civil, convocó a Lincoln y a Jefferson Davis (del Sur) para que se presentasen ante él y ordenó el fin de las hostilidades. Al mismo tiempo, recorría diariamente la ciudad vigilando la buena marcha de las obras, los horarios de los autobuses y hablando con la gente. Los ciudadanos lo aceptaron con humor y respeto lo que les valió el elogio de Robert Louis Stevenson que admiraba el aprecio popular por “ese loco inofensivo”. Norton tenía entrada libre en la Ópera, no pagaba en los barcos de transporte, el ayuntamiento le pagaba los uniformes que usaba y los amigos, la sórdida pensión en la que vivía. Cuando  un policía lo detuvo y lo llevó ante el juez, este decretó su libertad y amonestó al policía porque Norton, nunca había cometido delito alguno de sangre, no había robado a nadie y no había expoliado el país lo que no se podía decir de la mayoría  de los descendientes de la línea del rey (de Inglaterra). Norton, deliraba sin duda, pero convendría establecer un diagnóstico especial para este tipo de delirios que podríamos llamar, “delirios sensatos” pues todos sus decretos lo fueron hasta tal punto que de haberlos seguido tal vez se hubiera evitado la guerra civil.


No siempre las excentricidades eran tan públicas como las relatadas ni tan llamativas. Herbert Spencer, (1820-1903) el filósofo autor de la frase atribuida a Darwin, “la supervivencia de los más aptos”, vestía en su casa un traje de oso de una sola pieza diseñado por él mismo con el que evitaba el uso de pantalones, camisas y abrigos aunque su aspecto era el de un oso pardo. El 2º conde de Masserene, Skeffintong, condenado en París en 1770 por una deuda contraída por un socio, prefirió pasar 18 años en prisión a pesar de que podía pagar la deuda y abandonar la cárcel. Fue liberado con la revolución de 1789 y volvió a Inglaterra. Cuando falleció el perro de su mujer, convocó, (“ordenó”) a todos los perros de sus arrendatarios acudir al funeral del perro de su esposa. Cincuenta de ellos formaron en dos filas haciendo una guardia de honor luciendo bufandas blancas en su cuello. A Sir Francis Galton, (1822-1911), primo de Darwin, que demostró que las huellas digitales son una prueba infalible de identidad y desarrolló la ciencia de la eugenesia, le molestaban las conjeturas por lo que procuraba cuantificar “todo” incluida la belleza. Con técnicas de su propia invención “midió” la belleza de las mujeres inglesas y dispuso sus resultados en un mapa: las más guapas eran las de Londres; las más feas, las de Aberdeen. No fue muy popular en Aberdeen. Su sombrero con una corona giratoria en la copa para ventilar la cabeza, no tuvo demasiado éxito.


En 1.995, David Weeks, psicólogo clínico y neuropsicólogo del 

Royal Hospital de Edimburgo, publicó su libro, Eccentrics, un estudio de 1.000 casos de excéntricos a los que había entrevistado durante los 10 años que duró su investigación. En ese tiempo, de los cuatro principales manuales de psiquiatría consultados, solo uno describía la excentricidad como, “una forma inadecuada o pasiva de psicopatía”. Su revisión bibliográfica tampoco le aportó datos relevantes y ese fue el motivo por el que decidió investigar la excentricidad comenzando por los excéntricos históricos. Entre 1.551 y 1.950, Weeks encontró, buscando en varias fuentes, 150 británicos y americanos que por su conducta, fueron considerados en su tiempo como “excéntricos”. De ellos, el 16% eran aristócratas; el 21 %, nobleza terrateniente; el 49 %, clase media alta; el 10%, clase media baja y apenas un 4%, clase trabajadora.


En su idea, y no hay muchos que puedan refutarlo, es una equivocación considerar a los excéntricos como formas leves de enfermedad mental ya que esta implica sufrimiento y búsqueda de tratamiento y eso es algo que no se da en los excéntricos. El histrionismo de las personalidades histéricas, la rareza de las esquizoides, incluso las “visiones” que en alguna ocasión tienen los excéntricos, pueden confundir a “los legos”, pero los excéntricos controlan y disfrutan de sus visiones y no sufren, sino que se complacen en sus extravagancias y son más sanos mentalmente que la media de la población general. En su estudio Weeks encontró 15 rasgos “típicos”. Los excéntricos son:


- Inconformistas

- Creativos

- Muy motivados por la curiosidad

- Obsesionados felizmente con una o más “manías” (usualmente cinco o seis)

- Conscientes desde la infancia de que son diferentes

- Inteligentes

- Dogmáticos y francos, convencidos de que están en lo correcto y los demás se equivocan

- No competitivos. No necesitan ser apoyados por la sociedad  - Hábitos de comida, vestido y modo de vida, poco usuales

- Poco interesados en la compañía y opiniones de otras personas excepto cuando tratan de convencerlos de sus puntos de vista

- Poseedores de un “malicioso” sentido del humor.

- Usualmente hijos únicos o el mayor de los hijos.

- Mala ortografía

 

Los cinco primeros son los más importantes y se encontraban en la mayoría de los excéntricos estudiados por Weeks que entrevistó a sus sujetos con el PSE y la LT de modo cauteloso buscando síntomas esquizofrénicos pues sabía que aunque la excentricidad apenas se mencionaba en el DSM de su tiempo, si aparecía citada y con reiteración, en muchas publicaciones clásicas de psiquiatras alemanes y franceses. La excentricidad, por ejemplo, era una de las “tres formas de la existencia frustrada” que Binswanger analizaba en su libro de igual título5. En el amplio capítulo que le dedica, menciona las aportaciones entre otros, de Kraepelin, Bleuler, Carl y Kurt Schneider, Minkowsky o Gruhle6, que, de modo más o menos explícito, hacen de la excentricidad un rasgo esquizofrénico o premonitorio de la esquizofrenia. Binswanger, afirma en las primeras páginas de su libro, que la mayoría de los autores considera esquizofrénicos a los excéntricos pero matiza a Kraepelin: el grupo de psicópatas excéntricos delimitado por él a título de ensayono permitió corroborar un basamento esquizofrénico y añade, coincidiendo con las observaciones posteriores de Weeks, por la conservación de un trato fácil…. Eugen Bleuler, es parco pero firme: hay muchos esquizofrénicos simples entre los excéntricos de toda clase,7 pero Bunke, reconocía que, la excentricidad, es quizás la forma de la 



5 BINSWANGER.L. Tres formas de existencia frustrada. Amorrortu. 1972. (1952)

6 La excentricidad ocupa el primer plano en la Psychologie der schizophrenie de Gruhle. Citado en Binswanger.Op. Cit.





psicopatía más difícil de distinguir de la esquizofrenia8


Los resultados de Weeks revelaron que aunque la línea no es nítida, muchos esquizofrénicos presentan conductas excéntricas pero los excéntricos, definidos según los rasgos de Weeks, no son esquizofrénicos. En su estudio encontró que algunos de ellos presentaban síntomas leves schneiderianos pero su incidencia era menor que la encontrada en una muestra de población general no excéntrica. Uno de los resultados inesperados del estudio de Weeks, fue la buena salud de sus entrevistados que vivían más años y acudían al médico veinte veces con menor frecuencia que la media de la población general. Otro, no menos inesperado: sus excéntricos se sentían mucho más felices que la media y mostraban casi siempre una alegría que era contagiosa.


Un rasgo esencial para Weeks, es que los excéntricos hacen las cosas ordinarias de maneras extraordinarias. Otro, su incesante curiosidad que no se detiene en la consulta de un libro sobre una materia que les interese sino que recurren a todo tipo de fuentes posibles de información cuando una de esas obsesiones les alcanza y no se cansan de hacerlo.


El prototipo moderno de excéntrico, el profesor, científico o artista “distraído” o “chiflado” y con “manías”, tiene, según el 



7 BLEULER. E. Demencia Precoz: el grupo de las esquizofrenias. Hormé. 1960.

8 De la excentricidad esquizofrénica se ha ocupado recientemente Stanghellini,(Disembodied spirits and deanimated bodies, Oxford, 2004) y otros psicólogos y psiquiatras de orientación fenomenológica como Parnas o Gallagher. El extraordinario libro de Louis A. Sass, Madness and Modernism, Harvard University Press, 1992, reseñado en estas páginas hace años que ha sido traducido recientemente al español: Locura y Modernismo. Dykinson.2014, es de lectura obligada para quien quiera ir más allá de las toscas descripciones conductuales de los síntomas esquizofrénicos de los DSM y demás manuales al uso.





estudio de Weeks, base firme. Recuerdo al menos dos colegas de profesión que, sin dudar, por sus “manías”, sus peculiares ideas, su creatividad, su humor, su excelente profesionalidad, son inequívocamente excéntricos sin que ni de lejos su peculiar conducta en algunas actividades recuerde nada psicótico. Si uno lee, Daily Rituals, de Mason Currey, publicado recientemente, sobre los rituales que escritores, pintores, o científicos realizan cuando se disponen a trabajar, no dudaremos mucho en asegurar que aunque su comportamiento general no lo sea, sus rituales de trabajo son excéntricos. 


Menos firmeza, quizás, tiene el prototipo de mujer excéntrica: una vieja dama que vive en una enorme casa con cien o más gatos. Weeks, menciona una variante nada fácil de imaginar. Susanna Kennedy, Condesa de Eglintoune, (1690-1780), una belleza de la época, que en sus últimos años, ofendida por no haber recibido en su vida gratitud más que de los animales de cuatro patas, alimentaba a cientos de ratas a las que convocaba al comedor dando pequeños golpes en un panel de roble. Doce o más ratas acudían a comer a su llamada retirándose después de modo ordenado.


Weeks al final de su libro, defiende unas ideas muy cercanas a las de Stuart Mill apoyándose en la teoría de la evolución. Los excéntricos serían esa fuente de novedad, de nuevos comportamientos sobre los que la evolución ejercerá su trabajo de selección. Muchas de sus innovaciones, de sus estilos de vida, de sus ideas, incluso de sus modos de vestir, serán desechados pero otros se incorporarán al repertorio general de los modos de vivir. A fin de cuentas, como demostró Philip Ball, fue esa curiosidad insaciable propia de los excéntricos la que estuvo en el origen de los avances científicos que desde el siglo XVII transformaron la sociedad9.

 


9 BALL.PH. La curiosidad: por qué todo nos interesa. Turner. 2013.





Conozco unos cuantos excéntricos… Creo que Weeks tiene razón.