La revolución necesaria


Raúl Velasco Sánchez.

Periodista y escritor.

Correspondencia: elfildelatroca@gmail.com



La era digital ha representado una revolución de la que aún desconocemos sus verdaderas consecuencias, puesto que recién vamos dando los primeros pasos. El uso de teléfonos inteligentes, tabletas y otros soportes se han generalizado en todo el mundo globalizando la información y haciendo de su análisis (BigData) el verdadero negocio del futuro.


Hasta hace poco, uno de los campos que se salvaba de esta suerte de control invisible, de servidumbre facultativa, era el farmacológico. En la mayoría de los casos, exceptuando los tratamientos involuntarios (ambulatorios o no), la ingesta quedaba reservada a la intimidad de cada consumidor. Pero esto se ha acabado.


Hace pocos días se ha presentado en Nueva York un nuevo formato de Abilify que consta de un sensor digital que avisa al médico y la familia si se ha consumido correctamente. Por llegar están otros que incluso informan de la zona de la lengua en la que se ha depositado la pastilla antes de tragarla. Sus defensores afirman que este tipo de medicación está diseñada para ahorrar al estado y al contribuyente los sobrecostes de un mal tratamiento y recuerdan que para tomarlo se necesita la voluntariedad del paciente, que podría revocar su consumo cuando quisiera.


No hay que ser muy sagaz para darse cuenta que el mismo argumentario que se ha esgrimido en las últimas décadas para suprimir o rebajar libertades y derechos vuelve a erigirse como tótem de la moral y la ética.

El bien común como fin último y definitivo Ha servido para justificar la construcción de una sociedad Orwelliana y distópica, propia de la literatura de ciencia ficción. Para ello la psiquiatría sigue apuntalando las bases de su “mundo feliz”.


Michel Foucault decía que “el poder disciplinario, se ejerce haciéndose invisible; en cambio impone a aquellos a quienes somete un principio de visibilidad obligatorio”. La opción de aceptar voluntariamente este tipo de tratamiento sólo maquilla una realidad donde las decisiones de las personas con sufrimiento mental no son ni mucho menos libres. la violencia y las relaciones de poder están intrínsecamente ligadas al discurso psiquiátrico: invalidando voluntades, silenciando narrativas, deshistorizando biografías, castrando, en definitiva, física y simbólicamente a los pacientes. La coerción es una práctica habitual tanto en las plantas de agudos, como en las consultas externas. Se obliga, desde la fuerza que impone el poder decidir sobre la libertad de un ser humano, a asumir una serie de preceptos para poder ser considerado un buen enfermo crónico, desde la conciencia de enfermedad hasta la necesidad de tomar de por vida una serie de drogas con poca efectividad clínica, pero lamentables efectos secundarios. esta realidad global proyecta serias dudas sobre la capacidad real de decidir, libremente, como ciudadano de pleno derecho, a cual- quier persona diagnosticada con un trastorno Mental Grave.


Mientras tanto, la organización de las naciones Unidas (onU) nos recuerda en un reciente informe titulado El derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental que: “Nos han vendido el mito de que la mejor solución a los problemas de salud mental son los fármacos y otras interven- ciones biomédicas”. a su vez apuntan que “En el ámbito clínico, los desequili- brios de poder favorecen el paternalismo e incluso las visiones patriarcales, que dominan la relación entre los profesionales de la psiquiatría y los usuarios de los servicios de salud mental. Esta asimetría desempodera a los usuarios y menoscaba su derecho a tomar decisiones sobre

su salud, con lo que se crea un entorno en el que pueden producirse y se producen violaciones de los derechos humanos. Las leyes que permiten a los profesionales psiquiátricos llevar a cabo tratamientos e internamientos forzosos legitiman ese poder y su uso indebido. Este uso indebido de las asimetrías de poder impera, en parte, porque con frecuencia las disposiciones ju- rídicas obligan a los profesionales y al Estado a adoptar medidas coercitivas”. y concluyen en que: “La discriminación, de iure y de facto, sigue influyendo en los servicios de salud mental, y priva a los usuarios de diversos derechos, como el derecho a rechazar el tratamiento, a la capacidad jurídica y a la vida privada, y otros derechos civiles y políticos. El papel de la psiquiatría y otros gremios de la salud mental es particularmente importante, y se necesitan medidas para garantizar que sus prácticas profesionales no perpetúen el estigma y la discriminación”.


Mientras la norma social imperante y el paradigma dominante sigan partiendo de un modelo biomédico, el poder ejercido sobre los pacientes se- guirá siendo en esencia castrador. Es necesario por tanto un cambio de paradigma real y éste sólo puede realizarse desde la disidencia a las estructuras que alimentan este discurso. la desobediencia civil no es un derecho, en ocasiones es un deber. Parafraseando a Henry David Thoreau “el mejor gobierno es el que debe gobernar menos”, podría afirmarse que cuanto menor sea la incidencia en la autonomía de un paciente, mejor pronóstico tendrá.


El nuevo formato de Abilify no tiene nada de revolucionario, es más bien un paso atrás, una regresión maquillada de avance tecnológico, en el cambio necesario a la hora de entender el sufrimiento mental. al fin y al cabo la principal causa de servidumbre voluntaria es la costumbre y casi todos los que participamos de este mundo de la Salud Mental llevamos muchos años siendo martilleados con las mismas consignas perniciosas y reduccionistas.

Quizás no nos importe que todos nuestros datos, nuestros gustos, nuestras experiencias compartidas en redes sociales sirvan para crear un perfil cada vez más exacto de lo que deseamos consumir. Puede que algunos estemos encantados de exhibirnos en selfies, videos, memes y tal vez deseemos lle- gar a ser trending topic o tuitstar. Hemos asumido alegremente formar parte de este gran hermano global, en el que la manipulación de la información, el control de masas y la vulneración de derechos humanos, nos hace a todos más débiles respecto a los opresores. Nos hemos convertido en mercancía, en rebaño, en esclavos de un sistema al cual lo único que le interesa es perpetuarse. vivimos un sueño dentro de otro, una realidad vir- tual, en una sociedad donde las relaciones y hasta el lenguaje se han pervertido, convirtiéndose en objetos de deseo y consumo. Somos un pueblo al que ya no interesa cultivar o ennoblecer, sino seducir hasta convertirnos en mejores clientes: más egocéntricos, más impacientes, más irracionales.


Aa verdadera y necesaria revolución en salud mental está surgiendo preci- samente de lugares opuestos a lo que nos estamos convirtiendo como sociedad. Hablo de la razón, de los derechos humanos de las personas con discapacidad, de la palabra viva y experiencial, del trabajo en equipo y horizontal, del respeto hacia ese otro al que su lenguaje no le alcanza para explicar sus certezas, de las virtudes de lo colectivo, de la naturalización del sufrimiento, de la recuperación de los saberes profanos –que diría Correa– de la colectivización de los cuidados, de la cariñoterapia, de la promoción de la autogestión del malestar, del salir a la calle sin miedo a ser excluido o rechazado por loco, de mirar al mundo y comprender, en defi- nitiva, aquellas palabras de Giusseppe Ressi que “La locura es la razón de uno y la razón la locura de todos”.


Barcelona, 17 de noviembre del 2017