LIBROS



INSTRUMENTAL.

Memorias de música, medicina y locuraJames Rhodes. Blackie Books. 2015


S.L.C.




“La música clásica me la pone dura”… Son las primeras palabras de, “Instrumental”, el libro de James Rhodes que anticipan el tono, tan franco como en ocasiones obsceno, de lo que vamos a encontrar en las páginas que siguen. quizás sea este tono, o tonalidad, pues se trata de un músico, el más adecuado a lo que el libro cuenta, la historia de una vida destrozada por el abuso sexual de un profesor en la infancia y la redención de esa vida rota por la música clásica.


Desde los seis a los diez años, Rhodes, fue violado salvajemente por su profesor de gimnasia sin que nadie lo advirtiera y sin que el niño, por vergüenza, fuese capaz de contarlo:


Abusos. Menuda palabra. Violación es mejor. Abusar es tratar mal a alguien. Que un hombre de 40 años le meta la polla por el culo y a la fuerza a un niño de seis años no se puede considerar abuso. Es muchísimo más que un abuso. Es una violación con ensañamiento…


La vergüenza, dice Rhodes, es el motivo por el que no se lo contamos a nadie: las amenazas funcionan cierto tiempo, pero no años. La vergüenza asegura el silencio y el suicidio es el silencio definitivo.


Esas violaciones reiteradas a lo largo de años dejaron cicatrices (internas y externas), tics, trastorno bipolar, trastorno obsesivo-compulsivo, depresión, ideación suicida, autolesiones, alcoholismo, drogradicción, paranoia, estallidos de rabia (angerattacks), trastorno por stress post-traumático, (la hipervigilancia es uno de los síntomas más raros), y trastorno disociativo de la personalidad, según el cual, dice Rhodes, tengo trece identidades distintas.


No sé si falta algo en el catálogo de perturbaciones que Rhodes dice haber padecido en los años siguientes a las violaciones. De un día para otro, pasó de ser un niño lleno de vida a convertirse en un autómata aislado y apagado. Rhodes, escribe, que no va a describir con detalle los aspectos sexuales para mantener la cordura y porque algunos de vosotros, advierte, “podríais utilizar algunos fragmentos para alimentar vuestras fantasías sexuales” pero no renuncia a la tonalidad obscena porque lo ocurrido en el gimnasio en esos años le cambió la vida que pasó a ser asquerosa y no exista otra manera mejor de contarlo sin recurrir a un lenguaje que a veces puede parecerle a algunos, también asqueroso. A los 10 años, cambia de colegio pero ahora es él quien se ofrece a colegiales mayores y adultos para conseguir cosas como dulces y sabe reconocer de modo  inmediato la mirada de un pederasta. A los 13 ingresa en el internado de Harrow, un colegio de élite de 30.000 libras al año donde durante cinco años, “más de lo mismo” (promiscuidad y lavabos) pero con un profesor de piano eficiente. Añade otro descubrimiento, el alcohol, que era lo único que podía compararse al piano y al tabaco que había descubierto tiempo antes. A los 18, Universidad de Edimburgo. Esta vez son las drogas las que ocupan el tiempo de las clases a las que no acude: ácidos, cocaína o speed. Es un tiempo del que apenas recuerda nada pero que lo lleva al psiquiatra y a su primer ingreso. Alta. Se va a París. Sin que sepa las razones, deja de beber y de drogarse. Acude en Francia a narcóticos anónimos y a alcohólicos anónimos. Vuelve a Londres. Trabaja en la City, gana dinero. Nunca menciona el origen de sus ingresos pero es evidente que en estos primeros tiempos, nunca faltó el dinero en su vida, por familia o por su trabajo financiero. Se casa. Tiene un hijo que despierta sus temores1. Interroga una y otra vez a los directivos del colegio al que pretende llevarlo sobre las medidas de la vigilancia que tienen para evitar los posibles abusos de los otros alumnos y de los profesores, en especial, los de gimnasia. Tiene periodos estables de poca duración. Deja el trabajo en la City y decide, ya que lleva 10 años sin tocar el piano, convertirse en representante de músicos clásicos. Acude a Verona para asociarse con un famoso representante que le pregunta si sabe tocar el piano y al asentir Rhodes, le pide que toque algo. Franco, el representante, le dice que lleva 25 años en el oficio y no había oído nunca a nadie tocar así, que no fuera pianista profesional. Le busca un profesor. Ensaya con él. Da su primer concierto público. Recae, ingresa en un psiquiátrico de nuevo, se intenta suicidar ahorcándose en el 

  


1 Su primera mujer que en el libro es tratada con respeto y afecto, presentó una demanda judicial para impedir la publicación del libro basándose en que podría afectar gravemente a su hijo. Después de perder la demanda en primera instancia, Rhodes, fue autorizado por el Tribunal Supremo a publicar el libro.





lavabo del pabellón pero lo rescatan los enfermeros. Un amigo lo manda a un centro especial de Phoenix. Allí mejora. El centro regido por un espíritu bíblico disimulado, le hace escribir listas de personas a las que ha ofendido, insultado o a las que debe algo. Hacen que las llame por teléfono y se disculpe con ellas. Mejora. Vuelve a Londres donde su mujer pide el divorcio. Se hunde de nuevo. Descubre que cortarse los brazos con cuchillas le da un “subidón” y se corta con frecuencia pero decide recuperar el piano otra vez abandonado. Ensaya horas, muchas horas. Sabe que muchas mujeres depresivas se unen a colas con la esperanza de encontrar en ellas alguien con quien hablar. El también. Un día, en una de esas colas, encuentra a Denis, un franco-canadiense de aspecto bonachón con el que conversa. Rhodes, se presenta como músico clásico. El canadiense le dice: Bueno, no sé gran cosa de esa música; solo conozco una pieza de piano, la Chacona de Bach y Busoni que tocaba un amigo mío que estaba obsesionado con ella. Una nueva epifanía. Arrastra a su nuevo amigo a la cercana sala Steinway. Toca para el los 17 minutos de la Chacona. La epifanía es esta vez la de su amigo que se ofrece a conseguirle una grabación si le trae un presupuesto de lo que costaría esa grabación. Será desde entonces su representante y es él quien hace posible la grabación de su primer disco, “autobiográfico”, Cuchillas, pastillas pequeñas y pianos grandes, donde, como no, incluye su propia versión de la Chacona.


Era la segunda iluminación epifánica con la Chacona de Bach-Busoni. En algún momento de su infancia arrasada, Rhodes, había encontrado en su casa una casete que pudo escuchar en su walkman:


Lo que apareció en mi existencia a los siete años fue la música. Concretamente la música clásica. Más concretamente, Johan Sebastian Bach…


Aún más concretamente. Lo que había encontrado era una grabación en vivo de esa Chacona de la segunda partita para violín solo de Bach, que lo acompañará toda la vida. Es una  obra maestra pero resulta insólito que un niño de pocos años y en la situación de Rhodes, sin formación musical específica, tuviese una especie de epifanía al escucharla por vez primera, entrase en una especie de trance y decidiera en ese momento que la música (clásica) iba a ser no solo su refugio sino la razón de su vida: “Esta pieza basta para convencerme de que en el mundo existen cosas que son más grandes y mejores que mis demonios…”. Rhodes aprendió a leer partituras, se supone que por sí mismo, “no resulta complicado” y a tocar el piano del mismo modo, aunque ignorase la digitación y otros asuntos técnicos. Se levantaba antes que nadie en el colegio y ensayaba en uno de los dos pianos destartalados que había en una sala. Adoraba el piano y el tabaco… lo único que podía equipararse con mi adoración… (por el piano)… era el tabaco, el puto tabaco. Lo mejor que se ha inventado desde que el mundo es mundo… el tabaco y el piano son los elementos centrales de mi vida…Rhodes tiene sus razones para una adoración que reprobarían todas las autoridades sanitarias: Lo que tiene el tabaco es que no te cuentan lo bien que sirve para ahogar sentimientos…y los sentimientos, dice, positivos o negativos son asuntos peligrosos para gentes inestables mentalmente.


Su prosa no es ajena a toda la jerga psiquiátrica aprendida en sus estancias hospitalarias y en sus tratamientos con psicólogos y psiquiatras, tal vez por esa familiaridad, las descripciones de sus síntomas parecen ajustarse a los manuales diagnósticos. Es, un paciente “sabido”. Por su relato, es sin duda y “al menos”, un TOC y un Tourette porque los psiquiatras que lo atendieron en uno de sus internamientos añadieron a la lista diagnóstica ya mencionada por él unos cuantos diagnósticos más como autismo, anorexia, trastorno bipolar y trastorno límite:


También están los tics… que me acompañaban desde que empezaron los abusos. Se me van los ojos, tengo espasmos en las cuerdas vocales, suelto gruñidos y chillidos sin querer… y sin salir del trastorno obsesivo-compulsivo y del Tourette, tengo que tocar las cosas de una manera determinada… pulsar los interruptores de la luz el número correcto de veces etcétera… si una parte de mi mano roza las 

teclas con la mano izquierda tenga que reproducir exactamente el mismo roce con la derecha… los tics mentales son mucho más fastidiosos… es imposible detener mis pensamientos pues si lo hago sucederán cosas espantosas…


Aunque Rhodes da a entender una relación que podría interpretarse como causal entre sus violaciones y sus tics no hay que se sepa, relación entre ellas2. Rhodes, recuerda a Ray, el Tourette que Oliver Sacks recoge en su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Ray, dice Sacks, que padecía el síndrome desde los cuatro años, tenía (como muchos otros pacientes de Tourette) una notable sensibilidad musical y difícilmente podría haber sobrevivido (emotiva y económicamente) si no hubiese sido un batería de jazz de fin de semana de auténtico virtuosismo, famoso por sus improvisaciones súbitas e incontroladas.


Podría pensarse que los adjetivos obscenos tan abundantes en su relato son los equivalentes escritos de las obscenidades orales del Tourette.


Conoce a la que sería su segunda mujer. Viven juntos varios años hasta que lo dejan de mutuo acuerdo. La nueva separación lo lleva de nuevo a los cortes, a los tics (que se habían atenuado mucho), a la vida desordenada, al insomnio, y no es lo mismo, dice, despertarse entre las 3,30 y las 4,30 (“una putísima mierda”) que a partir de las 4,30, hora en la que la situación ya no es tan grave pues puedes dedicarte a dar vueltas en la cama y levantarte a las 5 con la seguridad de que otras muchas personas están haciendo lo mismo… pero si te levantas antes de esa hora, algo falla en ti…


Una noche llamó, lo que era habitual, a su amigo Denis en la 

   


2 Además de las anomalías de ganglios basales y otras regiones cerebrales hay algún caso que relaciona el Tourette con una dieta con gluten y su mejoría al suprimirlo.





madrugada. Acudió a su casa. Denis le dijo:


James, tengo que decirte que me he hecho a la idea de que quizás no sobrevivas. Estoy preparado para que me llamen diciéndome que te han encontrado muerto, y por mucho que duela, estoy listo. Haz lo que tengas que hacer, pero, por favor, que sepas que ahora, la cuestión es responsabilidad tuya…


Denis le dio dos libros de autoayuda para que los leyera. “Lo sé. Para potar”, escribe Rhodes, pero ese pequeño discurso de su amigo y esos libros lo ayudaron a sobrevivir. Tiempo antes, un psiquiatra irlandés, de los muchos que frecuentó, le había dicho en su primera entrevista algo parecido:


Bueno James, la verdad es que es que hay un 50% de posibilidades de que sigas ahí dentro de un año. Yo lo sé y tú lo sabes. Hay personas que sobreviven y otras… bueno, que no aguantan. Así son las cosas. A ver que podemos hacer para que tus posibilidades aumenten un poquito…


Supuso un cambio tan agradable ese modo de hablar, dice Rhodes, que tuve ganas de aplaudir. Billy, el psiquiatra, “hizo más de lo que habría esperado para que yo esté bien (y sigue en ello)…


Rhodes es ahora un pianista reconocido que se comporta en sus conciertos de un modo que no es el tradicional en el mundo de la música clásica en el que la mayoría de sus integrantes son “unos gilipollas redomados”. Los intérpretes, son en su opinión, aunque “opinión” es un término poco adecuado, “socialmente retrasados, casi todos ellos situados en el espectro autista y del asperger, con un estilo de vestir lamentable (o jerséis de pederasta o frac y pajarita de otra talla), emocionalmente castrados, asexuados o amanerados…”. Los “guardianes” que dirigen las salas de conciertos, son “hombres blancos y viejos “que remolonean y toman champán” para los que todo cambio es monstruoso. A las discográficas las despacha con un tono semejante y a los críticos le basta con “gilipollas amargados, músicos fracasados, cabroncetes disfrazados” para ponerlos en  el sitio que Rhodes cree que les corresponde. Rhodes puede dar sus conciertos en vaqueros y zapatillas deportivas, dirigirse al público para explicar y comentar la obra que se dispone a tocar y conversar al final con los espectadores. Las portadas de sus discos y sus títulos son también “atípicos”. Si su primer disco llevaba ya un título peculiar, el segundo, su favorito, Freudians, no era menos peculiar: “Ahora, por favor, que los freudianos se aparten”, frase sacada de un texto de su admirado Glen Gould.


El libro de James Rhodes no es solo la crónica de una vida destrozada por una violación en la infancia, es también, y de modo no menos importante, un relato sobre la capacidad de redención de la música (clásica). “Ahora sé que la música cura”, dice en uno de los capítulos finales del libro donde abundan consejos que eran innecesarios después de las inferencias que cualquiera puede alcanzar al leer todo lo que antecede. Uno de esos consejos, en este caso, relevante, es el que sigue:


Comprad, robad o escuchad… estos tres discos. La Sinfonía nº 3 y la Sinfonía nº 7 de Beethoven… las Variaciones Goldberg de Bach por Glen Gould (la grabación de 1981), y los conciertos para piano 2 y 3 de Rajmaninov… En el peor de los casos, los habréis pagado, los odiareis y os habréis quedado sin el dinero que os habría costado comer fuera de casa. Decidme que soy gilipollas por Twitter y pasad a otra cosa. En el mejor de los casos, le habréis abierto la puerta a algo que os dejará anonadados, encantados, emocionados y conmocionados, durante el resto de vuestra vida…


Los 20 capítulos del libro van precedidos por una obra clásica comentada a la que sigue el relato de un período de su vida. Puede haber muchas otras selecciones de obras pero esta de Rhodes no es fácil de mejorar. quien como yo, haya escuchado las Variaciones Goldberg, compuestas por Bach para aliviar el insomnio irredento de un príncipe, tocadas en un clavicémbalo y escuche ahora las grabaciones al piano de Glen Gould, (otro personaje excéntrico y genial), que propone Rhodes, sabrá porqué sus discos se siguen vendiendo a miles más de treinta  años después de su muerte. Ningún otro pianista logra igualarlo, dice Rhodes. Después de esta Aria da Capo de las variaciones que también será la que preceda al último capítulo, Rhodes propone, la otra obra eterna que fue la responsable de su epifanía: la Chacona de la segunda partita para violín solo de Bach arreglada por Busoni y tocada por el propio Rhodes. Tanto en la versión original para violín como en los arreglos para piano o guitarra, (están todos en Youtube) esta Chacona “nos lleva por todas las emociones que conoce el hombre”. Schubert, Beethoven, Mozart, Ravel, Shostakovich, Bruckner, Scriabin, Chopin, Prokofiev, Schuman y Rajmaninov, algunos con dos obras, completan la selección que conviene oír a medida que se avanza en el libro porque son el contrapunto, terapéutico y salvador podríamos decir, de lo que el libro relata.


Hace unos años, Rhodes contó en un periódico que había sufrido abusos sexuales en su infancia. La que por entonces era la directora del Colegio le escribió una carta diciéndole que había notado algo raro pero que no imaginó que fueran abusos. La profesora se presentó en la policía y denunció, con años de retraso, lo sucedido. Rhodes identifico al culpable que fue localizado.


Trabajaba como profesor de boxeo con varios niños. Fue interrogado y acusado de 10 casos de pederastia pero sufrió un derrame cerebral y murió sin ser juzgado. Todavía no tiene el perdón de Rhodes.


Hay muchas más cosas en el libro. Algunas, incluso de mayor dureza de lo que aquí se contó parcialmente. Rhodes no llega a los 40 años pero su vida ha sido demasiado “todo” para que este resumen le haga justicia. Rhodes no es un gran escritor y su prosa es más cruda que brillante. Muchos matices de su historia, tan acertados como solo una víctima podía relatarlos, aparecen a veces apagados por el “fortissimo”, por la franqueza de su prosa, pero están ahí y no son difíciles de entender. Vale la pena leer el libro y escuchar sus propuestas musicales. La  vida narrada en el libro, conmociona; la música, conmueve.


POSTDATA: Rhodes, tiene al menos, un colega que comparte sus esfuerzos para acercar de modo informal la música clásica a públicos poco familiarizados con ella. En el año 2007, Joshua Bell, un reconocido violista americano, por encargo del periódico Washington Post, en camisa y vaqueros, tocó durante una hora en el Metro, con su Stradivarius de más de tres millones de dólares, y con su gorra de beisbol en el suelo, piezas de varios compositores clásicos, entre ellas, la Chacona de Partita número 2 para violín solo de Bach, que había deslumbrado a Rhodes en su infancia. De las más de 1000 personas que pasaron por delante de él mientras tocaba, solo se detuvieron siete. Recaudó 30 dólares y dijo con humor, que podría vivir con esos ingresos si las cosas no le fueran bien. Tiempo después, Bell, volvió a tocar en el mismo lugar, esta vez rodeado por cientos de oyentes y de aplausos. Bell, viste de modo informal, toca en lugares no menos informales, compone música para películas, graba conciertos en su casa con amigos y colegas entre ellos, Chick Corea, Gloria Estefan o Sting y participa en todo tipo de programas para difundir la música clásica allí donde lo llama. Por fortuna para él, no tuvo la infancia de Rhodes pero comparte con él un mismo modo de hacer música.


El vídeo de su primer concierto en el Metro puede verse en:

https://www.youtube.com/watch?v=hnOPu0_YWhw