El poder del destino.

La novela familiar de los Panero


Segundo Manchado. Psiquiatra

Las Palmas de Gran Canaria

Correspondencia: segundom@medicoslaspalmas.es




“Todas las familias felices se parecen;

sin embargo, las desdichadas, lo son cada una a su manera”.


Ana Karenina, León Tolstoi



INTRODUCCIÓN


Agradezco a La Otra la invitación a participar en estas Jornadas. Particularmente quiero agradecer a José María Álvarez haberme sugerido el tema. En el mes de noviembre pasado, coincidimos en una jornada de psiquiatría en Las Palmas de Gran Canaria. Él participaba en una mesa sobre la psicosis y yo en un coloquio tras la proyección de la segunda película dedicada a la familia Panero, Después de tantos años. Al final de mi pequeña intervención, José María me dijo ¿por qué no trabajas esto un poco más y lo presentas en La Otra? Pues aquí estoy.


Pensaba escribir un texto y apenas me ha salido un apunte, un esbozo aproximativo al poder del destino. No es un apunte clínico, en sentido estricto. Es más una reflexión sobre algunos de los elementos de la clínica. Mi proceder, por razones obvias, es por ahora necesariamente oblicuo. Espero que me disculpen.


Tal vez me haya equivocado en mi proceder, pero me ha parecido oportuno hacer un acercamiento fugaz a un tema tan complicado, de la mano de tres grandes aliados: la mitología, la literatura y, por supuesto, el psicoanálisis.


ALGUNAS REFERENCIAS CULTURALES


De todo el bosque genealógico de los términos del campo semántico del poder, he escogido uno relativo a un fenómeno grupal, el poder en el grupo familiar. Porque el poder del destino se da allí de un modo privilegiado. No faltan ni en la historia ni en la mitología ejemplos del destino oscuro (por desconocido) que acompaña a las familias. Recuerdo aquí las palabras preliminares de Freud [Psicología de las masas] cuando pone en cuestión la distinción neta entre lo individual y lo colectivo, toda vez que en la vida de cualquier sujeto está de entrada el Otro primordial, un Otro que es a la vez social. Y recuerdo también la consideración que tenía Lacan de lo colectivo como el sujeto de lo individual. Creo que el punto de engarce entre el sujeto y el grupo, ese point de capiton de cada sujeto con el grupo, es lo único que nos puede esclarecer algo del destino común y de su poder.


Todas las culturas conocidas disponen de términos que se refieren a lo que les sucede a los sujetos, que les parece ajeno a ellos mismos y, al mismo tiempo, les es propio e íntimo (es decir, éxtimo). En nuestra cultura occidental desde muy pronto se habla del hado (del fatum y de la fatalidad), de las profecías, de los oráculos y de toda la mántica que generan. Ya el Génesis, nos instruye sobre el pecado original de nuestros primeros padres, que sin ser nuestro, nos afecta. Y las cosas parecen seguir igual desde la Antigüedad hasta Freud y hoy mismo, como ejemplo de la articulación entre la sincronía y la diacronía.


Las familias, por citar los casos más famosos de la literatura, los átridas (desde Tántalo, Atreo, Tiestes, hasta Agamenón y su descendencia) y los labdácidas (Layo Yocasta, Edipo y sus hijos Eteocles, Polinices, Antígona e Ismene) parecen compartir, cada una a su manera, un destino común y repetido a través de las generaciones.


Hay un dictum clásico: “A quien los dioses quieren destruir,  primero lo enloquecen”, que trae aparejada la que denomino tríada hermenéutica de Ate-Hybris-Némesis de la cultura griega antigua y clásica. Un buen modelo heurístico para la explicación de lo irracional1 que ya aparece en Homero, y se desarrolla con Esquilo, Sófocles y Eurípides.


Está compuesta por tres elementos estructurales: la Ate, la Hybris y la Némesis, donde:


Ate podría entenderse como ceguera moral, desmesura, imprudencia o error inexplicable, presidido por la soberbia, el ORGUYO (reivindico esta grafía) o la infatuación. Una especie de anublamiento de la conciencia, una suerte de locura transitoria –que en Homero no es debida a ninguna intervención divina ni a un desastre subjetivo, sino provocada por un dáimon que hace cometer al héroe actos de graves consecuencias; Ruth Padel2 habla de destructividad ciega.


Hybris sería la impostura continuada del despropósito o la intemperancia.


−y todo ello, según Sófocles, desemboca en “la ruina y en el yugo ineludible al que quedará unida su vida”. En esto consiste la némesis, como divinidad menor que castiga al héroe por su ate.


Según Dodds, no existe en Homero una ligazón clara con la responsabilidad subjetiva, que sí es recogida por Aristóteles3 como la Hamartía o error trágico del héroe.



REFERENCIAS FREUDIANAS


Freud se detiene a observar cómo los sujetos repiten determinados comportamientos sin tener conciencia de ello. Entre los más conocidos, los casos de los que fracasan al triunfar o los que delinquen por sentimiento de culpa. Ambos  casos responden a determinaciones de lo inconsciente. A veces saben lo que repiten, pero no saben por qué. Estamos en los terrenos comunes de la culpa, el superyó como cultivo puro de la pulsión de muerte, con esa bella definición de la pulsión como “el eco de un decir en el cuerpo.” [Colette Soler]. En la clínica y en la literatura hay sobrados ejemplos de destinos de este tipo, más o menos aciagos. Les traigo por los pelos unas palabras de una novela de Emmanuel Carrèrei4, donde, hablando de su madre, dice:


“Por más que le expliques que aunque su padre hubiese sido un comprometido colaboracionista y ella no tuviera nada que ver con eso, sin embargo sigue creyendo que aquel pasado –que no es el suyo– puede aniquilarla.”


Estando en Valladolid no puedo dejar de citar la última novela de Rebeca García Nieto5 donde, en una excelente mise en abyme, los padres de Eric se reencuentran con un pasado del que huían.


Este tipo de factores “freudianos” son los responsables de que las sagas familiares se presenten (perdónenme la resonancia joseantoniana), como unidades de destino, tanto en la historia, como en la literatura y en la vida misma.



LA NOVELA FAMILIAR DE LOS PANERO


Seré breve. Hoy la conocemos como una familia abierta voluntariamente al público. Como dijo Jorge Semprún, “abierta en canal”. (No exenta de algún rasgo de telerrealidad, inédita entonces). Hoy disponemos de unas fuentes fiables sobre ellos. Sobre todo a través de dos autobiografías dictadas (Felicidad Blanc6 y Juan Luis Panero7); de una biografía excelente sobre Leopoldo María Panero8 ; de infinidad de textos propios y ajenos (algunos muy recomendables, entre ellos el prólogo de Antonio Martínez Sarrión a la citada biografía de Leopoldo  María y la memoria de su relación con ellos de Luis A. de Villena9); y dos películas sobradamente conocidas que unen dos “sincronías” familiares: El desencanto ( J. Chávarri, 1974) y Después de tantos años (R. Franco, 1994). Estas son mis fuentes en este trabajo.


Es una familia completamente normal. Con la terrible normalidad propia de los distintos momentos históricos en los que vivió: la II República, el franquismo y el posfranquismo. Cosas así ocurren hasta en las mejores familias. Algunos han visto allí un fracaso colectivo y personal.


Es obvio que el destino individual esté marcado por la familia. Sin embargo, a posteriori, vemos que además compartieron el destino de una pasión común. Al escucharles hablar en las películas parece que escuchásemos la voz de un bovarismo adusto que bascula entre lo melancólico, lo lúdico, lo reivindicativo y lo transgresor. En las películas, les vemos hablar y contar en polifonía, dejando vislumbrar una suerte de drama común que deambula por una zona intermareal donde sufren simples desdichas, unas veces, y profundos descalabros, otras. Desconocidas para ellos las leyes de esa zona, parecen colocarles caprichosamente en las luces y en las sombras... Todos han terminado pagando su precio, unos más que otros y alguno dejándose la vida en el camino.


En los varones, padre incluido, hay una vida subtendida por miserias cotidianas y pasiones comunes en ocasiones excesivas. Una cierta tendencia al fracaso, la literatura y el alcohol. En la madre falta esta última pasión, pero en su caso sus palabras señalan hacia el anudamiento de la pasión con un deseo insatisfecho en una vida vivida como pérdida, aportándole al conjunto un aroma de romántica melancolía. El padre y su fracaso políticopoético (él esperaba más). Según Martínez Sarrión, pasó de ser contertulio de poetas ilustres (Eliot, Cernuda, Alonso o Alexandre), a bebedor de excesos que prefería "los escritos de José Antonio Primo de Rivera a  Góngora”, para terminar dirigiendo la “execrable Selecciones del Reader’s Digest americana”, ninguneado por los escalafones del Régimen. Los hijos recorrieron con noble rebeldía casi todos los campos de la vida, una cierta bohemia, un cierto éxito, amores más o menos desafortunados, pero también la debacle o el derrumbamiento y la resistencia vital.


Una familia con un destino trágico quizá por la fugacidad y luminosidad del linaje. Pero, no es tanto una tragedia griega propiamente dicha, sino un drama familiar contemporáneo y común. Ellos se prestaron a crear la estirpe al tiempo que la destruían. Hay quien sostiene que fue la época quién la creó. Fuese lo que fuese, sobre ellos se fue tejiendo una leyenda épica familiar con matices de exhibicionismo, malditismo, genialidad, verdaderos ejercicios de libertad y de excesos, desórdenes del vínculo social, fracturas subjetivas, descontrol y locuras varias.


En El Desencanto, las voces van construyendo su Tótem y tabú particular, por un lado, un “todos contra el padre”, (del tipo: mi padre era un fascista borracho y maltratador) y, por otro, una especie de “Rellenando el agujero”.


La atmósfera general es de pérdida, corifeo melancólico de diferentes voces que hablan de derrotas, deseos insatisfechos como el destino de la mujer sacrificada por su función en la familia franquista (kinder, kirche, kitchen: niños, iglesia, cocina), ideas de ruina, de fin de raza, fetichismo, de literatura y de poesía.


La polifonía también es disonante: [de memoria] “Mis hermanos piensan que nuestra historia es una tragedia griega”; “Yo no creo en las Leyendas Épicas Familiares, porque están centradas en el Yo, y ahí no está la verdad”, “todo eran Borracheras y broncas… éramos una familia feliz”. Pero, en conjunto, con esa película se revienta la familia patriarcal franquista. Y es verdad, pero… veremos qué les depara el  destino.


En Después de tantos años el tono es completamente distinto. El cristal limpio de la lente nos muestra la soledad de aquel mundo. Es una espera que anuncia la aparición colosal de un Leopoldo María que vertebra absolutamente todo. La opinión mayoritaria es que sin él no habría películas. El final es una reflexión fílmica acerca de la soledad de la vida y de la muerte. Tres personajes-personas aparentemente divergentes con una matriz común.


En 1990 muere la madre y Leopoldo María, a quien por último ella se ha dedicado, queda solo. Las imágenes: tumbado en la cama de Mondragón, fumando y dejando fluir sus desgracias, mientras la cámara recorre su habitación: un reloj de pared, unas figuras de Peter Pan y Campanilla, una foto de la madre joven y guapa, una estantería con libros y carpetas... Afuera, los patios y sus personajes. Leopoldo Mª, como imagen de un desasimiento vital, mira al vacío tras el cristal de una ventana. La soledad arraigada en el diálogo del cementerio. Vivir es morir. Allí yace la estirpe paterna de los Panero.


En el conjunto de las dos películas, encontramos la coral del desencanto, el declive, el desastre, la sordidez. Moisés Panero presta la voz. Y todos le siguen. Felicidad Blanc como perdedora romántica. El mismo Moisés como personaje kynico con fracaso final; Juan Luis como tránsfuga10. Y LMP, por escoger la imagen significativa que da L. A. de Villena, componiendo junto a su madre el cuadro de la Pietá. Una mujer con un hijo en sus brazos “de quien sólo recibe escupitajos y besos, insultos y súplicas… dando ellos dos la belleza lírica del drama de los Panero”11.



DESDE EL DESAMPARO A LA COMPLETUD


Decía al principio que estos no eran unos apuntes sobre la  clínica, sino una lectura de los elementos que nos ayudan a ver los fenómenos clínicos.


Hasta ahora hemos hecho un recorrido mítico y literario por el poder del destino. Y creo que es un buen modo oblicuo de acercarse a él. Eso es lo que hizo Freud.


En los humanos hay un poder ligado a la palabra y al lenguaje. El poder que emerge de la Ley mítica que Freud coloca tras el asesinato del Padre de la Horda Primitiva. Allí tienen su origen: el pacto (la ley y el derecho), la moral y la religión. Como sabemos, los hijos matan al Padre para acceder al goce irrestricto de aquél. Asesinato inútil, porque ahora tienen que pactar y prohibir (precepto de la exogamia, lo llama Freud). Lo que obtienen ya no es sin límite y, en adelante, irá asociado con la culpa.


Es el lado amable de la Ley simbólica que inaugura lo humano. El nuevo Padre de la Ley tiene el poder de la palabra. La identificación simbólica con el Padre Muerto instaura un nuevo orden, la Ley. Antes, sólo estaba presente la fuerza.


Al mismo tiempo, fuera de esa Ley vemos dibujarse oscuramente la silueta de otro poder. Tras la proscripción del goce, hay en los hijos una identificación-identidad con aquel padre sin límites. A fin de cuentas lo mataron para ocupar su lugar. De este modo, en la sombra, hay un empuje que no entra en la ley, que está más acá y más allá de ella. Una fuerza constante que no distingue el día de la noche −una de las características de la pulsión freudiana−. Este tipo de identificación hace insignia de la omnipotencia de ese Padre Oscuro, que se muestra como una contra-ley o Ley de excepción, que anula todas las demás.


Estas dos fuentes del poder están imbricadas íntimamente a través del Ideal, el superyó y la pulsión de muerte, en el trasfondo de toda actividad humana. Es el poder del destino  ligado al goce del Padre, a los pecados del Padre. Un recorrido mítico, pues, que nos lleva directamente al sujeto del significante y, al mismo tiempo, al sujeto del goce.


En nuestro caso familiar, si hablamos del Poder del Destino que atraviesa a los miembros de la familia, se debe a esa inmixión de los dos modos de identificación con el pathos paterno. Una identificación con lo mejor y lo peor del padre: el fracaso, la poesía y el alcohol; una identificación con el modo que aquél tenía de tratar el empuje a colmar la pérdida. Vemos allí las diferentes posiciones frente a las pasiones del ser que han hecho suyas como “herencia” de la hamartía parental. Tal vez el único recurso que tenían a su disposición los miembros de la familia para inscribirse, haciéndose buenos escritores / bebedores más o menos fracasados, como el padre. En relación con el modo de tratamiento del exceso pulsional, (parece una broma, pero no lo es), en una de sus obras, Enrique Vila Matas habla de un escritor irlandés (acaso uno de esos autores apócrifos a los que nos tiene acostumbrados) que decía: “Soy un alcohólico con problemas de escritura”.


Siguiendo conjuntamente la Tríada hermenéutica clásica, que apunta hacia la responsabilidad subjetiva del “héroe”, y la Vía mítica freudiana que lo hace al mecanismo íntimo de la identificaciones con las dos caras del padre, se va mucho más allá de la grisalla de la mímesis, de la cognición trastornada y de los castigos reforzados, que niegan la responsabilidad, en su afán de naturalizar lo normal y lo anormal.


¿Y el poder de la cura? Empieza por separar el I del a. Freud nos indica (Psicología de las masas y análisis del Yo) y Lacan lo recalca (El Seminario XI) el peligro implícito en la superposición entre el objeto y el Ideal. A través de ambos, I y a, se trata de alcanzar una completud imposible.


Para terminar, vuelvo de nuevo al mundo griego. En el templo délfico de Apolo, había dos máximas atribuidas, según algunos,  a Solón: Conócete a tí mismo y Nada en exceso. En ambas encontramos una similitud que tuvo que esperar casi veinticinco siglos para su reunión en el matema de Lacan sobre la doble división del sujeto por el significante y por el goce. La tarea del psicoanálisis no es otra que poner de manifiesto el puente de imposibilidad que les une y, pese a todo, hacer posible el vínculo atemperado del sujeto consigo mismo, con el Otro y con los otros.



REFERENCIAS


1 E. R. DODDS, Los griegos y lo irracional. Madrid: Alianza, 2006.


2 RUTH PADEL, A quien los dioses destruyen. México: Sexto Piso, 2010


3 ARISTÓTELES, en Poética y en ética a Nicómaco.


4 EMMANUEL CARRèRE, Una novela rusa. Barcelona: Anagrama, 2008.


5 REBECA GARCÍA NIETO, ERIC. Málaga: Zut Ediciones, 2015.


6 FELICIDAD BLANC BERGNES (1978), Espejo de sombras. Madrid: Ed. Cabaret Voltaire, 2015.


7 JUAN LUIS PANERO, Sin rumbo cierto. Memorias conversadas con F. Valls. Barcelona: Tusquets, 2000.


8 J. BENITO FERNÁNDEZ, El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero. Barcelona: Tusquets, 1999.


9 LUIS ANTONIO DE VILLENA, Lúcidos bordes del abismo. Memoria personal de los Panero. Ed. Fund. José Manuel Lara, 2014.


10 Dos de sus poemarios más celebrados llevan por títulos Desapariciones y fracasos (1978), Enigmas y despedidas (1999) y sus memorias conversadas Sin rumbo cierto. ¿Casualidad?


11 LUIS ANTONIO DE VILLENA, op. cit.