Consideraciones acerca de la transferencia


Sara García Fernández. MIR Psiquiatría

HURH Valladolid.

Correspondencia: saragarcia14@gmail.com


INTRODUCCIÓN

La transferencia es uno de los conceptos fundamentales elaborado por Freud a partir de sus primeras experiencias con pacientes histéricas. En 1895 introduce el término Übertragung1 para referirse al desplazamiento de afecto de una representación a otra. Pero su construcción conceptual fue elaborándose a lo largo de los años. De esta forma, existe un gran salto entre esta primera concepción y la frase de Lacan de 1978 donde dice que la transferencia necesita la instauración del Sujeto Supuesto Saber2, es decir, la suposición de que alguien sabe algo acerca de lo que a uno le pasa.


Curiosamente, esta estructura asimétrica de la transferencia está presente en la obra más importante sobre el amor de la civilización occidental. No es por casualidad que Freud3 se fijara en el Banquete de Platón4, ni que Lacan dijera que Sócrates se ubica en la posición de analista frente a Alcibíades en el comentario que le dedica a esta obra en la primera parte de su Seminario de 1960-61 dedicado a La transferencia5.

   


1 Freud, S. y Breuer, J. (1992 [1895]), Estudios sobre la histeria, en Obras Completas, t. II, Buenos Aires, Amorrortu, p. 97(aunque evidentemente aquí la palabra no está usada en su sentido técnico, tal como aparece por primera vez en p. 306) (las referencias a esta edición de las obras completas serán indicadas como “AE” —Amorrortu Editores— seguido del tomo en números romanos).

2 Lacan, J. (1977-78), Seminario XXV. El momento de concluir, Inédito.

3 Por ejemplo, Freud, S. (1992 [1905]), Tres ensayos de teoría sexual, AE VII, p. 124.

4 Cf. Platón, (1988), Banquete, Diálogos III. Madrid: Gredos.

5 Cf. Lacan J., (2003 [1960-1961]), Seminario VIII, La transferencia. Buenos Aires: Paidós.





EL BANQUETE


El Banquete es uno de los diálogos de Platón. En concreto, se trata de una sucesión de discursos sobre el amor, pronunciados por una serie de personajes que había reunido el poeta trágico Agatón para celebrar su victoria en el concurso dramático en las fiestas en honor a Dioniso. Tras el banquete, se acuerda no beber para poder hablar con propiedad sobre el dios Eros, y es entonces cuando se pronuncian los seis discursos. Después del sexto discurso, el de Sócrates, irrumpe el joven Alcibíades borracho con un séquito de hombres que le siguen en las mismas condiciones y acusa a Sócrates de haberlo rechazado en innumerables ocasiones a él, cuya belleza era conocida en toda Atenas. A partir de aquí, Alcibíades desarrolla un último discurso sobre el amor6.


Alcibíades está indignado y comenta que ha manifestado en diversas ocasiones su amor por Sócrates y éste ha rehusado su proposición de amor, no ha aceptado dejarse amar ni desear él, que según los criterios de lo bello, no tendría nada para seducir. Alcibíades da así una descripción del enamoramiento muy disimétrica, hasta el punto de quejarse de que Sócrates no responda aun cuando los dos están bajo la misma manta en una cama.


El primer discurso es el de Fedro, quien plantea la metáfora del amor. La maravilla del amor se produce cuando alguien que es erómenos, alguien que es amado, alguien que se supone que es el que tiene lo que al otro le falta, consiente transformarse en erastés, en deseante, consiente mostrarse en falta. Curiosamente, es así también como finaliza el discurso de Alcibíades. Éste se pregunta al final del Banquete, ¿Por qué 

  


6 Tomamos aquí los desarrollos de Jacques-Alain Miller en, Miller, J.-A. (1991), “El reverso de la transferencia”, Uno por uno, 20, pp. 11-18.





Sócrates, su amado, rechaza manifestarse como amante con respecto a él? ¿Por qué rechaza la metáfora del amor? Es precisamente en su rechazo donde Lacan ve una anticipación de la posición del analista, la de no ceder al fenómeno amoroso que se produce en una relación intersubjetiva cualquiera como es, por ejemplo, la relación analítica.


LA ESENCIA DEL DISCURSO DE ALCIBÍADES


Para introducirnos ahora en la historia de Alcibíades podemos preguntarnos ¿qué es lo que hay de deseable en Sócrates? Alcibíades presenta a Sócrates como una pequeña estatuilla de Silenoque se puede desenroscar y en cuyo interior, tras esa fea apariencia, encontramos pequeños objetos preciosos. Entonces, para él, en el interior de Sócrates hay algo precioso que es precisamente lo que le atrae y le lleva hacia él. Ahí tenemos el ágalma, u objeto precioso, algo que concierne a Sócrates y cuya naturaleza el propio Alcibíades desconoce. Aparece velado, no es visto. Sin embargo, aunque Alcibíades no lo haya visto jamás, está seguro que está ahí. Este ágalma se fabrica a partir de mostrar la falta en ser, es decir, cuando el sujeto, en este caso Sócrates, se muestra como deseante. De aquí surge lo que podríamos considerar como una segunda metáfora del amor, pero que concierne esta vez a la posición del analista en la transferencia, y que se refiere a cómo de la falta en ser pasa uno a convertirse en amado.


Así, en el lugar en el que estaba la falta, donde estaba el deseo, se revela el objeto precioso. Esto equivale a la fórmula de Lacan: «cuanto más desea uno, más deseable se vuelve»8. Aquí está el secreto de Sócrates, ser deseante, y, en concreto, ser 

  


7 Estatuillas que representaban al dios Sileno, compañero de Dionisos, propias de la época.

8 Lacan J. (2003 [1960-61]), El seminario, Libro 8, La transferencia. Buenos Aires: Paidós, p.154.





alguien habitado por el deseo de saber. Y es esta intensidad del deseo de Sócrates lo que le da la apariencia de alguien que tiene aquello que al otro le falta.


Esto no impide que Sócrates ensalce a Alcibíades e incluso muestre su aprecio por él. Pero rechaza de pleno ser su amado, rechaza ser deseable, rechaza incluso ser digno de ser amado. Sócrates es el que sabe que a partir de lo que presenta de vacío, a partir de retener la nada, a partir de lo que no tiene, hace surgir esta apariencia de tener los objetos preciosos a ojos de Alcibíades. Y lo más llamativo es que desde dicha posición, que antecede la posición del analista, le hace una interpretación a Alcibíades aclarándole que ése que él ama no es él, Sócrates, sino el bello joven Agatón, el poeta trágico que salió victorioso en el teatro. Estas son las claves que del Banquete podemos extraer como estructura de la transferencia y que fundamentan, como vamos a ver, el deseo del analista y el Sujeto Supuesto Saber


ANNA O.


A finales del siglo XIX, antes de inventar el psicoanálisis, Freud conoce a la que será la primera paciente analizada de la historia del psicoanálisis, Bertha Pappenheim. Esta joven, paciente de Josef Breuer, se convertirá con los años en una de las grandes figuras de la asistencia social en Alemania, y en una de las pioneras en la defensa de los derechos de la mujer y del niño. Esta paciente, más conocida por el sobrenombre que le dio Freud, Anna O., tiene el mérito de haber inventado el método catártico o –como lo llamaba ella– el método de la «talking cure», método que con el tiempo se convirtió en el precursor del psicoanálisis.


El tratamiento que mantuvo con Breuer parecía desarrollarse de manera muy adecuada y bajo las mejores condiciones. Ella asociaba, elaboraba, los síntomas cedían y no mostraba ninguna oposición. Sin embargo, no todos pensaban que el  tratamiento funcionara adecuadamente. La mujer de Breuer comenzaba a pensar que su marido se estaba ocupando demasiado de dicha paciente, percibía en él un cariño especial hacia dicha paciente. No eran infundadas estas sospechas, de hecho, la paciente realiza en un momento determinado una pseudocyesis, es decir, un embarazo nervioso. Ante el surgimiento del atisbo o la sospecha de un posible amor o enamoramiento por parte de la paciente en el tratamiento, Breuer parece asustarse y da por finalizado el tratamiento. En ese momento, decide tomarse unas vacaciones y lleva a su mujer a Venecia donde queda embarazada. Freud, por el contrario, queda muy impresionado por este episodio y comienza a plantearse la cuestión del amor como algo propio de la relación terapéutica.


De esta manera, cuando tiene que desarrollar por primera vez esta idea, comenta que una paciente suya se había sentido muy avergonzada al desear, durante una de las sesiones, que su médico se abalanzara sobre ella para besarla9. Avergonzada, se marcha, pasa la noche sin dormir y en la sesión siguiente ya no es capaz de hablar. Según parece, la paciente cada vez se encontraba más cerca del origen de sus síntomas, que no era otra cosa que una idea reprimida, es decir, algo que ella no recordaba. En concreto, se trataba de la idea o el deseo de que un hombre que le era prohibido por su condición social le abrazara y le robara un beso. Y es precisamente en ese momento, cuando la paciente se encontraba más próxima al recuerdo patógeno que, como no puede recordarlo, pasa a repetirlo escenificándolo o poniéndolo en acto sobre la persona del médico, en este caso, Freud10. En lugar de rememorar, la paciente actúa (agieren) sobre la persona del médico mediante 

  


9 FREUD, S. Y BREUER, J. (1992 [1895]), Estudios sobre la histeria, AE II, pp. 306-7.

10 Cf. FREUD, S. (1992 [1912]), «Sobre la dinámica de la transferencia», AE XII.





un «falso enlace», indicando con ello que la transferencia siempre tendrá algo de falso, de mentira, de engaño. Y aclara además que «cuando en el tratamiento las cosas se han llevado a este punto, se puede decir que la anterior neurosis ha sido sustituida por una nueva, la neurosis de transferencia»11 de la cual el enfermo puede ser curado mediante el trabajo terapéutico.


En este sentido pareciera que la transferencia es un obstáculo a ese recordar, un obstáculo a la cura. Efectivamente, así es, ésa es una de las vertientes de la transferencia de las que habla Freud. Pero la transferencia también tiene otra cara y es la que le interesa a Freud, él dice que si el médico sabe leer lo que está en juego, entonces puede tener acceso al inconsciente. Es decir, el analista debe saber manejar esta frágil frontera entre repetir y recordar12. En este segundo sentido, la transferencia es el motor del tratamiento analítico. Es decir, tiene una vertiente negativa que tiene que ver con la pulsión; y otra vertiente positiva que tiene que ver con el significante, el desciframiento y el inconsciente.


DORA


Otro punto importante donde vemos los entresijos de la transferencia es en el caso Dora13. Un caso del que nos habla Freud en el que el tratamiento no marchó como se esperaba, un caso que el propio Freud reconoce que fracasó. Ella abandonó el tratamiento y Freud trató de explicar cuáles fueron

las razones de dicho desenlace.


   


11 FREUD, S. (1992 [1920]), Más allá del principio de placer, AE XVIII, p. 18.

12 Cf. FREUD, S. (1992 [1914]), «Recordar, repetir y reelaborar», AE XII.

13 Cf. FREUD, S. (1992 [1905]), Fragmento de análisis de un caso de histeria, AE VII.





Dora va a ver a Freud en un estado alterado y le cuenta, de manera reivindicativa, que su padre está dispuesto a todo, incluso a entregársela a un amigo, el Sr. K, con tal de desembarazarse de ella y así poder asegurar él su relación con una dama, la esposa del amigo, la Sra. K. El padre de Dora, también amigo de Freud, le había advertido que ella no atendía a razones. Entonces Freud, en este momento, lo que hace es darle toda la razón a Dora, aceptar sus palabras y considerar que tienen una lógica, que su padre no jugaba un juego limpio. En la disputa entre Dora y su padre, Freud, en contra de lo que pudiera parecer dada su amistad con el padre, se ubica del lado de Dora, del lado de la paciente. Con esta maniobra consigue establecer una relación que permite el inicio del trabajo de la paciente. Sin embargo, a medida que avanza el tratamiento Freud nota que las cosas no van bien. Nota que la paciente se le escapa y escribe «no logré dominar la transferencia a tiempo»14. Examinemos los motivos que alega Freud.


Al principio, Freud comenzó a advertir que Dora transfería en él la figura de su padre, quizá porque eran amigos, quizá por la notoria diferencia de edad entre ambos o por la hostilidad y desconfianza que sentía hacia el analista. El caso es que ella pone a prueba en todo momento en la transferencia su hostilidad hacia el padre mostrándosela a Freud quien le recalca «usted obra eso como lo hace con su padre», es decir Freud le interpreta la transferencia. Posteriormente, en un segundo momento, Dora se propone abandonar la cura al igual que había abandonado la casa del Sr. K, pero Freud prefiere no decirle lo que pensaba al respecto, que había realizado la transferencia del Sr. K a su persona. Y he aquí el error. Este hecho, el no haberle interpretado nuevamente la transferencia es lo que describe como error. Y es que para Freud, en aquel momento, adueñarse de la transferencia se refería a 

   


14 Ibíd., p.103.





interpretarla para abolir cualquier obstáculo, permitir que emergiera el recuerdo a lo consciente y así poder trabajarlo en la cura.


LAS MÁSCARAS DE LA TRANSFERENCIA


Es decir, primero es el padre y después el Sr. K. Por eso Freud advierte que siempre hay que estar al acecho del nuevo personaje que llega, porque la situación transferencial va a repetirse. El tratamiento avanza precisamente con las diferentes máscaras con las que el paciente cubre al analista. Cuando uno advierte la máscara que lleva, podrá hacer asociar para recordar las secuencias del conflicto. La cuestión es que siempre estará presente algún tipo de máscara, por eso Freud al principio habla de transferencias en plural y no en singular.


Hay una escena muy famosa en la historia del psicoanálisis que es la escena en la que Dora le da una bofetada al Sr. K. El Sr. K quiso seducir a Dora, estuvo durante meses haciéndole múltiples regalos, de la clase de regalos que en la sociedad vienesa de entonces se hacían a las novias o amantes, regalos que Dora aceptaba. Cuando caminaban por el estanque, y para seducirla, pronunció esta frase que se ha convertido en célebre desde entonces: mi mujer no significa nada para mí15. Es ahí cuando Dora le da la sonada bofetada. Se la da porque el verdadero objeto de interés de Dora no es el Sr. K, sino la Sra. K. Aquella frase entonces, representaba para Dora una verdadera injuria hacia ella. Esa mujer, aquella sobre la que Dora mostraba todo su interés, no era nada para él. Entonces vemos que detrás de la máscara del padre está la del Sr. K, detrás de la máscara del Sr. K está la Sra. K y, en este sentido, podemos preguntarnos, ¿Qué hay detrás de la Sra. K? ¿Por qué le interesa tanto a Dora?

  


15 Ibíd.., p.87. «Usted sabe, no me importa nada de mi mujer».





En realidad, pareciera que esta alternancia de máscaras en realidad fueran un intento de dar cuenta de algo que resulta difícil de simbolizar y que nunca acaba siendo apresado del todo16. Así, cada persona repite determinadas secuencias, máscaras, actos o síntomas, en un intento de atrapar, de aislar, de volver a encontrarse con ese resto de real al que podemos llamar objeto a.


LA UNIVERSIDAD DE LA TRANSFERENCIA


Hemos visto cómo la transferencia comenzaba a ser algo propio del análisis, algo además que se percibía en todos los casos, no sólo en Anna O. y en Dora. También los discípulos de Freud comenzaron a percibir el mismo fenómeno. La misma Sabina Spielrein se había echado a los brazos de Jung, que al igual que Breuer, terminó por pensar que tal enamoramiento era concretamente hacia su persona. Sin embargo, Freud vislumbró el carácter universal de la transferencia, es decir, no se trataba de que Sabina se hubiera enamorado de Jung, o de que Anna O. lo hubiera hecho de Breuer, como si se pudieran haber enamorado en cualquier otro contexto, por decirlo de alguna manera, si no que se trataba de que este enamoramiento surgía como resultado de todo tratamiento analítico, fuera quien fuera el terapeuta, y era el índice de que las cosas estaban cerca de salir a la luz. El propio Thomas Szasz hacía alusión a esta cuestión diciendo que «cuando me miran a mí que soy feo como un piojo, me pregunto cómo es posible que se aferren a mi persona»17. La paciente ama y el psicoanalista no ha hecho nada para seducirle, no ha hecho otra cosa que iniciar el tratamiento. Por eso Freud decía que el analista no debía perder de vista su meta, es decir, el médico no puede 

   


16 Cf. LAURENT, E. (1994), Entre transferencia y repetición. Buenos Aires: Atuel.

17 Cf. SZASZ, T. (1957), On the theory of psychoanalitic treatment, International Journal of Psychoanalysis, 38 (3-4), pp. 166-182.





hacer como cuando en una carrera de perros, donde el premio es una ristra de salchichas, dejar que un bobo la arruine lanzando una sola salchicha a la pista sobre la que se abalanzan los perros, olvidando la carrera y la ristra que aguarda al vencedor18.


Para Freud esta cuestión quedaba clara e insistía en que la respuesta del analista frente a la demanda de amor no pudiera ser otra que la abstinencia. En realidad, se trata de una especie de respuesta que realza la santidad. De hecho, Lacan presenta al analista como un santo, algo que remite a un chiste de Michel Foucault relatado por Mathieu Lindon, santo no es aquel que ofrece la mejilla derecha después de haber sido golpeado en la izquierda, sino el que soporta a un enamorado cuando él mismo no lo está19.


Por lo tanto «la transferencia no es la puesta en acto de la ilusión que nos empujaría a una identificación alienante» (como los posfreudianos habían tratado de concluir), sino que «la transferencia es la puesta en acto de la realidad del inconsciente»20. Eso es lo importante. Lo importante es la repetición compulsiva de los significantes de la historia del sujeto, no los afectos de amor y agresividad. De hecho, esos significantes hacen avanzar la cura, mientras que los afectos la frenan.


¿Interpretar la transferencia?


Respecto al abordaje que se le da a la transferencia, convendría aclarar una cuestión técnica importante. En el caso Dora 

   


18 FREUD, S. (1992 [1912]), «Puntualizaciones sobre el amor de transferencia», AE XII, p. 172.

19 LINDON M. (2013), Ce qu’aimer veut dire. París: Gallimard.

20 LACAN, J. (1987 [1964]), El seminario, Libro XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis Buenos Aires: Paidós, p. 152.





hemos visto cómo la manera de hacer de Freud con la transferencia era interpretándola. Esto se convirtió en el método utilizado por los posfreudianos y como consecuencia de este proceder se desarrolló, en parte, en la historia del psicoanálisis, toda la problemática de los trastornos límite. Cuando a una paciente histérica se le dice, por ejemplo, que «usted hace esto o aquello porque está transfiriendo sobre mí la relación que tenía con su padre», esto no puede sino generar un profundo enfado, una desestabilización y la sensación de que no se tiene en cuenta las palabras de la paciente. Es decir, se genera y se potencia la inestabilidad emocional propia de los llamados borderline, que no es otra cosa que la respuesta de enfado de una paciente que no se siente escuchada. Algo parecido ocurrió con Dora, Freud se empeñaba en hacer interpretaciones que Dora rechazaba constantemente, hasta que al final abandona el tratamiento. Sin embargo, Freud fue desarrollando la técnica y la interpretación de la transferencia fue quedando atrás.


Hay un bonito ejemplo de cómo Freud pasó a tratar la transferencia. Este ejemplo se encuentra en el análisis con Freud que llevó a cabo la poetisa y novelista estadounidense Hilda Doolittle. La autora, recuerda su análisis con el Profesor Freud, un Freud septuagenario. Ella relata una curiosa anécdota21. Hilda Doolittle había enviado a Freud un ramo de gardenias, sus flores favoritas, para su cumpleaños, cosa que hacía siempre en esa misma fecha. En aquella ocasión, ella olvidó escribir su nombre en la nota que acompañaba a las flores. Freud tuvo en cuenta este olvido y le respondió con una carta suponiendo que había sido ella quien le había hecho el regalo. La novelista no supo qué había enfurecido tanto a Freud. En su siguiente sesión habló con cierta distancia e indiferencia, con menos implicación que en otras ocasiones,  

  


21 BASSOLS, M.(2014), «Las paradojas de la transferencia», Virtualia, 29.





hasta que Freud interrumpió sus palabras golpeando con la mano en el diván y diciendo: «el problema es que soy un anciano; usted no cree que valga la pena amarme». El impacto de estas palabras impidió que ella pudiera agregar cualquier otra cosa, y se preguntó qué era lo que Freud había querido decir.


Cabe destacar, que para ella Freud ocupaba un lugar muy destacado y que lo admiraba y estimaba por muy diversas razones, es por ello que ella explica lo sucedido con las siguientes palabras: «Fue exactamente como si el Ser Supremo hubiera golpeado con el puño en la parte posterior del diván donde yacía»22. Es decir, es el mismo Ser Supremo quien habla desde ese lugar de sugestión para decir que ella no lo considera un ser tan adorable, ya que es un anciano. Freud recalca la mentira propia del amor de transferencia, de que, aunque lo admire, no lo ama ni lo desea, simplemente lo idealiza. Ella ha estado mintiendo sobre su objeto de amor y él lo pone de manifiesto golpeando en el diván.


Es decir, trata de golpear y despertar al sujeto en su división alejándolo de los efectos de la sugestión con la pregunta ¿Qué es lo que tú quieres? ¿Cuál es el objeto de tu deseo? Por lo tanto, no se trata de una interpretación de la transferencia como los postfreudianos solían hacer, sino que aquí Freud le interpreta apoyándose en la transferencia, pero con la intención de separar a la paciente de los efectos de la sugestión.


EL SUJETO SUPUESTO SABER Y EL DESEO DEL ANALISTA


Hemos visto que la transferencia es el amor, un tipo de amor especial. El paciente viene a consulta con la pregunta de que 

   


22 DOOLITTLE, H. (1984), A tribute to Freud: Writing on the Wall-Advent, New York, New Direction Books, p.16.





no sabe qué le pasa. Hay una falta de saber y espera encontrar en el tratamiento ese saber que no tiene. Está en falta y trata de encontrar en el análisis o en la figura del analista ese saber. Lacan introduce aquí el concepto de Sujeto Supuesto Saber, que es la atribución de un saber al Otro, pero no el Otro como persona, sino como lugar. Y hace de este concepto el pivote de la transferencia. Alcibíades atribuía a Sócrates un saber y es sobre ese saber que pivotaba la transferencia. Pero a diferencia de las prácticas de la sugestión como la psiquiatría y la psicología, el analista se niega a usar el poder que le otorga la transferencia, porque para él, el único que sabe es el inconsciente mismo del sujeto.


Esto es algo muy importante en el tratamiento de la psicosis. Por el riesgo que se produce de generar una serie de fenómenos transferenciales devastadores, persecutorios o erotomaníacos, cuando el terapeuta se ubica en la posición de saber, que en realidad es una impostura.


Veíamos también con Sócrates la diferencia que se establece entre deseo y demanda, conceptos que a menudo se confunden. Alcibíades le demandaba a Sócrates que le amara, pero Sócrates desde su posición, que como decíamos representaba la nada, es capaz de interpretarle y decirle que en realidad no lo ama a él, sino a quien se sentaba a su lado, Agatón. Es decir, no responde a su demanda y enfrenta así al sujeto a una verdad que le es devuelta. En el momento en el que el sujeto acepta que el saber está en su propio discurso, se produce un cambio del amor de transferencia en transferencia de trabajo, haciendo posible la aceptación de que el analista no tiene el saber y donde el sujeto habrá de elaborar un saber sobre su propio goce. Este será su descubrimiento. Es decir, el analista no tiene que guiar hacia un saber, sino hacia las vías de acceso hacia ese saber.


CONCLUSIÓN


El problema que muestran estas cuestiones sobre la transferencia surge cuando algunos profesionales intentan hacer que los pacientes piensen las cosas como ellos. La clínica actual está basada en este criterio, muchos trastornos son identificados como tales cuando «se apartan acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto»23. Esto era precisamente lo que planteaban los posfreudianos, atribuir un poder al analista para decidir cuándo el analizante estaba adaptado a la realidad y cuándo no, basándose para ello en su propia percepción correcta de la realidad. La parte sana del yo, como decían los posfreudianos, sería esa parte del yo que pensaría como el analista, convirtiendo al psicoanálisis, al igual que las demás prácticas psiquiátricas y psicológicas, en el ejercicio de un poder.


¿Bajo qué criterios un terapeuta, de cualquier orientación, médico o psicólogo, puede decidir lo que es la realidad y a qué se tiene que adaptar o a qué no el paciente? Resulta del todo disparatado hablar de que exista una única realidad objetiva, un único punto de vista y pretender que sea el terapeuta quien posea los criterios para definirla. Esto, desde luego, es una falacia. La ciencia moderna nos pone en jaque sobre una concepción de la realidad tan ingenua. Por lo tanto, cuando el profesional supone que él está mejor adaptado a la realidad que el paciente, reduce la cura a una sugestión, en la cual impone sus propias ideas al paciente24. Este profesional desconoce, como decía Freud, que «nadie puede ir más allá de lo que le permiten sus propios complejos inconscientes y sus resistencias internas»25. Por eso aconsejaba que  «el que no se 

  


23 APA, (2014), DSM-5, Madrid, Editorial Médica Panamericana, p.645.

24 Cf. FREUD, S. (1992 [1919]), «Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica», AE XVII.

25 FREUD, S. (1992 [1910]), «Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica», AE XI, p.136.





analiza no sólo se verá castigado por su incapacidad para aprender de sus enfermos más allá de cierto límite, sino que además puede convertirse en un peligro para el otro»26.


La idealización del terapeuta como quien detenta el lugar del saber la «autoridad del médico»27 la llamó Freudsupone el peligro del enamoramiento del paciente hacia su persona (con el peligro añadido de generar una erotomanía de Dide en caso de que se trate de una psicosis) y el peligro del furor sanandi, un goce omnipotente y omnisciente junto a la fantasía de hacer al paciente a nuestra imagen y semejanza. De lo que se trata, por el contrario, y de esto daba ejemplo Sócrates, es de no imponer un saber sobre el paciente sino de ayudarle a acceder al camino para encontrar cuál es su verdadero deseo, no el nuestro, y así hacer resplandecer aquello que al paciente lo hace único. De eso trata la ética de la individualidad, la particularidad y la propia elección del sujeto.















   


26 FREUD, S. (1992 [1912]), «Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico», AE XII, p. 116.

27 FREUD, S. (1992 [1912]), «Puntualizaciones sobre el amor de transferencia», AE XII, p. 166.