The professor and the madman

Simon Winchester. Harper Perennial. 1999

The meaning of everything

Simón Winchester. Oxford University Press. 2003



S.L.C.


En 1.999, cuando se publicó este libro, Oliver Sacks, que en su juventud había invertido el dinero conseguido al ganar un premio académico en la compra de los 12 tomos del Oxford English Dictionary, escribió:

 

Encuentro este libro cautivador y emocionante en su brillante reconstrucción de un acontecimiento muy improbable: la mayor contribución hecha al gran Oxford English Dictionary (OED) por un loco encarcelado, profundamente delirante, y el desarrollo de una verdadera amistad entre él y el editor del OED. Uno ve aquí el potencial redentor del trabajo y el amor, incluso en el más profundamente desesperado psicótico

 

Inglaterra no tuvo ni tiene Academia de la Lengua como Francia o España. Tampoco tuvo diccionarios dignos de ese nombre hasta fecha muy tardía. Shakespeare escribió todas sus obras sin poder recurrir a un texto que le permitiera conocer el modo “fijado” del significado, la ortografía y la pronunciación de las palabras que empleaba. El primer diccionario digno de ese nombre, es el del doctor Johnson, que se publica en dos tomos en 1755 después de seis años de trabajo. Los 12 tomos y 450.000 palabras de la primera edición del Oxford, (con el nacimiento, evolución, etimología significado y pronunciación de las palabras recogidas), necesitarán 70 años para completarse (1860-1928) y en esa larga tarea hubo tres hombres decisivos: James Murray, un profesor sin título académico, responsable de la edición, William Chester Minor, un cirujano americano loco, ingresado en Broadmoor, un asilo para lunáticos de Londres, y Fitzedward Hall, un “ermitaño” que vivió los 32 últimos años de su vida en total soledad. Lo que  estos tres hombres hicieron, (y muchos más) es un “monumento” de la lengua inglesa que, tal vez, solo pueda ser comparado con una catedral. Su ambición “catedralicia” se debe al por entonces Deán de Westminster, Richard Chevenix Trench, que, en una hoy mítica conferencia en la Sociedad Filológica sobre, “Algunas deficiencias en nuestros diccionarios de inglés” puso las bases de lo que debería ser el gran diccionario que se necesitaba: “Un diccionario, dijo, es simplemente un inventario del lenguaje… y no una guía para un uso apropiado de la lengua…. No se trata de incluir palabras según su uso sea bueno o malo… Samuel Johnson ha sido culpable de hacerlo así… un diccionario debe ser un registro de todas las palabras que disfrutan de cualquier forma reconocida de vida en la lengua standard…. Debe ser (también) la historia de la vida de cada palabra… algunas palabras son antiguas y existen todavía… otras son nuevas y efímeras… otras emergen durante una vida y continúan existiendo…. Todas son partes de la lengua inglesa…”.


Así concebido, escribe Winchester, el diccionario era de una audacia inimaginable y requería mucho valor pero eran tiempos victorianos y no faltaron hombres dispuestos a ello aunque ignoraban por entonces que serían necesarios 70 años para completarlo. Al aceptar la propuesta de Trench, era necesario “leerlo todo”: libros y manuscritos sin duda, pero también, miles y miles de periódicos y revistas, letras de canciones populares… Trench, era consciente de que para una tarea tal, necesitarían cientos de colaboradores voluntarios capaces que leyeran todo ese material y enviaran sus hallazgos a los redactores. Pretendía además, que el diccionario fuera, no el resultado de una decisión absolutista y autocrática como el francés, a cargo de la Academia fundada por el cardenal Richelieu, sino un producto democrático, un libro que demostrara la primacía de las libertades individuales inglesas, la noción de que uno podría usar las palabras libremente sin reglas prescritas desde otras instancias. Esos necesarios voluntarios fueron convocados a través de anuncios en los periódicos y fue así como Minor y  Hall, al responder a esa convocatoria, se convirtieron en colaboradores del Oxford.


William Chester Minor, el madman, nació en Ceilán, (Sri Lanka) en 1834, a donde sus padres, misioneros protestantes descendientes de la segunda oleada de puritanos llegada después del Mayflower, se habían trasladado desde Boston para fundar una misión. Su madre falleció cuando tenía tres años y su padre se casó de nuevo en Colombo en 1839. En su infancia en Ceilán, William aprendió, además del cingalés, otras varias lenguas como el birmano, el hindi, el tamil y varios dialectos chinos. A los 13 perturbado por pensamientos lascivos que nunca le abandonarían, lo envían sus padres a New Haven con su tío Alfred para estudiar medicina en Yale donde se gradúa años después como cirujano. Es contratado como médico del ejército que, en plena guerra civil, lo destina al frente. Asiste como cirujano a las batallas de Gettysburg y de Wilderness, donde debe afrontar los horrores de una matanza para la que no estaba preparado. Había 150.000 irlandeses luchando en las fuerzas de la Unión que habían llegado de Irlanda hacía pocos años huyendo de la hambruna, ansiosos por adquirir entrenamiento militar para volver a su país para luchar contra el “odiado inglés”. Con la guerra casi finalizada, muchos de estos irlandeses desertaban porque su simpatía inicial por el país de acogida se había desvanecido al ver que los esclavos liberados iban a ser sus competidores por los puestos de trabajo disponibles en la inminente paz. Minor, tuvo que cumplir como médico la orden de marcar la D de “desertor” con un hierro al rojo, en la mejilla de uno de esos irlandeses desertores. Esa “D”, pensaba Minor, impediría a ese hombre volver a su tierra y luchar como revolucionario y también trabajar en América y con certeza, le contaría a sus compañeros revolucionarios que un médico americano, él, era enemigo de los irlandeses y estos se vengarían. Esa “D” lo atormentaría toda su vida y aparecería más adelante como uno de los temas principales de su delirio persecutorio. Después de la guerra ejerció como capitán médico en la isla Governors donde  mientras atendía con valor una epidemia de cólera (traída por los irlandeses emigrados a la isla de Ellis) pasaba las noches en los prostíbulos de la cercana costa. Es en ese tiempo cuando comienza a presentar sus primeros síntomas por lo que es trasladado a una fortaleza aislada de Florida donde sus quejas de ser espiado por los soldados se hacen lo bastante evidentes como para ser ingresado en un hospital para soldados y marinos “lunáticos” en Nueva York, donde es diagnosticado de monomanía delirante y dado de baja en el ejército con derecho a pensión. Después de 18 meses ingresado es dado de alta y se embarca para Londres con sus libros, sus acuarelas (era un excelente pintor) y su revólver. Vive en una pensión humilde de su paga de oficial retirado. Una noche, un trabajador que acudía de madrugada a su trabajo, muere por un disparo de Minor. Detenido sin ofrecer resistencia y juzgado poco después, es en el juicio donde se revela toda su sintomatología que se había mantenido silenciosa amparada en su aspecto de gentleman y sus modales refinados. Minor, afirmó en el juicio, que de noche, siempre de noche, asaltaban su habitación varios hombres, sobre todo patriotas irlandeses que metían veneno en su cuerpo mediante un embudo con la finalidad de envenenarlo. La patrona de su pensión, declaró que Minor le pedía informaciones sobre posibles huéspedes irlandeses y le exigía que no los admitiese. Un policía informó que meses antes del crimen había denunciado en su comisaría que hombres irlandeses asaltaban de noche su habitación para asesinarlo. El tribunal llegó a la conclusión de que Minor había despertado esa noche con la sensación de que había alguien en su habitación, que lo oyó huir, que salió en su persecución con su revólver y que confundiéndolo con el caminante que se dirigía a su trabajo, disparó, sobre él. Declarado inimputable, fue condenado a 38 años e ingresado en el Asylum for the Criminally Insane de Broadmoor (aún hoy en funcionamiento) donde dispuso de dos habitaciones que, gracias a su pensión, llenó de libros y revistas a las que se subscribió. Contestó a la petición de ayuda de James Murray y pasó los siguientes 20 años de encierro remitiendo a Murray miles y miles de notas de lectura sin que nadie sospechara que ese extraordinario colaborador que remitía sus textos desde Broadmoor, era un loco asesino ingresado en un manicomio (pensaban que era un médico del Asylum). Cuando al fin, Murray decidió visitar en Broadmoor a su colaborador para agradecerle su trabajo y descubrió quien era realmente el doctor Minor, mantuvo su respeto y admiración por su trabajo, iniciando una larga amistad y consiguiendo que Winston Churchill, ministro encargado de esos asuntos en 1910, firmara su libertad y le permitiera volver a Estados Unidos donde, también en asilos, pasó los últimos años de su vida. En sus años en Broadmoor, la conducta psicótica de Minor no mejoró sin que su estado impidiese su trabajo en el diccionario. Las anotaciones clínicas de esos años muestran que siguió “defendiéndose“ de los irlandeses que entraban de noche en su cuarto con las intenciones de siempre. Poco tiempo antes de su liberación, Minor, que seguía perturbado por sus ideas lascivas, con una pequeña navaja que le habían autorizado para abrir las páginas de sus libros, se cortó el pene empleando sus conocimientos anatómicos y quirúrgicos y quemó la parte amputada para liberarse al fin de esas imágenes recurrentes. Llevaba meses planeando ese acto redentor y expiatorio alentado por un resurgir de su antiguo y olvidado fervor religioso. Su mutilación, técnicamente correcta, no le dejó otras secuelas que las de la propia mutilación y alguna dificultad a la hora de orinar.


La historia “clínica” de Fitzedward Hall, un americano como Minor, nacido en Nueva York en 1825, está menos documentada que la de Minor pero 32 años de vida ermitaña sin salir de su casa, dedicados a la única tarea del diccionario, no parece un buen indicador de salud mental. A Hall, lo envía su padre cuando tenía 20 años a Calcuta para que intentara encontrar a su hermano mayor fugado del hogar años antes. Naufraga en las costas de Bengala, llega a Calcuta y sin barco que lo lleve de nuevo a casa, decide quedarse y aprender las lenguas del país. Ya era fluente en inglés, francés, italiano y griego moderno. En India, aprende sánscrito, hindi, bengalí y 

persa y vive de traducir a esas lenguas libros ingleses y franceses. Es nombrado profesor de sánscrito, se casa y se marcha a vivir con su familia a Inglaterra donde es nombrado profesor de sánscrito en Oxford. Aquí tiene lugar el incidente que cambiará su vida. Una disputa nunca aclarada, con otro profesor de sánscrito que lo acusa de espía, borracho y charlatán científico, hace que pierda su trabajo y huya con su familia a vivir en una casa aislada en East Anglia. Su familia lo abandona un año después. Ahí comienzan los 32 años de aislamiento y colaboración con el Oxford.  


James Murray, que consiguió poner en marcha el proyecto del diccionario y lo supervisó hasta su muerte, no era un ermitaño autista ni un loco homicida pero su vida fue también bastante peculiar. Nacido en una familia humilde cerca del muro de Adriano, en Escocia, su precocidad fue excepcional. Antes de los 15 años le eran “familiares”, el latín, griego, francés, italiano y alemán y no menos familiares, la geología, la botánica, la astronomía, la historia y la arqueología. La escuela, por falta de recursos, la abandonó a los 14 años pero no el estudio ni la enseñanza a la que tuvo que dedicarse para sobrevivir. A los veinte años, “descubrió” la fonética y la filología y fue admitido como miembro en la Sociedad Filológica que sería la que le encargaría el diccionario. Antes, y afortunadamente, el British Museum, rechazó emplear a Murray que en su solicitud además de las lenguas ya mencionadas, añadía que estaba “familiarizado” con el catalán, español, árabe, holandés, flamenco, danés y en menor grado, portugués, céltico, ruso, persa, y sánscrito. Murray era un “aficionado” lo que era habitual en Inglaterra ya que, dice Roger Scruton1, casi todo el orden social del país nació de iniciativas privadas: las escuelas, los colleges y universidades, los ayuntamientos, hospitales teatros, sociedades científicas, festivales, incluso algunos 



1 SCRUTON.R. England: an elegy. Chatto & WIndus. 2000.





regimientos, fueron fundados por amateurs que proporcionaban los fondos necesarios, establecían sus códigos y transferían a fideicomisarios o a la Corona las instituciones así fundadas cuando ya estaban organizadas. La Sociedad Filológica y el Oxford, fueron iniciativas de aficionados que contrataron a un aficionado para llevarla a cabo y fueron ayudados por dos aficionados.


Creo que Sacks tenía razón cuando vio en las historias de estos hombres el potencial redentor del trabajo y el amor, incluso en el más profundamente desesperado psicótico pero creo también, que en esa redención el papel de un hombre como Murray, capaz de alentar y respetar a estos dos hombres, fue fundamental2.




















2 No fue el único caso de enfermos mentales que tutelados por Murray colaboraron de manera eficiente y destacada en el diccionario. WInchester cita otros dos casos “probables”, muy probables.