Geografías de las Psicosis Blancas


Giulio Caselli

Psiquiatra residente. Università Cattolica del Sacro Cuore. Roma. Analista Candidato Profesional. Associazione Italiana Psicología.

Correspondencia: giulio.caselli@gmail.com



Con este trabajo intentaré añadir algo sobre el tema y la comprensión del fenómeno clínico de las psicosis apodadas blancas. el tema del congreso de este año, 2017, de “La Otra Psiquiatría”, hace referencia al hablar con la locura; en este sentido, intentaré dar mi contribución al diálogo con la “locura discreta”.


Este tipo de fenómeno psíquico es ignorado hoy en día totalmente por la nosografía oficial que, desde los tiempos de Kahlbaum, con sus Esquizofrenia Eboidofrénica, nunca más clasificó esta forma clínica. Aunque algunos autores se ocuparon de este tema: André Green, por ejemplo, que en el contexto de la escuela clásica de psicoanálisis francés exploró las relaciones objetuales patógenas; el fenomenólogo alemán Wolfgang Blankenburg, que acuñando el fundamental concepto de “pérdida de la evidencia natural”, identificó el síntoma base de la vivencia psicótica; el psiquiatra danés Josif Parnas, que describió muy bien la pérdida de sintonización con el otro y las dificultades en el manejar las experiencias pre-reflexivas en la base de la construcción de un sí-mismo bien encajado en el mundo.


Hay que citar, además, a Miller y Recalcati de la orientación lacaniana con sus investigaciones sobre la falta de transmisión del nombre-del-padre y de las consecuentes compensaciones imaginarias y de suplencias.

A mi parecer, las psicosis blancas deben entenderse como un “desorganizador nosográfico”, que contiene en sí mismo la experiencia base de la vivencia psicótica no cubierta por las aberrantes experiencias y manifestaciones ma- yores del delirio y de la alucinación.


La hipótesis de trabajo de mis investigaciones, sobre las cuales estoy cons- truyendo mi tesis de especialización, se basa en la idea que pueda existir un mecanismo trigeneracional en el desarrollo de esta forma clínica.


Hace mucho tiempo, ha sido visto, sobre todo, por los psicoterapeutas de orientación sistémico-relacional, cómo son importantes estos aspectos: “para fabricar uno esquizofrénico se necesitan 3 generaciones”, decía Murray Bowen, por ejemplo.


Me pregunto si también en la base de una psicosis blanca puedan siempre existir fenómenos de transmisión familiar de este tipo, pero que puedan tener que ver con experiencias no vividas sino transmitidas en forma de secreto y tabú familiar. Experiencias, en concreto, de migración de pérdida de identidad cultural, idiomática, de desarraigo territorial.


Mientras en una psicosis desencadenada vemos, muy a menudo, en el anamnesis familiar la presencia de relaciones viscosas, mensajes doble vínculo, elementos traumáticos, aparentemente en las formas blancas no encontramos fenómenos tan característicos y claros en su violencia comunicativa y esquizofrenógena.


Mi hipótesis es que es posible encontrar un “fantasma” traumático, escon- dido y no nombrado, a nivel de las raíces identitarias de la persona, que lleve a un defecto de la “evidencia natural” en el sentirse bien arraigados al suelo, con un nombre, un apellido, un deseo independiente de una crónica falta en la experiencia del sí mismo; el vacío del no 

saber “qué se necesita hacer, cómo hay que ser”, como repetía obsesivamente un paciente mío.


La relación con los orígenes creo que se ha ilustrado muy bien a través de una pintura de Frida Kahlo del 1936, expuesta en el MOMA (Árbol Genealógico); la pintora decía que estaba muy atenta a sus raíces familiares, que ella llamaba “madera de la identidad”. Tenía sangre española, india, alemana, húngara, judía, y sostenía que la única manera para tener juntas tantas almas era la de cultivar las raíces. Rn esta pintura ella se pone en su casa azul de niña; desde allí, el árbol de la descendencia al cual ella se ata teniendo en la mano derecha el cordón umbilical que la une a sus padres, al útero materno y al origen, sea cual sea, europea o mestiza. Rn este contexto, está la naturaleza de los lugares mexicanos, porque también los lugares en donde se vive forman parte del patrimonio radicular. Frida Kahlo quiere representarse con gruesas cejas, para afirmar sus raíces mestizas, así como con la ropa tradicional mexicana con el arte pre-colombino, con el arte popular mexicano y con el estilo exvoto con los cuales afirma nuevamente la fuerza de las raíces. Lo que creo que pasa en la psicopatología de la psicosis blanca es una interrupción en este árbol de la descendencia tan bien repre- sentado en forma de imagen por la pintora.


Me ha sido espontáneo asociar estas reflexiones con el síndrome de Ulises, que no es una enfermedad sino un encuadre reactivo de estrés crónico y múltiple que afecta a las personas migrantes. Este síndrome no es una psicosis sino un síndrome con sintomatología ansiosa depresiva y psicosomá- tica. Pero creo que puede ser útil para comprender algunos de los rasgos psicopatológicos de la psicosis blanca. Además, el síndrome de Ulises no solo afecta al sujeto migrante sino también a las segundas y terceras generaciones, y es un gran tema de actualidad social y política.

El duelo causado por la migración raramente causa la negación como mecanismo de defensa a menudo observado en el duelo de una persona querida; más bien observamos una confusión importante, el no saber dónde y en qué momento se está viviendo; como afirma Joseba Achotegui, el psiquiatra descubridor de esta condición: “el inmigrante muchas veces más que negar su cambio de lugar siente que no sabe nada”. Además, sabemos bien cómo esta condición es un factor de riesgo para el desarrollo de brotes psicóticos. El duelo migratorio, de hecho, golpea la esfera de la identidad y la multiplicidad de los aspectos en juego: familia, idioma, cultura, y da lugar a cambios importantes en este sentido. ¿Qué pasa si los andamios generacionales y culturales no funcionan y actúan en cambio como presen- cias fantasmáticas en la psique del sujeto? ¿Si el idioma de origen, por ejemplo, no ha sido transmitido? recuerdo una paciente mía que no hablaba una palabra de castellano pero provenía de una familia de américa latina. Me preguntaba, dónde había acabado en ella aquel orden simbólico.


Todo el viaje de Ulises discurre en el tema de la búsqueda de la identidad y de la nostalgia de las raíces; para no “perder el retorno” Ulises se queda “arraigado al suelo” cuando las sirenas lo llaman. El verbo usado en griego por Homero –empedon– es el mismo usado por el filósofo griego Parménides al describir el ser, en su grande obra sobre el logos: el ser es algo que “se queda allí bien arraigado al suelo”; un concepto que tiene mucho que ver con la fenomenología de la evidencia natural, tan difícil en la experiencia psicótica. El arraigo, al final, llega a ser el regreso al tálamo conyugal construido en el árbol: cuando Ulises habla a Penélope de la gran cama en el árbol, imposible que se mueva porque está arraigada a la tierra, ella finalmente reconoce los signos que le permiten reconocer al marido, signos otra vez “bien arraigados”, como la cama en el olivo.

Empedon es, entonces, tanto el quedarse firmes frente a las llamadas narcisistas de las sirenas como el ser natural de Parménides, es el arraigo vital de Ulises y Penélope, como el concepto de Blankenburg.


Una complejidad importante en esta forma psicótica resulta estar entonces vinculada al regreso del padre, entendido aquí como el padre interior, el paterno y como “los padres” en el sentido de una conciencia identitaria radicular. Siguiendo la imagen de Ulises y de su transmisión de herencia (la madera de la identidad de Frida Kahlo) podemos entonces llegar al trabajo de Massimo Recalcati sobre el complejo de Telémaco.


El acto de la herencia para Freud, citando a Goethe: “lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo”. Se define entonces como una reconquista, un movimiento subjetivo.


La herencia no implica el reencuentro de una identidad ya bien hecha. no es una certificación de identidad, el movimiento de la telemaquia no es un hundimiento para reencontrar los supuestos orígenes, sino una manera para emerger por estos: una búsqueda de genealogía en el comienzo de su ausencia, muy diferente de la ilusión narcisista de hacerse por sí mismo.


En este sentido, el paterno en el trabajo psicoterapéutico puede emerger porque cualquier cosa puede ser un padre, respecto a la mirada de Telémaco en la costa, cualquier cosa puede volver por el mar: un viejo jubilado, un maestro de la escuela primaria, una madre, leer un clásico, una obra de arte, un político, la fuerte imagen de las gafas rotas de Salvador Allende.


Los psiquiatras y los analistas, cuando trabajan con una persona es como si entraran en otra cultura, un poco como cuando se llega a otra ciudad y se aprende a relacionarse con sus rasgos particulares: las zonas estéticamente más cuidadas y las abandonadas, los lugares de encuentro, las divisiones económicas en áreas de interés y los conflictos entre grupos de 

poder diferentes. ¿Qué podemos decir entonces sobre la relación terapéutica con estos pacientes?


En primer lugar, cada psicoterapia es en realidad siempre una historia bilingüe; un encuentro entre dos culturas que se acercan, pelean, buscan acuerdos, una cuestión de deseos y necesidad.


De la misma manera, en segundo lugar, cada terapia es también el encuentro con el exiliado, el otro, el extranjero, el refugiado, dentro de nosotros, que a través del mar del inconsciente llega a la trémula tierra firme del yo.


En tercer lugar, no es infrecuente encontrar en las biografías de psiquiatras y analistas importantes este aspecto del exilio y de sus consecuencias (André Green, Kernberg, Bion, Tatossian, López Pedraza, Ping Nie Pao, y muchos otros).


El rasgo psicopatológico del desarraigo reflexiona curiosamente de alguna manera la historia del psicoanálisis mismo, que resulta apátrida, por muchos aspectos, siempre en viaje.


Entonces, ¿cómo hablar con esta psicosis? Sabiendo todo esto que hemos dicho hasta ahora, ¿cómo entrar en relación con estos andamios de fantasma? Los sufrimientos de cada analista que experimentaron la separación, la lejanía de su tierra, los empujan a acoger el exilio del paciente; “el analista apátrida” puede entender la extrañeza de las vivencias emocionales, la falta de comprensión de su propio mismo idioma, la incapacidad en el expresar en pala- bras sus propias emociones. Una terapia que ayude al paciente a entrar en contacto con los afectos más profundos, imposibles de experimentar, puede ser facilitada si el psiquiatra se pone en su condición de apátrida y exiliado.


Al contar su propia historia como propio mito personal la “mitobiografía” puede ayudar al paciente a entrar subjetivamente en su historia. Ernst Bernhard, el analista que llevó el pensamiento jungiano a italia, fue el inventor del término mitobiografía; el trabajo analítico permite la estructu- ración del propio mito personal, un cuento aún no pensado que pueda inscribir/escribir el yo, que pueda escribir nuevamente su propia existencia.


Tomar conciencia de todo esto, junto a las imágenes simbólicas que emergen espontáneamente de los sueños dentro del análisis se unen en el cuento pensado y nombrado, y permiten una tendencia equilibradora. El análisis, entonces, a pesar de su etimología, más que como una deshiladura como una búsqueda de hilos, de su urdimbre.


Segun la epistemologia jungiana encontrar el propio mito personal estructurante detrás de la propia biografía es una de las tareas del diálogo terapéutico. El descubrimiento de las propias raíces y de su propia historia podemos imaginarlo como la navegación de Ulises hacia Ítaca, un regreso necesario en la psicoterapia. Propongo imaginar el mito de Ulises como explicativo del vacío en las psicosis no desencadenadas y al mismo tiempo como empuje al regreso de libido hacia algo perdido e inalcanzable. Me pregunto si es posible que uno de los rasgos psicopatológicos fundamentales de las psicosis blancas sea este deseo escondido y suprimido. En este sentido subrayo la importancia de que se diera una voz mitobiográfica en el contexto narrativo de la psicoterapia.


Algunos pacientes míos tenían sueños recurrentes: huesos de ballena, raíces de grandes árboles, ojos firmes de un viejo maqui que imponen la continuación de la resistencia u ojos inquisidores de un senador romano que pretenden atención; son todas imágenes arquetípicas capaces de ayudar al yo consciente en la búsqueda de la propia ruta mitobiográfica.

Quisiera terminar entonces con una imagen; a veces, como sabemos bien literatura, cine, arte, llegan antes que la clínica para expresar conceptos importantes a la psique humana.


La “balsa de piedra” es una novela escrita por José Saramago en la cual, con su clásico estilo, visionario y surrealista, se cuenta la historia de la península ibérica que se desancla del continente europeo y transformada en un enorme balsa de piedra, empieza a vagar en el océano atlántico; la Península Ibérica ante los márgenes de Europa ahora que ya no está vinculada a ésta podría dirigirse hacia las Américas, a las cuales les ata un antiguo patrimonio común de idioma y cultura.


Como metáfora de algo a la deriva y reflexión sobre una falta en un proceso de integración se contrapone un posible nuevo mundo, el fruto de una nueva integración y de una nueva identidad.