Las flechas inconscientes de Cupido


Beatriz Carrasco Palomares. Psiquiatra

Red de Salud Mental de Bizkaia

Correspondencia: beatrzicarrasco9381@hotmail.com


“En cuestiones de amor (como en casi todo) el inconsciente es el que elige”.




¿Qué es el amor? ¿Es posible amar a otro? ¿Por qué elegimos a esa persona? ¿Será por aquello que Freud llamó Liebsbedingung (condición de amor, causa de deseo, rasgo particular)? ¿Se trata de una elección libre o está determinada? ¿Es una elección egoísta o altruista? ¿Ama igual el hombre que la mujer o mejor dicho, se ama igual desde la posición femenina que desde la posición masculina? ¿qué nos aporta el otro de la pareja? ¿A qué preguntas responde el amor y el partenaire? ¿Ha cambiado la pareja actual? ¿Cómo son los anudamientos amorosos en la actualidad? Intentaré a lo largo de este escrito de la mano de Freud, Lacan, Miller y Mazzuca dar respuesta a estas preguntas por lo menos hasta donde lo inefable del amor me permita. Y es que ya nos decía Schulz a través de Carlitos que “No solamente no puede uno explicar lo que es el amor... sino que... en realidad, uno no puede ni siquiera hablar de ello...”.


Cuánto se ha pensado y se he sentido el amor (y sobre todo el desamor) desde que el hombre es hombre y a pesar de ello el amor, esa ilusión o autoengaño necesario para poder vivir, sigue siendo un enigma. Es ambiguo e inabordable. ¿Por qué es ambiguo? Porque es placer y sufrimiento, es vida y muerte, es uno y es otro. Freud de hecho articula la muerte con el amor al otro, al semejante en Más allá del principio del placer. Sabina en su canción Amores que matan nos dice con buen criterio que el amor cuando no muere mata. El amor es motor de vida y causa  de muerte. Enredando más la madeja si cabe de la idea socrática de la vida extraemos que la vida que se equipara al amor nace de la muerte. Freud nos dirá también en sus escritos que es obstáculo y condición si llevamos el amor al campo del análisis. Esta afirmación la podemos extrapolar a otros campos porque el fenómeno del amor es único, lo que es diferente son sus manifestaciones. La dicotomía y ambigüedad del amor también está presente a lo largo de toda la obra de Lacan, especialmente en el Seminario 20 “Aún”.


No necesitamos explicar por qué el amor es inabordable. Sabemos que lo es. El amor está alienado en su propio conocimiento, en su propio saber. Sócrates en El banquete de Platón, tras el discurso de Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes y Agatón, no tendrá problema en afirmar que es ignorante en todo excepto en cuestiones de amor pero cuando se le insta a hablar, calla y es una mujer Diotima de Mantinea la que es invitada a hablar. El discurso sólo nos permite hablar del amor no sobre el amor. El saber sobre el amor sólo es posible encontrarlo en el discurso como efecto de verdad.


Como ya he mencionado el amor es un fenómeno único que se manifiesta de muchas formas. Se puede manifestar como amor a la patria, a Dios, a la familia, a las instituciones, a un ideal, a la pareja, a los hijos,... todas estas manifestaciones del amor están agrupadas bajo el despliegue libidinal, parten de un mismo monto de energía psíquica y se dirigen a distintos objetos. La diferencia en la expresividad del amor reside en base a cuál es el objeto elegido. ¿qué es si no la transferencia? La transferencia es una verdadera forma de enamoramiento, con las mismas características y particularidades que éste. En el analista se depositan montos pulsionales que redundan en la construcción de una neurosis artificial, verdadera muestra del drama personal que vive el analizante. La transferencia es amor y sin amor la transferencia no es posible de igual forma que el amor sin inconsciente no existe. Conocer la estructuración del fenómeno transferencial nos pone sobre la pista de la  estructuración del amor mismo.


Freud en su escrito “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921) y en otros escritos, aborda la cuestión del amor desde una óptica general, más allá de los límites de la pareja. En este escrito en concreto habla del amor en términos globales asimilando el amor al fenómeno de la identificación de la masa social con el líder de sus afectos. Da miedo recordar las barbaridades que se han cometido y se comenten en nombre y por amor a los ideales de un líder.


En este texto me centraré en el amor de pareja dejando al margen las otras manifestaciones del amor. De la mano de Freud me acercaré al amor haciendo un recorrido por la conceptualización freudiana de la elección de objeto. Para hablar de amor es imprescindible hacerlo también del anaclitismo y del narcisismo. Dado que son estos, anaclitismo y narcisismo, los mecanismos que a juicio de Freud están implicados en la elección de objeto amoroso en la edad adulta. En cuestiones de amor (como en casi todo) el inconsciente es el que elige.


El término “anaclítico” proviene del inglés, es la traducción inglesa del término alemán Anlehnung, utilizado por Freud. Su significado es apoyo aunque también puede ser traducido como apuntalamiento. Lacan en su obra utiliza únicamente el término anaclítico. Freud en la primera edición de Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), utiliza el término Anlehnung para referirse al hecho de que las pulsiones sexuales inicialmente se apoyan en las pulsiones de conservación. “La ternura de los padres y personas a cargo de la crianza, que rara vez desmiente su carácter erótico, contribuye en mucho a acrecentar los aportes del erotismo a las investiduras de las pulsiones en el niño y a conferirles un grado que no podrá menos que entrar en cuenta en el desarrollo posterior, tanto más si ayudan algunas otras circunstancias” escribe Freud en 1912 en “Sobre la más generalizada degradación de la vida 

amorosa”. Se obtiene la satisfacción conjunta de ambas pulsiones (yoicas y sexuales) que sólo posteriormente se satisfarán de forma independiente (alimentación-chupeteo). La madre es madre nutricia y también madre sexual. El primer objeto anaclítico - sexual del niño será el pecho de la madre, sucediendo al pecho aquellos objetos relacionados con el cuidado al niño ocupando el padre un lugar privilegiado. Será en 1914 en su obra Introducción al narcisismo donde Freud formula la expresión “elección de objeto de tipo anaclítico” (Anlehnungstypus) oponiéndola a la elección de objeto de tipo narcisista”. Por lo dicho, es importante recalcar que la mayor parte del desarrollo de la teorización de la elección de objeto en la obra freudiana lo encontramos en Introducción al narcisismo de 1914 y en la tercera edición de Tres ensayos sobre una teoría sexual de 1915.


Hay quien ha sugerido que el anaclitismo y el narcisismo son dos nociones que no se llevan bien si se considera que la primera fase del desarrollo es autoerótica y que la sucede una fase narcisista en la que la dispersión pulsional se reúne para constituir al yo. Se ha puesto en tela de juicio que los primeros objetos libidinales estén fuera del propio cuerpo salvo que el niño se considere como sabemos inicialmente uno con el pecho de la madre. Freud siempre consigue complementar lo dicho sin necesidad de desdecirse. Acalla todas las bocas al afirmar que “todo ser humano... tiene dos objetos sexuales originarios: él mismo y la madre que lo crió...”.


Las elecciones de objeto de tipo anaclítico están sujetas a transformaciones a lo largo de la historia libidinal. Entre los 2-5 años se consolidan, retroceden en la fase de latencia manifestando sólo su corriente tierna y resurgen en la pubertad. En la adolescencia se invisten con montos libidinales más intensos los objetos elegidos previamente (objetos de elección infantil primaria). El conflicto está servido, querer y no poder atravesar la barrera del incesto. El adolescente tiene que pasar de esos objetos, no permitidos en la realidad, a otros  objetos ajenos, con los que pueda aproximarse (y digo bien, aproximarse) a tener una vida sexual real. Este proceso se produce a la par que el desprendimiento de la autoridad de los padres. Procesos ambos complejos no exentos de dificultades, perturbaciones, fijaciones e inhibiciones. A este respecto Freud comentará que aquellas personas que nunca superaron la autoridad de los padres y no les retiraron su ternura o lo hicieron solo de un modo muy parcial cuando lleguen a la edad adulta en el caso de las muchachas, estas pasarán a ser esposas frías y sexualmente anestésicas. Cuanto más profunda es la perturbación más probable es la elección incestuosa de objeto amoroso.


Pero no nos engañemos, las fijaciones incestuosas de la libido no se superan del todo. Muestra de ello como señala Freud es la frecuencia con la que adolescentes de ambos sexos tienen como primer gran amor a una mujer madura o un hombre mayor pero sobre todo lo vemos en el remanente por el que las parejas sexuales son elegidas según el arquetipo de los objetos infantiles.


La elección de objeto de tipo anaclítico reúne a su vez tres tipos afines pero distintos: la elección infantil y su prolongación como elección incestuosa, la elección de un objeto diferente pero cuyo fin es el de reproducir el modelo vincular infantil y la elección de la pareja sexual adulta según el arquetipo de la madre o el padre.


La aplicación de la teoría psicoanalítica en uno y otro sexo siempre es problemática y daría lugar a muchas reflexiones pero generalizando podemos decir que Freud postula que el pleno amor de objeto según el tipo de apuntalamiento es característico del hombre. Las mujeres salimos un poco mal paradas como siempre. En la mujer prima la elección de objeto narcisista. En palabras del propio Freud: “Con el desarrollo puberal... sobreviene un acrecimiento del narcisismo originario... desfavorable a la constitución de un objeto de 

amor en toda regla, dotado de sobreestimación sexual... tales mujeres sólo se aman, en rigor, a sí mismas, con intensidad pareja a la del hombre que las ama”. No obstante, Freud tiene que admitir “que un número indeterminado de mujeres ama según el modelo masculino y despliega la correspondiente sobreestimación sexual”. Hablar de posición masculina o femenina en lugar de hablar de hombre y mujer haría las cosas más sencillas. Está claro que no se ama igual desde una posición que desde la otra. Miller impetuoso en su decir afirma que sólo aceptando la falta, la castración, se puede amar. Para Miller “amar es algo femenino” y “solo se ama verdaderamente a partir de una posición femenina”. Dirá además “que el amor siempre resulta un poco cómico en el hombre”.


Freud sostiene que el tipo narcisista de elección de objeto se relaciona con frecuencia con los desenlaces patológicos aunque los anaclíticos no estén exentos de ello. Aunque una elección parece excluir a la otra no siempre es así. Me parece interesante pararme aquí y hacer mención al caso Leonardo da Vinci en el que se producen ambos tipos de elección de objeto (anaclítico y narcisista). Ante la dificultad de abandonar la intensa fijación incestuosa a la figura materna, Leonardo se identifica con ella y es desde esta posición desde la que elige objetos parecidos a su propia persona infantil a quienes ama como la madre lo había amado.


Freud anuda la relación anaclítica con la heterosexualidad y la narcisista con la homosexualidad. Desde Schreber en adelante Freud considera que la elección de objeto homosexual es una forma de elección narcisista. Lacan como veremos aunque no marca explícitamente la conexión entre homosexualidad y relación narcisista tampoco la rechaza. Lo que sí establece es una estrecha vinculación entre la relación anaclítica (y más allá de ella) y la heterosexualidad.


En la obra de Lacan están presentes dos nociones de relación anaclítica (como el llama a la elección de objeto anaclítico).  Mazzuca me sirve aquí de guía para profundizar en estas dos nociones ampliamente estudiadas por él dentro de la obra de Lacan. Una de ellas aparece en el Seminario 4 “La relación de objeto”, donde construye el concepto anaclítico sobre el erotismo y la intersubjetividad excluyendo las pulsiones yoicas o de conservación centrales en la teorización freudiana al considerarlas secundarias. La madre ocupa el lugar del primer Otro del niño, es madre simbólica antes de ser madre real. Además de la demanda, el niño se encuentra con el deseo de la madre y el objeto que podría colmarlo, el falo imaginario. El niño no necesita hacer nada para que se le dé el lugar del falo, la madre lo ubica ahí. Será posteriormente cuando el niño, al darse cuenta de que la madre apunta más allá de él, cuando decide abandonar esta identificación (pero lo que se fue siempre queda). Él es el portador del objeto de deseo, del falo, la mujer depende de él para tenerlo. Y el varón necesita una mujer sucesora de la madre a quién dárselo. Se reproduce en la relación anaclítica adulta la relación anaclítica infantil. Esto constituye la esencia de este tipo de relación por oposición a la relación narcisista. En el Seminario 8 “La transferencia” Lacan ubica la relación anaclítica en el registro de la relación con el Otro (A) con mayúscula y la distingue de la relación narcisista que la ubica en el registro imaginario del otro en minúsculas, el otro especular (a). El significante será el que permita salir de la pura y simple captura en el campo narcisista.


La otra noción de la relación anaclítica se encuentra en el Seminario 16 “De un Otro al otro”, donde Lacan le da a la relación anaclítica un lugar de privilegio dentro de la estructura perversa al considerar esta relación como una característica esencial de dicha estructura. Perversión y neurosis se oponen una o otra, como la relación anaclítica a la narcisista. El perverso manipula el objeto a dada la imposibilidad de conjugar su goce con el Otro mientras que el neurótico pone su imposibilidad en hacer coincidir el objeto a con su imaginario narcisista. El perverso colma con el objeto a la falta en el otro, registra el vacío de goce en el Otro y se dedica a devolverle el objeto a. El  Otro del perverso es asexuado, no es hombre, no es mujer, es objeto. Lacan lo designará con el término hommelle (hombrella).


Para Lacan resulta insuficiente la relación anaclítica para sostener una relación con el Otro sexo; esta relación a su parecer debe ser superada para acceder a la heterosexualidad. Después del Seminario 16 “De un Otro al otro” Lacan establecerá las fórmulas que distinguen las posiciones sexuales masculina y femenina siendo la estructura perversa el modelo de la posición con la que el hombre se relaciona con la mujer. “El acto de amor es la perversión polimorfa del macho” dirá en el Seminario 20 “Aún”.


Ahora nos aproximaremos al amor, al amor lacaniano en sus vertientes imaginaria, simbólica y real, examinando los diferentes semblantes que el amor puede adoptar.


En su vertiente imaginaria el amor se define como fundamentalmente narcisista. Es egoísta, busca su propio bien, es falso y engañoso. Se ama la imagen de uno mismo que el otro envía como si se tratase de un espejo, no en vano es la referencia de la imagen corporal la que le permitirá al hombre medir los objetos del mundo (antropomórficos o egomórficos). Freud, de hecho, en Introducción al narcisismo (1914) se acerca a la conceptualización del narcisismo a través de la vida amorosa. Se ama lo que se es, lo que se fue, lo que se quisiera ser o a la persona que fue parte de uno mismo. Desde este planteamiento el amor a otro no es más que amor a uno mismo. Amor a la imagen de uno mismo. Se ama al que posee la cualidad que falta al yo para alcanzar el ideal amado. Elección narcisista que tiene la flecha dirigida a un ideal sexual y que es justamente el que posee eso que a uno le falta. ¡qué triste resulta nuestro autoengaño! Buscamos, ciegamente como en el mito de Aristófanes que dos sean uno cuando en el fondo sabemos que uno es uno, uno incompleto que busca completarse a sí mismo, el otro no nos completa nos  completamos nosotros pero nos completamos gracias a ese otro. El amor por ello tiene un tinte solitario, doloroso, melancólico y mortífero. La sombra de nuestra imagen y nuestro amor por ella nos traiciona y nos lleva incluso a la muerte al no poder desprender la imagen del cuerpo. De ello da buena fe Ovidio en Las metamorfosis al hablarnos de Narciso en el Libro III y de Pigmalión en el Libro X. Narciso pone su objeto de amor en su propio yo y Pigmalión en una imagen de sí. La forma imaginaria del objeto lleva en sí misma la inminencia del odio. Odio y amor son caras de la misma moneda, siendo el odio el que precede al amor. Relación intrínseca que hace que el viraje de uno a otro sea más fácil de lo que se piensa.


Pero la imagen no es la única forma de semblante que adopta el amor. El amor en la dimensión o vertiente simbólica busca captar el ser del Otro. Intenta fallidamente dar consistencia a ese Otro que finalmente también será tachado. El amor es verbo. Es una palabra, es un decir. Solo puede estar presente en el sujeto que habla porque el amor demanda y la demanda se hace a través de la palabra. Es en el Seminario 11 “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” donde Lacan intenta dar respuesta a cuál es la demanda del amor. La respuesta a dicha demanda no está en nosotros, es el partenaire el que la tiene. Es ese otro y solo él el que contesta a la pregunta: ¿Quién soy yo? Es el otro el que tiene el saber de quién somos. El sujeto pone en su mira como semblante a otro sujeto de igual forma que en la perspectiva imaginaria lo ponía en la imagen. El amor desde esta vertiente se sostiene en dos saberes inconscientes, dos sujetos que se encuentran y que se responden el uno al otro quiénes son. El amor por tanto sin inconsciente no existe. Se sostiene en el saber que cada uno de los integrantes de la pareja supone al otro. La relación entre dos sujetos (relación sexual) es la relación resultante de los efectos de esos dos saberes inconscientes. “La relación sexual no existe”, conocida cita de Lacan tiene una de sus explicaciones aquí. La relación sexual es imposible dado que lo que se ama  es el inconsciente del otro, amor de inconsciente a inconsciente. No se escribe la pareja sexual se escribe el lugar de la pareja en tanto que falta, en tanto lugar vacío, en tanto lugar no simbolizado. El amor por tanto se sustenta en un lugar fallido donde los sujetos de la relación, articulados en la cadena significante, perciben que pueden faltar ahí. ¿Puede haber algo más desgarrador?


Me surge ahora la pregunta siguiente: ¿Cuál es la función simbólica del amor en la mujer? La mujer utiliza al amor como medio para llegar a ser sujeto allí donde no es, allí donde el significante falla. Necesita el amor y que se le diga que se la ama buscando alcanzar su anhelo de ser sujeto allí donde el significante no está. La presencia del lenguaje y del amor son necesarios para que la mujer pueda gozar sexualmente. Primero habla, luego ama y finalmente goza. El goce sexual que no el del cuerpo concierne al sujeto no al ser.


Otra pregunta busca ser respondida: ¿Cuál es la relación entre amor, deseo y goce? En el deseo de toda demanda de amor hay una búsqueda del objeto a. El sujeto elegido es tomado por objeto a con el fin de satisfacer el propio goce. (En el Seminario 20 “Aún” Lacan afirma que el objeto a causa de deseo no puede ser un ser, no existe salvo como objeto). El amor no quiere saber nada de la metonimia del deseo. En la vertiente de lo real, el amor busca ser y el deseo funciona como barrera contra el goce aunque el amor busque siempre deseo de reconocimiento y reconocimiento del deseo que él no gobierna. Adopta el semblante de ser pero es imposible de capturar dado que del otro solo obtenemos restos. En el encuentro del ser residirá el extremo del amor pero para que el encuentro se dé primero se ha tenido que perder. Aquí es donde podemos relacionar el amor con el objeto del fantasma. El cuerpo del otro sólo se puede tener por partes. Otra vez Lacan nos recuerda ahora en esta vertiente que la relación sexual es imposible. Se goza de una parte del cuerpo del otro. El goce del cuerpo completo no es posible y es esta inaccesibilidad al cuerpo del otro lo que  hace que el deseo se mantenga. El deseo necesita mantenerse. No sé por qué (aunque por algo será) me viene ahora a la cabeza la maldición gitana “que se cumplan todos tus deseos” será porque como sabemos sin falta la muerte está asegurada.


Me gustaría hacer mención ahora antes de pasar a profundizar más en el tema del fantasma y la elección de pareja a otra cita muy conocida de Lacan “el amor es dar lo que no se tiene” que anuda con “a un ser que no lo es” en el último capítulo “La significancia del falo” de la sesión del 23 de abril de 1958 “El significante, la barra y el falo”. ¿Qué nos quiere decir con esto? ¿Qué damos al otro? Al otro le damos el falo que no tenemos y se lo damos a alguien que tampoco lo tiene. Esta relación se establece entre dos que ni son, ni tienen, y donde, uno finge tener el falo, y el otro, eventualmente, finge serlo. ¡Vaya locura! Un engaño compartido, ¿es eso el amor?


Abordaré ahora, como ya os anuncié, la elección de pareja desde el fantasma. La película “El” de Luis Buñuel de 1953 que toma el guión de la novela homónima de la escritora canaria Mercedes Pinto me posibilitará ilustrar a través de su trama lo que quiero explicar. Freud define el fantasma como una novela que pone en escena un deseo; un producto arcaico, sumergido en el inconsciente, matriz de los deseos actuales. De forma resumida y simplificada podemos decir que el fantasma es la novela del deseo primordial. El objeto de deseo de un sujeto adquiere su figurabilidad al constituirse el fantasma. La constitución plena de este objeto tiene lugar gracias a la aceptación de la castración. Es la elaboración de la misma, el trabajo psíquico individual y único realizado por cada uno de nosotros lo que dará lugar a nuestro guión fantasmático. Este guión a su vez condiciona la elección de pareja y configura un pacto inconsciente a partir del sostén y de la retroalimentación fantasmática singular de cada uno de los fantasmas de los sujetos de la relación. En las infinitas escenas desplegadas sobre estos cimientos fantasmáticos y portadores de las marcas edípicas, es donde cada sujeto irá perfilando su manera de  amar al objeto y que es lo que significa para él, el ser amado por éste. La pareja se constituye en base a la coalescencia, complacencia o colusión fantasmática, es decir, se constituye en base a un juego entre fantasmas. Se produce un anudamiento entre los fantasmas de cada uno que permitiría sostener imaginariamente que la relación sexual es posible, que la complementariedad es posible aunque ya sabemos que no lo es. El fantasma les permite creer, a cada uno por su parte, que alcanzaron en el partenaire el objeto deseado. Desde esta explicación se puede definir a la pareja como un soporte sintomático mutuo.


La película “El” nos permite profundizar en cómo funciona la interrelación entre los partenaires de la pareja y de qué modo el fantasma de uno sostiene al del otro. El arranque del amor, es decir, el enamoramiento entre Francisco y Gloria se produce en la iglesia. Gloria se conmueve ante la mirada deseante de aquel que le besa los pies. ¡qué importantes son los pies para los hombres! No pueden ocultar su goce parcializado, en el que el fetiche se hace presente. El reencuentro entre los amantes se produce bajo la mirada escondida de Francisco que ve a Gloria con otro, la mujer pertenece a otro. La presencia de un tercero la hace más atractiva y apetecible si cabe. Esta terminará “perteneciéndole” a Francisco pero este siempre temerá que otro hombre se la robe. En un banquete organizado por Francisco, éste en presencia de todos los comensales, hablará del amor (de qué otra cosa se puede hablar en un banquete). Argumentará que las elecciones de pareja están predeterminadas por la vida del sujeto. Gloria quedará seducida irremediablemente por Francisco tras el discurso. La admiración y el amor. ¡qué difícil es que este presente uno sin la presencia del otro! A lo largo del film se observa cómo se produce en Gloria el cambio de posición desde la alineación en el deseo del otro a una posición subjetiva. Primero se muestra alienada en el deseo manifiesto de su madre (ser la esposa sumisa de un hombre pudiente) para luego alinearse en el deseo de Francisco prestándose a ser un objeto de enlace con  otros hombres. Gloria, en un momento de la película, pasa a relatar su historia al exnovio y es en este momento en el que comienzan las reflexiones y el cambio. Gloria ha anudado su fantasma masoquista, el ser una mujer no suficientemente casta o incapaz de satisfacer a un hombre con el fantasma de Francisco de ser un desposeído dada su identificación con el abuelo (toda nueva posesión se adquiere desposeyendo a otro pero a su vez se corre el peligro de ser desposeído). Los une un pacto de goce, pasión y sufrimiento, en donde cada uno alentará que el otro ponga en escena su propio fantasma. El sujeto no podrá desear mientras necesite ser lo que le falta al otro. Ser deseante no es lo mismo que ser deseable. Gloria terminará desembarazándose de su lugar en el fantasma de Francisco y éste se precipitará a la locura.


No puedo dar por finalizado este escrito sin dar respuesta a las dos últimas preguntas que formulé al principio del mismo: ¿Ha cambiado la pareja actual? ¿Cómo son los anudamientos amorosos en la actualidad? “Los tiempos han cambiado” como dicen los mayores (aunque no sé si vale decir aquí que “cualquier otro tiempo pasado fue mejor”) e inevitablemente con ello también lo han hecho los vínculos amorosos. Se ha cambiado la ilusión de la completud de los sexos por la del sentir individual y particular del propio goce, del propio deseo. Se ha pasado del egoísmo comedido al egoísmo desmesurado. La mujer ha roto sus cadenas. Se ha liberado del dominio del hombre que llevaba el manejo o el liderazgo de la relación a posicionarse como dueña de su cuerpo, decidiendo cuándo o no sentir placer. La incorporación de la mujer al mundo laboral y académico le ha dado autonomía y valía propia lo que le ha permitido repensarse y releerse en el contexto socio-cultural en el que vive y ampliar y cambiar los anudamientos de pareja existentes. La nueva posición de la mujer hace trastabillar al hombre que ahora más que nunca no sabe lo que la mujer quiere de él. La mujer se ha masculinizado y el varón ha sido invitado a feminizarse, por ello la degradación de la vida amorosa en el hombre escindiendo el amor y el deseo propio  de la posición masculina ha pasado a ser frecuente en la mujer contemporánea. La mujer ha pasado a adoptar cada vez con más frecuencia una posición masculina que hace que desdoble al partenaire masculino en un hombre que las hace gozar y al que desean y otro que las ama, feminizado y castrado. La fijeza de los roles de antaño ha dejado paso a la inestabilidad de los mismos o como dice Miller a la “fluidez generalizada del teatro del amor”.


Los anudamientos de la pareja contemporánea podrían enmarcarse en una lógica del desconcierto, donde prima el propio deseo, el propio goce proyectado en otro con un semblante de amor; en donde prima el fantasma, que se deja ver en ese egoísmo enmascarado de un “te amo” que en realidad es un “me amo” pero te necesito para que me completes y así poder alcanzar mi ideal amado.


El valor del amor está ahora sesgado, reducido a términos contractuales. Ha sido transformado en mercancía, como casi todo, al igual que ocurre con los cuerpos y los sujetos. El “uno” ha dejado paso a lo “múltiple”. La exclusividad se ha supeditado a la cantidad. El amor como el dinero se devalúa y se degrada y no sólo eso se busca una explicación científica al amor. ¡Cómo si el amor pudiese ser explicado desde una teoría de la química o según el modelo animal! El amor nos permite ser humanos. Ningún modelo químico ni animal podrá dar respuesta a qué es el amor. El amor es una de nuestras mejores suplencias. Para no enfermar necesitamos crear el artificio del amor. ¿Qué es si no la psicosis? La imposibilidad de formar parte del teatro del amor. El psicótico es el condenado a no amar, el que muere en vida hastiado y cansado de hacerse el amor a sí mismo. El amor, en definitiva, es una de las mejores soluciones que los hombres hemos encontramos para no caer en la locura. Eso es el amor, una solución, el espejismo de la cordura.


Llegados a aquí creo haber respondido a las preguntas planteadas al principio de este escrito. El amor es una ilusión,  un autoengaño pero nos da identidad y vida. Es azaroso y contingente y tiene que ver con nuestras marcas inconscientes. No existe la casualidad en el amor sino la causalidad. El amor es un constructo, es un trabajo que necesita de una gran creatividad, inventiva y valentía. Para amar hay que ser valiente.


Yo, de momento, he decidido seguir engañándome... El engaño del amor me sienta bien.


“Si el amor pudiese escribirse se escribiría en rojo”.

A Fran, mi partenaire.

Valladolid, 12 de febrero de 2016.


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