WEEPING BRITANNIA

Portrait of a nation in tears

Thomas Dixon. Oxford University Press. 2015


S.L.C.




1 - Thomas Dixon, el autor de este libro, es historiador de las emociones en la Universidad de Londres donde dirige el Centro dedicado a esa infrecuente especialidad. Fue asesor del documental en tres episodios que la BBC dedicó al stiff upper lip, (literalmente, el labio superior rígido) ese supuesto rasgo de personalidad atribuido a los británicos que entre nosotros se conoce como flema o estoicismo. El libro de Dixon pretende deshacer el malentendido que afirma que los británicos han sido siempre contenidos en sus emociones, distantes aunque corteses en sus modales e imperturbables en ocasiones, mostrando como en Britania se lloró antes, durante y después del breve período en que el estoicismo fue el rasgo de carácter que definía a los británicos. La historia británica fue más llorosa de lo que el mito del estoicismo afirma y Dixon piensa, como pensaba William Blake en 1803, que, llorar es una forma de pensamiento corporalizado y una lágrima, una cosa intelectual, una actividad social, un tipo de vínculo social líquido que puede, según la época, tener significados muy diferentes:


Las lágrimas se producen por crisis en nuestras vidas individuales o colectivas… en momentos que nos llevan de un estado de existencia a otro, incorporando… una abrumadora combinación de cambio, pérdida, esperanza, y alegría…


Históricamente se ha llorado en circunstancias muy diversas tanto individual como colectivamente. No solo la tristeza convoca a las lágrimas. Se llora también en la alegría, la resignación, en la rebelión, y en actos públicos o privados. Las lágrimas pueden significar desesperación o determinación, debilidad o fortaleza, rabia o compasión y ser producidas por pensamientos o por emociones. A intentar demostrar esos diferentes significados y momentos, dedicará Dixon los veinte capítulos del libro que van desde el siglo XIV a la época actual.


2 - No hay una vida más completamente empapada en lágrimas que la de la mística Margery Kempe nacida en 1373 que escribió un libro autobiográfico donde contó su peregrinación a Tierra Santa, sus visiones y sobre todo, sus casi permanentes lágrimas que irritaban incluso a los obispos. Margery, lloraba por todo y por todos: por compasión, por la pobreza, por los pecados individuales y del mundo, por los sufrimientos de Cristo… Nunca nadie lloró tanto pero sus excesos se apoyaban en las prácticas habituales de los duelos y la devoción de su época que ella llevaba más allá de manera pública y teatral. Esas prácticas cambiaron cuando Enrique VIII, autoproclamándose cabeza de la iglesia de Inglaterra, se separó de Roma (1534). Desde ese momento, los modos antiguos y llorosos del duelo y la devoción de tradición católica se convirtieron en sospechosos, excesivos, afeminados y sin efecto sobre las almas de aquellos a los que pretendían ayudar. Los duelos católicos, sobre todo entre irlandeses, eran generosos  no solo en lágrimas, gritos, besos al cadáver o desgarro de ropas. Como en Galicia, los irlandeses contrataban a veces plañideras profesionales, (carpideiras entre nosotros) y del mismo modo que en Galicia se decía, “a chorar a Cangas”, los ingleses hablaban del “llanto irlandés” que consideraban pagano y supersticioso. Los católicos creían que esos duelos excesivos ayudaban a las almas a lavar sus pecados y a abandonar el purgatorio más rápidamente pero los protestantes no admitían el purgatorio y en consecuencia, tampoco las ayudas llorosas y devotas de los vivos para abandonarlo. La respuesta protestante a esos duelos “papistas” fue cambiar los rituales y la liturgia de la iglesia de Inglaterra para hacerla más contenida pero lo hicieron al modo “anglicano”: La iglesia de Inglaterra, entre la sentimentalidad católica y la severidad calvinista, eligió ambas.


3 - Después de la Reforma, las lágrimas no eran bienvenidas y aunque los protestantes seguían llorando en los funerales, las lágrimas se fueron haciendo más privadas en lo religioso al tiempo que fueron ocupando territorios laicos. A finales del siglo XVI, compositores como John Dowland o poetas como Robert Southwell, escribían canciones y poemas llenos de lágrimas y cada representación del Tito Andrónico de Shakespeare, una carnicería, convertía el teatro en un valle de lágrimas. Llorar en las tragedias teatrales se convirtió, dice Dixon, en una parte del carácter inglés cosa que no ocurría en Francia con una tradición teatral diferente, mucho menos emocional. El Cromwell, que ordenó decapitar al rey, que arrasó Irlanda y gobernó como Lord Protector de 1653 a 1658, que toleraba las sectas protestantes pero era brutal con los católicos, fue un gran llorón en público y en privado pero la apoteosis lacrimógena inglesa ocurrió con los sermones al aire libre de los predicadores metodistas que entre 1740-80, cuando la sentimentalidad católica estaba ya olvidada como lo estaba el estoicismo de los primeros tiempos protestantes, congregaban multitudes llorosas en su predicaciones. Hogarth, ridiculizó en sus grabados el entusiasmo sentimental y lacrimógeno de  estos predicadores de un modo que aún hoy resulta subversivo. Dibujar, por ejemplo, como hizo en Enthusiasm Delineated, la figura de Cristo soltando un pedo en alusión a la idea metodista de que el Espíritu Santo era un “viento celestial”, era algo más que una crítica. No solo los metodistas provocaban las lágrimas de sus feligreses. Es un tiempo de novelas sentimentales y entre esas novelas, The Man of Feeling que el abogado de Edimburgo Henry MacKenzie publica en 1771, tuvo un papel relevante. Su protagonista, Harley, lloraba por los mendigos, las prostitutas, los huérfanos, y los locos y en su llanto arrastraba a sus lectores que leían la obra en grupos familiares. Ese modo de leer, dice Dixon, y las lágrimas que lo acompañaban, era un rasgo destacado de la cultura de la sensibilidad del siglo XVIII y a la vez, espejo y motor del cambio de los códigos de conducta. Con estas novelas solo podían competir en la época los relatos sobre los ejecutados públicamente en Newgate que no eran pocos. En esos relatos los cronistas distinguían tres tipos de lágrimas: las derramadas por los convictos por temor a la muerte, las de los convictos que expresaban su arrepentimiento y las de los asistentes al ajusticiamiento. Solo las del primer grupo eran mal consideradas.


4 - Las lágrimas de Jesús en la tumba de Lázaro fueron el argumento principal en favor del llanto y la ternura y en contra del estoicismo y el rechazo de aquellos que veían las lágrimas como algo extraño a lo británico, rechazo que había tenido uno de sus puntos culminantes en la época de la Reforma e iba a tener otro, con la Revolución francesa (1789). La violencia y tragedias de la revolución francesa hicieron derramar lágrimas a los comentadores británicos, tanto a los que estaban a favor como a los que estaban en contra. En la edad del “culto a la sensibilidad”... ¿quién no lloraría ante el espectáculo de ver guillotinados a Louis XVI y María Antonieta y más adelante a Robespierre?... Esa sensibilidad estaba ya apagándose cuando los sucesos de Francia hicieron nacer la idea de que llorar por el sufrimiento de otros era, no solo infantil y afeminado, sino una peligrosa costumbre importada de Francia a la que el  paradójico apoyo de Robespierre, que era partidario de esa una nueva filosofía de la sensibilidad, dio credibilidad. El culto a la sensibilidad y la revolución francesa, fueron considerados entonces hermanos bastardos de un mismo padre: Rousseau. Las lágrimas se veían ahora como algo “francés”. Helen Maria Williams, en el segundo volumen de sus Letters from France, fue quizás la primera en establecer una diferencia entre el “carácter“nacional de los franceses que lloraban y los británicos, “que se esforzaban en obtener una victoria sobre sus sentimientos” y no hacerlo. En los mismos años, Mary Wollstone Craft, alentaba a las mujeres a volverse más masculinas y a desarrollar los poderes de la razón y de la contención viril en lugar de la sensibilidad.


5 - El almirante Nelson, que muere en la batalla de Trafalgar en 1805, era uno de los últimos militares sensibles y románticos, una criatura de besos y lágrimas. Sus oficiales y tripulación lloraron sin pudor delante de su cadáver en el HMS Victory pero en su ostentoso funeral, con sus 160 carruajes y cientos de militares alineados en el camino a la catedral de San Pablo, hubo ya señales de que la reserva y contención estaban substituyendo a la sensibilidad. En 1820 ya nadie leía en grupo el libro de Mackenzie y en el caso de que así lo hicieran, no lloraban en los pasajes más dramáticos: reían. Ya no son los mendigos, las prostitutas, o los animales domésticos muertos, los que hacen llorar a los románticos en las primeras décadas del XIX como hacían llorar en las décadas anteriores a los apasionados cultivadores de la sensibilidad. Los románticos, se permitían llorar pero no toleraban las lágrimas sentimentales. Sus lágrimas, si las había, tenían que ser sublimes. Los paisajes al estilo de Gaspar Friedrich, el sublime poder de la naturaleza, las revelaciones espirituales en las que cambia la visión del mundo, podían hacer llorar a los románticos sin que se avergonzaran por ello. Lord Bryron, lloró por “sensibilidad” a los 18 años cuando publicó The Tear, La Lágrima; a los 31 se avergonzaba de haberlo hecho.


6 - En 1837, con 18 años, la reina Victoria abre el largo periodo de la época victoriana y del imperio y lo hace llorando desde el balcón en que el pueblo celebra su proclamación como reina. A lo largo de casi todo el XIX se podía ser un anti-sentimental y al mismo tiempo admirar las novelas sentimentales de Dickens que eran la versión victoriana de las novelas de sensibilidad de un siglo antes. Cuando Dickens “mata” a la pequeña Nell en su folletín-novela, La tienda de antigüedades, lloró media Inglaterra y aunque óscar Wilde escribió que, “se tendría que tener un corazón de piedra para leer la muerte de la pequeña Nell, sin reír”, varias de sus obras no eran menos sentimentales que las de Dickens. Morían muchos niños en estas novelas victorianas pero esas muertes reflejaban la realidad de la época. Un cuarto de todas las muertes en Inglaterra en el tiempo de Dickens eran de niños y cada muerte novelesca evocaba una muerte real a la que las novelas de Dickens daban consuelo y fue Dickens, quizás, el mayor responsable de que la lenta agonía de la cultura de la sensibilidad llegase hasta finales del XIX cuando el nacionalismo imperial nacía y la masculinidad se veía amenazada por estetas y decadentes.


La época victoriana (1837-1900) fue tanto un tiempo de contención y represión como de sentimentalismo y patetismo. En los primeros años de su reinado la sensibilidad fue cediendo su puesto al romanticismo y al sentimentalismo dickensiano pero en sus años finales, dice Dixon, el militarismo, el imperio y la guerra cambiaron el estilo emocional hacia un naciente stiff upper lip. Las dos tendencias coexistían a veces en una misma persona. Es el caso de Darwin, que no por azar escribió La expresión de las emociones en el hombre y los animales donde analizó con cierta perplejidad el posible papel evolutivo de las lágrimas que pensaba que eran reliquias de un hábito útil para la supervivencia en la infancia de nuestros ancestros pero que, ahora, carentes de propósito, serían “idle tears”. Darwin, era antiesclavista pero reconocía una jerarquía racial y atribuía a lo salvajes llorar copiosamente. En su idea, llorar en público, era más común entre aquellos con poderes disminuidos de  voluntad y razón, es decir, entre mujeres, niños y razas inferiores. Es en ese tiempo cuando se empieza a hablar por algunos médicos de “incontinencia emocional”, término que hará fortuna y llegará como crítica de ciertas conductas (la conducta emocional masiva en la muerte de la princesa Diana, por ejemplo) hasta nuestros días. El pasado lacrimógeno se reformuló también a finales del XIX y principios del XX en términos psiquiátricos. El libro de Margery Kempe, se leía ahora como el producto de una mujer “histérica que hoy sería ingresada en un manicomio o tratada por un psicoanalista”.


7 - La II Guerra Mundial marcó la apoteosis de la mentalidad del stiif upper lip, escribe Dixon, pero incluso en ese tiempo los británicos lloraban. Fue Churchill el que en un famoso discurso prometió, “sangre, esfuerzo, sudor… y lágrimas” y al menos en dos ocasiones, el referente del stiffnes lloró. Cuando decidió hundir la flota francesa en el Norte de África para impedir que cayese en manos alemanas, Churchill lloró. Al visitar en septiembre de 1940 las casas destruidas por los bombardeos en un barrio popular, y ser recibido de manera entusiasta, lloró. No lo hizo por tristeza, dijo, sino por patriotismo y admiración por la resistencia del pueblo británico. Sus compatriotas y él mismo lloraban también en las películas “stiff ” como Breve Encuentro de David Lean, o en Capitanes Intrépidos y lloraban también cuando en procesión acompañaban a los numerosos muertos por los bombardeos al cementerio: No lloran fácilmente, decía un párroco. Maldicen más que lloran pero a veces


8 - En 1945 William Martin, capitán de la policía militar británica, fue capturado en Brunei por los japoneses y llevado al campo de prisioneros de Kuching. Por haberle lanzado por encima del alambre de espino unos pantalones a un compatriota que vestía un taparrabos, fue golpeado salvajemente por los japoneses con puñetazos, culatazos y patadas que le partieron varias costillas y la nariz. En medio de las palizas los japoneses exigieron al capitán Martin que llorara. Martin, respondió: los 

británicos, nunca lloran. Esa respuesta, según Dixon, le ganó el respeto de los japoneses y mantuvo el honor del imperio británico. Al contener sus lágrimas ordenadas por los japoneses, Martin demostraba la superioridad del carácter británico.


Para Dixon, el stiff upper lip, duró 100 años, desde la muerte de Dickens en 1870 hasta la muerte de Churchill en 1965 pero antes y después de esos años, los británicos lloraron en todo tipo de situaciones. El stiff upper lip, nunca fue, en la idea de Dixon, un rasgo característico y permanente de los británicos a través de la historia sino el producto de un momento histórico particular que coincide con parte de la época victoriana y con el Imperio aunque se ha convertido en un mito que atribuye a los británicos una contención y autocontrol que no se corresponde con la historia. Dixon, piensa que el período extremo del stiff es una aberración en la historia nacional (de que la ahora nos estamos recuperando).


En apoyo de sus ideas cita con reiteración el libro del antropólogo Geoffrey Gorer, Death, grief and mourning in contemporary Britain, publicado en 1965 que consideraba que la negación y represión del duelo era una perniciosa costumbre nacional. El estoicismo podía ser bueno en el campo de batalla pero no era apropiado para tiempos de paz y podía causar daños físicos y emocionales. Gorer, tenía motivos personales para no apreciarlo. Estudiante a los 10 años de edad en CharterHouse, un Internado en Surrey, escuchó a la hora del desayuno como el profesor que, según era costumbre, leía en alta voz las noticias del periódico, informaba (mayo de 1915) del hundimiento del Lusitania torpedeado por un submarino alemán. En ese buque viajaba su padre y Gorer lloró al escuchar la noticia. Profesores y alumnos lo trataron con amabilidad pero en su presencia, las conversaciones se apagaban y nunca se hizo ninguna referencia directa a la muerte de su padre después de la noticia. Gorer, con seguridad, no olvidó aquella situación y 50 años después escribió su libro para intentar  cambiar esos hábitos. En el mismo año y mes, Cyril, el hijo de Oscar Wilde, que después del proceso y encarcelamiento de su padre por homosexual, había cambiado su apellido por el de Holland, era abatido en Francia por un francotirador alemán. Años antes, Cyril, había vivido, ya como Holland, la misma escena que Gorer. En su internado, se enteró por la lectura del periódico de la muerte de su padre y oyó los comentarios de sus compañeros que nada sabían de su verdadero apellido. Cyril, se guardó sus lágrimas para sí mismo y en una carta que le escribió a su hermano Vivian, le contó su determinación de superar la vergüenza que sentía por la reputación de su padre: Debo ser un hombre.


El poema “If ” de Ruyard Kipling, aún hoy según las encuestas, el poema más conocido y apreciado por los británicos, es una antología del stiffness. El único hijo de Kipling, para el que su padre escribió el” If ”, murió en la batalla de Loos en Francia. No cumplió los mandatos del poema. Con la parte inferior de la cara destrozada por la metralla, un soldado que lo vio, dijo que podría haberlo ayudado pero que no lo hizo porque estaba llorando de dolor y no deseaba humillarlo ofreciéndole ayuda. Dixon, escribe, y no es una de sus frases más afortunadas pues no es difícil percibir en ella un cierto sentimiento de, “tienes lo que te mereces”: El adolescente segundo teniente había roto el código del stiff upper lip y sus lágrimas le costaron la ayuda de un soldado de su regimiento… “Tú serás un hombre, hijo mío”.


9 - De modo curioso, pues se trata de algo casi definitorio de lo británico, el stiff upper lip es un americanismo aparecido por vez primera en Gran Bretaña en un artículo del Magazine que fundara Dickens bajo el epígrafe de American Phrases con el significado de, “permanecer firme en un propósito”, “mantenerse valeroso” o como una indicación de posesión de autoestima, independencia y autosuficiencia. Desde la guerra Boer (1899-1902), su significado cambió y pasó a nombrar las muestras de valentía y la ocultación de los propios sentimientos en tiempos de prueba y sufrimiento pero, incluso antes, el ideal  de auto-control y contención emocional ya se inculcaba a los jóvenes en sus familias, en las escuelas públicas y en las religiosas para niños menos favorecidos, ideales que se mantuvieron hasta la década de los 60 del pasado siglo y que aún hoy persisten de algún modo. No es casual que Lindsay Anderson, llamase a su película, (Palma de Oro en Cannes en 1969) que narraba la vida cotidiana en esos colegios, “If ”, y le diera ese final, poco creíble, en el que los alumnos ametrallan a profesores, militares y civiles que asisten a una ceremonia colegial con la armas encontradas en una excavación en el colegio.


10 - Las cosas han cambiado mucho desde 1945, escribe Dixon y ahora vivimos bajo el reino de la emoción. Las entrevistas confesionales que Ophra Winter inició en la televisión de Estados Unidos en los años 80 con sus entrevistados famosos derramando lágrimas y sus posteriores sucedáneos en Gran Bretaña, abrieron el camino y ahora muchos de los programas de televisión son festivales de lágrimas y sollozos sin importar que se trate de programas de acertar preguntas, de cantar, bailar, de estilos de vida, de ropas, de mascotas, de niños o de Gran Hermano. No fueron muchos los críticos que consideraron obscena esa incontinencia emocional, señal de que los tiempos eran otros, pero los hubo. Un SMS remitido por un espectador que mostraba su desagrado con las lágrimas televisivas de un participante en uno de esos reality porque consideraba que, después de los ocho años, cualquier británico debería contener sus lágrimas en público y encerrarse en el baño si necesitaba llorar, fue borrado por la BBC por considerarlo ofensivo para otros tele-espectadores. Dixon, escribe, que de seguir el mismo criterio habría que censurar a Alexander Poppe que al criticar la obra Cato, de Adisson, por su sentimentalidad, dijo que una mujer que asistía a la representación a la que su orgullo impedía llorar, tuvo un torrente de orina en su lugar.


11 - En abril de 1973, afirma rotundo Dixon, la masculinidad británica cambió. Bob Stokoe, un rudo futbolista, hijo de  minero, que había ganado la Copa con el Newcastle en 1955, se hizo cargo como entrenador en 1972 del Sunderland, un equipo que estaba en los últimos puestos de la segunda división. Su estilo combinaba la rudeza de la vieja escuela, una psicología casera y un fuerte énfasis en la expresión emocional de sus jugadores dentro y fuera del campo. Alentaba la contundencia física diciéndoles, se supone que de broma a sus jugadores que, “sin piernas, el equipo contrario no puede correr”. Stokoe, consiguió llevar a su modesto equipo de segunda a jugar la semifinal contra el Arsenal, uno de los equipos fuertes de la primera división. El Sunderland ganó por 2-1 y los miles de hinchas no abandonaron las gradas hasta que Stokoe, en medio de gritos de “Mesías”, volvió al campo y lanzó besos hacia los hinchas mientras caían lágrimas sobre sus mejillas. Era un ensayo para lo que ocurrió en el mes siguiente en Wembley, donde el Sunderland jugó la final contra el Leeds al que ganó por 1-0. Con el pitido final, Stokoe atravesó corriendo el campo y abrazó entre lágrimas al portero1. Ian Portefield, el autor del gol que dio la victoria al Sunderland, dijo, que era la primera vez en su vida que sentía una emoción: “No soy un típo emotivo, pero puedo sentir que las lágrimas me vienen a los ojos…”. Las lágrimas de Stokoe y Portefield, marcan, según Dixon, el comienzo de una era de emocionalidad masculina que en los años que siguieron fue apoyada (y criticada) por periodistas masculinos y femeninos desde las páginas de los periódicos. Marje Proops, una periodista que tenía una columna diaria en el Daily Mirror (cuatro millones de tirada por entonces) escribía: “admiro a un hombre que irrumpe en lágrimas… a quien machaca el stiff upper lip de un golpe dejando fluir sus lágrimas sin vergüenza…”. La campaña de Proops, que se mantuvo en los años que siguieron a la victoria del Sunderland, pretendía no solo promover una masculinidad más emocional sino también 

  


1 Stokoe, fallecido en 2004, tiene una estatua que lo representa corriendo hacia ese abrazo, en el exterior del campo del Sunderland.





una feminidad más intelectual. En esos años hubo emotivos e inesperados precursores americanos. John Voight, lloró al recibir su Oscar por Coming Home pero ni más ni menos que John Wayne, lo había precedido en las lágrimas en la ceremonia de los Oscar de 1970 al igual que Gene Hackman, otro duro, lo haría al año siguiente. Las nuevas ideas sobre las lágrimas de los hombres proponían que deberían ser recibidas con comprensión, no con burlas, con simpatía más que con castigos, con amor y apoyos más que con insultos y lecciones de boxeo (para virilizar a los niños). En los años 80, la misma Marje Proops que había defendido a Skotoe, decretaba que el stiff upper lip estaba pasado de moda desde hacía varias décadas. Dave Watson, el defensa central del Sunderland en la final de copa, no se había enterado. Seguía la filosofía del “If ” upper lip. No era partidario de las celebraciones y nunca recorría 40 yardas para abrazar a un compañero que acababa de marcar un gol: es una pérdida de tiempo. Yo vuelvo a mi posición en la defensa y no beso y abrazo a mis compañeros. El día de la semifinal contra el Arsenal, Watson siguió su costumbre y se retiró a los vestuarios después del pitido final mientras sus compañeros lloraban y se abrazaban en el campo. Estuvo solo en el vestuario preguntándose: ¿Dónde están los demás?. Cuando llegaron traían champán y por vez primera Watson se preguntó por lo que se había perdido. Se había perdido, dice Dixon, el nacimiento del hombre nuevo de los años 70. Dejé el campo demasiado rápido y ahora los siento. Lo he lamentado desde entonces.


La conformidad con este nuevo estilo emocional no era general. Un periodista también del Daily Mirror se preguntaba a propósito de las lágrimas de los jugadores del Sunderland: Adonde han ido todos los hombres?. Para críticos como este periodista, y no eran pocos, la propensión a llorar de los futbolistas no era un signo de apertura emocional admirable sino de debilidad, afeminamiento, anormalidad o homosexualidad pero con el paso de los años el apoyo a esta nueva masculinidad recibió ayudas de la música pop y de la  psiquiatría americana. Una de las bandas más populares de los 80, favorita además de Dixon, Tears for fears, tomó su nombre del libro del psiquiatra americano Arthur Janov, Prisonners of Pain, que defendía la idea de que, el bloqueo o la supresión de las emociones de miedo y ansiedad podían ser liberadas a través de las lágrimas. La terapia de Janov alentaba a los pacientes a regresar a la infancia temprana y dejar salir los gritos y lágrimas primarios liberando así las emociones bloqueadas por la socialización y represión adulta. El “Grito Primal” tuvo el éxito suficiente como para que uno de los pacientes del doctor Janov fuera John Lennon que experimentó en California con esta terapia durante varios meses y apoyó su valor terapéutico. Los Beatles, tenían abundante experiencia de gritos y lágrimas que eran la norma en sus conciertos aunque ellos no las derramaban. Para Dixon, los conciertos Pop y los eventos deportivos, se han apoderado de las funciones emotivas comunales que previamente estaban a cargo de las predicaciones revivalistas metodistas al aire libre y de las ejecuciones públicas. El profeta-predicador en llanto, fue remplazado por el lloroso entrenador en chándal o por el guitarrista en pantalón vaquero.


12.- En 1979, la que sería llamada “dama de hierro” y “mujer fálica” por sus rivales, Margaret Thatcher, se convirtió en la “Primer Ministro” de Gran Bretaña. Hizo la guerra contra Argentina por las Malvinas, contra los muy poderosos sindicatos y contra los nacionalistas irlandeses pero lloraba en público y ese público ahora era el de la televisión. Lloró ante el caído muro de Berlín, en el museo del Holocausto de Tel Aviv y al escuchar el himno del sindicato polaco Solidaridad. Eran emblemas del sufrimiento humano causado por ideologías contra las que había luchado desde su juventud. Lloró en una entrevista en televisión al recordar a su padre pero no a su madre. En un tiempo en que se difundían las ideas de John Bowlby sobre el apego en contra de las ideas de Watson de que atender el llanto de un niño podía convertirlo en un manipulador, varios críticos atribuían a la ausencia de una  buena relación madre-hija en su infancia el supuesto desapego de Thatcher por la nación. En 1987 una serie documental de Sally Potter sobre las emociones, Tears, Laugther Fears and Rage, defendía lo saludable de expresar públicamente las emociones pero había una diferencia entre Thatcher y Potter. Potter buscaba una nueva plantilla para una Britania postcolonial y multicultural donde los hombres pudieran comportarse como las culturas más emotivas pero Thatcher lloraba por la pérdida de las colonias y por el pasado colonial.


En agosto de 1997 cuando muere la princesa Diana la televisión mostró un pueblo en llanto capaz de depositar un millón de ramos de flores delante de los palacios de Buckinghan mientras la reina en Balmoral se mantenía dentro de la tradición estoica de la familia real que nunca mostraba signos externos de su duelo, tradición que las masas en las calles, en su nueva cultura sentimental, ya no entendían ni aprobaban. La reina se vio obligada a leer un comunicado de duelo en sintonía con la sensibilidad popular pero la traicionaba su gestualidad corporal “estoica”. Fueron muchos los que criticaron esa “incontinencia emocional” despertada por la muerte de Diana y de algún modo, hubo un retorno añorante por los tiempos en que el estoicismo británico no permitía comportamientos tan incontinentes emocionalmente. El Arzobispo de Westminster ante la masiva emocionalidad y las flores derramadas sobre el coche fúnebre de Diana, dijo que, el público estaba volviendo a un enfoque “católico” de la muerte después de siglos de la Reforma protestante y que su funeral había marcado un hito en la historia británica que sería recordado como el “fin de la Reforma en Inglaterra”. “Los ingleses, añadió, están redescubriendo su antiguo tono católico y vuelven a las prácticas católicas como las oraciones por los muertos y la creencia en lo santos que fueron suprimidas por los reformadores protestantes.


En 2012, cuando Dixon termina su libro, la “cultura de las lágrimas” está en todas partes: entre los jugadores de fútbol,  los tenistas (Andy Murray2por ejemplo), los atletas, los nadadores (en 1996 se le llamó a los Juegos Olímpicos de Atlanta, los juegos de las lágrimas por el número de deportistas que lloraban); lloran los políticos, pero sobre todo, se llora en los reality y concursos de televisión.


Dixon escribe para demostrar que el llorar en público no es una costumbre reciente de la Britania multicultural y postcolonial sino que ha sido una “moda” que ha ido y venido a través de los años. Despreciada por los defensores del stiff que la consideraron y la consideran incontinencia emocional y lamentan la caída de ese sitff símbolo de lo que una vez fue Britania, esa Britania de hoy parece asistir a un renacimiento de la sentimentalidad del siglo XVIII.


El libro de Dixon es de modo inequívoco, partidario de lo que creo que Martin Seligman, llamaba el estilo “ventilacionista”. Aunque cito de memoria, Seligman, hablando del enojo, decía que el ventilacionismo, el alentar la libre expresión de los sentimientos de enojo, no era más que una moda y que sus partidarios deberían tener en cuenta que una sociedad ventilacionista (en relación al enojo) es una sociedad violenta. Una sociedad como la japonesa donde no se alienta la expresión de emociones tiene cinco veces menos delitos que la americana donde sí se alienta. No sé si será excesivo suponer que una sociedad que alienta el ventilacionismo de las lágrimas afrontará de ese modo más eficazmente los avatares de la vida que una sociedad estoica. Dixon, que da la bienvenida al fin del stiff, parece no considerar que el siff tenía como norma la no expresión de los sentimientos “en público” lo que es, creo, algo distinto a reprimir los sentimientos o conseguir la indiferencia o impasibilidad emocional.

  


2 Murray era uno de los niños de la Dunblane High School, cuando Thomas Hamilton asesinó a 17 personas antes de suicidarse.





Tampoco parece Dixon haber tenido en cuenta los aportes de Mischel, (el Test de la golosina) o de Roy F. Baumeister y John Tierney sobre el willpower, la fuerza de la voluntad y el auto-control que junto con la inteligencia son los mejores predictores de buenos resultados en la vida a pesar del largo periodo en que los psicólogos desdeñaban ese “mito victoriano”. El autocontrol ha vuelto y parece que para quedarse y parece también que puede ser entrenado y fortalecido para resistir la abrumadora presencia de la oferta de bienes, la mayoría innecesarios, con los que somos tentados en la vida diaria (comidas, e-mails, cotilleos en internet, compras…) o los esfuerzos que tendemos a dejar de lado (ejercicio, estudio, dejar de fumar, de beber…). Los estudiantes americanos de matemáticas tienen una elevada autoestima y autoconfianza en sus habilidades pero puntúan mucho más bajo que sus compañeros asiáticos con menor autoestima y mayor auto-control.


Veremos…