La otra vida de Brian


Antón Seoane

Psiquiatra e músico


correspondencia: aseomon@yahoo.es



Brian Wilson. Un músico genial y loco, o al revés. No ha sido el único, Schumann, Rajmáninov y otros más...


Todos ellos, atrapados en un mismo lenguaje complejo y con procesamientos propios, según de quien hablemos: Compositor, intérprete, oyente, o de las 20.000 Células de Corti.


“La Otra Vida de Brian”. quizá hubiera sido el titulo idóneo, pero las siestas embarulladas propician el descontrol y amaneces intentando reflexionar sobre la MúSiCa! en fin, La Otra Vida de Brian; ya que como el de la película, fue crucificado por sus propias ideas y genialidades y por el cenáculo de un entorno siniestro y hostil. también, como el primer Brian, precisó de tiempo para ser entronizado.


Bien mediada la década de los sesenta, los “enteradillos”, ya sabíamos que la guerra de fondo era: Beatles/Beach Boys. De un lado, estos últimos; tres hermanos, un primo y un amigo, mecidos al sol de California. Grandes voces, músicos mediocres pero con un genio como líder. De otro lado: cuatro buenos músicos, dos de ellos, genios también y que siendo muy jóvenes, marcharon a Hamburgo, para, un año después, poner todo patas arriba.


Dos poderosos acordes, enmarcan el periodo, en que nuestro líder, enloqueció. el primero, disonante, de A hard days night y el segundo, tónico y resolutivo con que concluía Sgt Peppers. Pues bien, entre uno y otro acorde, Brian Wilson, se volvió loco, sus compañeros, como ponciospilatos lo ignoraron,

mercantilizándolo y sus productores lo invitaron al holocausto y a la miseria.


La otra vida de Brian; es la de un niño enurético recalcitrante, posiblemente disléxico, con cualidades musicales innatas, que recibió su primer revés, cuando en un examen, no concluye la composición de una sonata. Después, se manifestaría lucidamente autodidacta, reconociéndose analfabeto en solfeo, no constando, que se sepa, ninguna partitura autógrafa, como tampoco de sus admirados Beatles.


Creció dentro de una especie de disfuncionalidad social, con ciertos matices aspergoídes, teniendo en la música su verdadera pasión, “La música es la voz de Dios”, proclamará caminando hacia la locura.


Dirá J.A. González en su libro “Divina Locura”: “Culto en sus conocimientos e intuiciones musicales y torpe en sus relaciones con el exterior, maduro e infantil, Brian era la indeterminación”, a lo que se podía añadir: de la que eclosionaba cuando se encerraba en el estudio con su piano –el lugar donde ocurre la magia–, con sus máquinas y con sus voces, primero para crearlas, después para sufrirlas. el que fue su letrista de confianza y amigo, tony asher, lo definió escueto y certero: Un músico genial, pero un aprendiz de ser humano, anteriormente, ya lo había definido como, un niño, que nunca había dejado de serlo.


Nuestro protagonista, fue, el mayor de tres hermanos; hijos de una madre, Audree, buena cantante, que acabó alcoholizada a base del maltrato de su marido, el padre de la saga. este, Murry Wilson, además de trabajador no cualificado, era un músico de vocación con “pretensiones”; compositor, pianista, pero en absoluto dotado del Don de su primogénito. Descrito como tiránico y déspota; todos los hijos serán víctimas de su carácter y malos tratos, físicos principalmente y en el caso de Brian, psicológicos. ninguno de ellos irá a llorarlo cuando falleció en 1973.

Una relación insana y atropelladamente especular, hasta el último día, caracterizó el trato que dispensó, en exclusiva, a nuestro personaje, al que tanto le costaba reconocer su genialidad, que a punto estuvo de destruir su obra. Aun así, Brian siendo pequeño, también había sufrido su dosis de daño físico, dejándolo sordo para siempre, de su oído derecho, al golpearle con un bate. en este daño, el padre, perpetraba una especie de truculenta equivalencia, ya que, en un accidente laboral había perdido un ojo... un oído por un ojo.


De “Bendita Locura”: Para Brian, el padre era un enigma que podía ser salvaje con una sonrisa en los labios, sancionando una y otra vez, las que despreciaba como torpezas del hijo. Así, se fue transformando en un niño vulnerable, tímido y sumiso. Aun por encima, el doble falsetto al que podía llegar con su voz, era considerado por su padre, como propio de un “mariquita”, manera de cantar que después sería la marca identificatoria de los Beach Boys. Parafraseando al psiquiatra De Bernardi que seguiría las peripecias de su caso, Brian Wilson se sentía como un niño en un mundo poblado, exclusivamente de adultos, concluyendo el párrafo de “Bendita Locura”: como Pessoa entendía que su alma era una cosa de- corativa. No llegó a saber si sufrir es humano, corrió en pos de la verdad, la belleza del sonido, para terminar frente al muro del alma muda.


Pese a su máscara de humor y sociabilidad, con los matices aspergoides al fondo, fue un solitario sin amigos reales ni confidentes, salvo contados, todos ellos nacidos alrededor de su poder creativo, fue el caso de sus letristas y también de Paul McCartney. Torpe en sus primeros escarceos pasionales, en la vida cotidiana era incapaz de tomar decisiones nimias; también en su vida afectiva, amando a dos hermanas, buenas cantantes, un amor, disonante pero armónico, con una se casó, a la otra la amó. Con la que fue su mujer, Marilyn, tuvo dos hijas a las que reconocería, pasado el tiempo, que no había hecho ningún caso, mientras transitaba, primero la gloria y después la locura.

1ª PARADA DEL VIACRUCIS


Camino del Golgota


Después de unos cuantos discos de buen nivel, en 1964, el grupo lanza una canción que los elevó a las alturas, I Get Around. Fue durante su grabación, cuando el hijo gritó a su “paterpatrone”: Vete del estudio y deja de intervenir en mi música, lárgate de aquí; estas despedido. Después, ya libres, hicieron su primer gran álbum, Beach Boys Today. tenía, 21 años.


Pensó entonces que, para siempre, se había quitado de encima el ojo de un Dios terrible, pero más tarde, sufriría una venganza demoledora.


A partir de esa conseguida emancipación, todo el primer acto, transcurre, entre 1965 y 1966. los Beach Boys, que ya eran reconocidos por críticos y seguidores, asisten a lo inevitable, llegaba la Beatlemania a eeUU y con ella nacía una vorágine, que acabaría con Brian Wilson loco.


El 65 había nacido para su grupo con éxito, con su disco de emancipación, pero inmediatamente después los Beatles lanzaban su rotundo, Rubber Soul, disco que a Brian le impactó profundamente, tanto que a partir de ahí, no quiso volver a pisar los escenarios y así, mientras su grupo, intentaba man- tener el tipo en directo, decidió encerrarse a componer: ¡lo nuevo debía ser algo que nunca se había hecho!.


Para más intensidad, ese mismo año, B.Dylan publica Like a rolling stone. toda una onda de nuevas significaciones golpea el sistema, había aparecido el Sentido.


Hasta que llegó, el Big Bang, el 66. los británicos lanzaban un álbum y un single perfectos, Eleanor Rigby y Revolver, tan solo tres meses después, de que Brian Wilson presentase su obra maestra, gestada en exclusiva, en la soledad de su cabeza, Pet 

Sounds. Con su casa discográfica en contra, con todo el grupo reclamándole, menos música “rara” y más himnos al surf, en él, se proclamaba que las olas que había que surfear estaban en otra di- mensión. Pero del pretendido “exitazo”, el disco pasó a la nada; máxime, cuando, fatalmente, se publicó el mismo día en que Dylan revolucionaba el todo, con su álbum Blonde on Blonde. la que iba a ser su gran obra, pasa entonces, sin pena ni gloria, convirtiéndose en un disco maldito, que sume a Wilson en la desesperación y la tristeza.


Nuestro personaje, instalado en la debacle y la desesperanza, se sintió desubicado, no asumiendo, porque no entendían y gozaban de aquellas composiciones. Con posterioridad quedó claro, que el álbum, contenía una música a contracorriente del gusto de entonces. Definitivamente, Pet Sounds había planteado una ecuación musical que casi llevó veinte años despejar y valorar. “Complejo para aprenderlo en una primera escucha”, había dicho L.Berstein, “música culta”, apostillaba Phillip Glass. Su partitura y cons- trucción; todo en él, venía del futuro. Resultado: todo aquello no encajó en la mentalidad de aquel tiempo convulso y se consumó la derrota, a la postre, demasiado prolongada.


Pero pese a todo, Brian tuvo su remanso de gloria; tenía un as en la manga, guardaba una canción con la que cerrar aquel año explosivo, Good Vibrations. Horas y horas de grabación, de mezclas para materializar lo que el definía como, “pequeña sinfonía”. No hubo discusión, al fin, era recibido entre unánimes aclamaciones; todos dijeron que se trataba del single mejor de todos los tiempos; estaba en un pedestal! Pero, llegó el segundo acto.


1967 y uno tras otro, los Beatles lanzaron cuatro desafíos: Magical Mistery Tour, All you need is love, tras golpear previamente, la mente de Wilson, con dos discos más.

Reafirmado con Good Vibrations, Brian había declarado que volvería sobre sus fueros grabando algo sublime, se llamaría Smile, “como una sinfonía ado- lescente a Dios”, de una musicalidad atonal, timbricamente compleja, ambiciosa pero..., recibe la visita de Paul McCartney, encuentro en el que se va a retorcer su aturdimiento, su estado de trema, cuando el beatle, deja caer a un atónito Brian “tienes que darte prisa con Smile, nosotros ya hemos acabado el nuestro”. El “nuestro” era la brillante y total respuesta a Pet Sounds; Sgt Peppers, el “apres coup” definitivo.


El primer golpe, tiempo ha, que se había producido. Cuatro meses antes el daño, la escisión, había eclosionado. entregado a destajo a la que sería su “sinfonía a Dios”, un día, yendo en carretera, emerge de la radio la certeza presentida, manda parar el coche, y quedándose en silencio, de su boca emergió la apocalipsis, “lo hicieron ya, lo que yo quería hacer con Smile, lo hicieron ya”. acababa de oir Strawberry fields forever. Desbaratado, su reloj se acababa de parar y en Brian, ya nada, realmente volvería a ser lo mismo.


La que debía ser su próxima “sinfonía”, quedó varada para siempre, como un futurible inacabado pese, a que, con el paso de los años, llegó a publicarse tal y como él había imaginado; pero ya nada era igual. la sombra dePet Sounds le seguiría para siempre.


A partir de ahí, todo lo invitó al desvarío, él mismo, las drogas que consumía, la actitud mezquina de sus compañeros, su padre que seguía y seguía, la compañía discográfica Capitol, su mujer, los amantes de su mujer, malos terapeutas y más drogas y más gominolas; hasta que entró en el túnel, del que realmente ya no saldría hasta 1992.



2ª PARADA DEL VIACRUCIS


Judas sale al camino


Alucinaciones auditivas, las del padre en primer plano, falsos reconocimientos, pensamientos paranoides, algunos de ellos centrados en la figura de su admirado productor Philip Spector; aterrorizado hasta el embozo de la cama, su incapacidad para componer y sobre todo, un profundo y pasivo abandono, eran síntomas de un evidente desequilibrio que curiosamente, el entorno metabolizó a través de una apreciación; chocante. Su propia mujer afirmaría, tiempo después, que no había notado en él, nada raro, hasta 1969. Todo aquel destrozo, a ojos de sus allegados, no pasaba de ser, Las Cosas de Brian, como si fuesen cotidianas rarezas sin más, ignorando que más allá de la que consideraban una extravagante filosofía vital, pudiese existir un verdadero sufrimiento. en definitiva, su locura, a nadie concernía.


Pasaban los años y lo que preocupaba a los Beach Boys, era que su líder se había quedado colgado, de una trágica broma, Smile, aunque de su natural talento siguieran saliendo esporádicas buenas canciones, y lo que era peor, tenían que ocultar a su público, a los media, a la compañía discográfica, que la locura y las drogas eran la causa; lo que chirriaba con la pulcritud de imagen, que los otros integrantes del grupo querían transmitir, eran ¡El grupo de América!...pero su cabeza pensante iba por libre, pudiendo adorar tanto al Dios armónico como a lucifer.


En 1969, el padre, que aún seguía poniendo en su tarjeta, “El hombre que hizo a los BB”, lleva a cabo su vendetta. Siempre intrigante y oscuro en los contratos con su propio hijo, vende en secreto los derechos de autor de todas sus canciones por 700000 dólares, 30 millones a comienzos del 2000. De un plumazo, había arrebatado a Brian la única seña que lo identificaba plenamente como persona, sus composiciones, el resultado de su don identitario, la música.

Era 1973 y Brian estaba permanentemente del otro lado del espejo, cuando coinciden en el tiempo, la vida y la muerte. nace su segunda hija, su esposa se la acerca y un Brian, ausente durante todo el acontecimiento y hasta el límite angustiado le confiesa: “no puedo, tienes tu que ocuparte de ellas, hay demasiadas cosas raras dentro de mí, no sé cómo ser padre, no quiero ver a nadie, no quiero hablar con nadie”. Casi, sincrónico en el tiempo, su padre, fallecía. Brian entonces, se encerrará en un cuarto de servicio, habitado por cocaína, alcohol, lSD, anfetaminas, helados, hamburguesas, pasteles, y las inevitables gominolas, llegando a los 160 kg de peso.


Era 1975 cuando Judas sale a su encuentro. acuciados por seguir ganando dinero con sus canciones, con el beneplácito de su mujer, su grupo decide recuperarlo. llaman entonces a quien era un atípico psicoterapeuta, Eugene Landy. Psicólogo Clínico, entra en la vida de Brian, en una primera etapa de dos años, 1975 y 76, después de una fallida tentativa de ingreso.


El autor de “Divina Locura” así lo describe: Era de pequeña estatura, hiperactivo hasta el mareo y se presentaba como Terapeuta Alternativo, tratando a toxicómanos en su clínica, cuyo nombre formaba las siglas Free: Libre y Gratuito; ninguna de ambas cosas resultó cierta.


Con un aspecto cercano al que podría ser Chico, el hermano pianista de los Marx, el flamante terapeuta, puso en marcha su terapia de 24 horas de Control total: ejercicio físico, medicaciones que no podía prescribir, dietas, vitaminas, horarios etc, y sobre todo, un aislamiento carcelario de todo lo que recordara el entorno del paciente, de modo que, al final de esa lobo- tomía virtual, este, se había transformado en un ser dependiente, como si fuese el único miembro de una extraña secta. landy controlaba, hasta la edición de algunos discos “enfermos”. lo estrujó, paseándolo como un ídolo tonto, por famosos late shows, hasta que, ya, como nuevo “paterpa- trone”, reclamó la mayoría de los derechos de autor de las nuevas cancio- nes, aduciendo que “existían y se grababan gracias a su tratamiento”.

Una vez más, la variable del dinero se manifestaba arma terapéutica. Cuando el extravagante landy exigió doblar su minuta a 20000 dólares mensuales, Brian salió de su gominola toxica, para, por primera vez en su vida, golpear a alguien. Seguía igual de loco, pero, con un sonoro ¡Hijo de Puta! y un puñetazo, aquella terapia concluyó. Pero Judas, volvería a salir al camino.


Pasaron años de deterioro para él, para su familia y para su grupo, que demandaba más composiciones mediocres, “canciones hamburguesas” les llamaba Wilson, y aun así, de vez en cuando, el Don reaparecía pero, el declive era evidente. Mientras, las únicas medidas que se tomaban, eran mal dirigidas por su primo beachboy, Mike love, al mando de un ejército de matones ocupados en controlarlo, aplicarle duchas frías, reducirlo, etc. y pese a todo; de todo se metía. Mendigaba cigarrillos por la calle, descalzo y andrajoso, siendo el conductor del autobús escolar de sus hijas, su proveedor del mal.


Era 1978 y un día Brian desapareció de su casa/manicomio, consiguiendo llegar hasta San Diego. Con la tremenda panza emergiendo bajo su camisa, sin dinero, sin ubicación, deambula y deambula, entrando aquí y allá, incluido un estudio de grabación, en el cual a cambio de componer lo que quisieran, solicita una papelina de heroína. Pasará 40 días ingresado en un centro de desintoxicación, mientras su mujer preparaba los papeles de divorcio. vuelto al redil, se dedicará a su pasatiempo favorito; un clásico ma- nicomial: “Miradme. Voy a dar 700 vueltas al estanque”.


De ahí, pasó a un ingreso puramente psiquiátrico durante tres meses, reclusión de la que, los Beach Boys lo sacaban en procesión para conciertos importantes, casi oculto detrás de un piano que ni tocaba.

1982: Judas sale de nuevo al camino y en un periquete, reproduce pero agigantada la estrategia de su primer tratamiento, control y aislamiento total; su minuta será de 650.000 dólares al año, los derechos de autor serán ges- tionados por él, pasará a ser su productor musical, deberá figurar como coautor de las canciones y como guinda, le hace coparticipar de una sociedad, Brain and Genius, que solo enriquecería a landy, logrando ya, al fin, ser nombrado beneficiario casi único, en su testamento.


A Brian solo le quedaba cumplir el papel; se refería a landy literalmente, como su dueño, remedo de Frankestain, el cual le dejaba tocar el piano siempre que se portase bien y pese a todo; de todo seguía entrando. también los miembros de su grupo, que a cambio de que compusiera lo que fuese, contribuían cómplices a los excesos. obviamente, también landy le daba de todo: ansiolíticos, antidepresivos, neurolépticos, litio, etc, inflando aquella pasiva bola de grasa.


Así, hasta 1991. Habían sido nueve años de caos, con un solo beneficiario, el terapeuta. “Desde que comencé el tratamiento no he estado solo ni una vez, soy un prisionero. He intentado suicidarme en la piscina. Vivo en un infierno. Tengo miedo de Landy”. en una cita clandestina, así le hablaba de su situación a su amigo Tony Asher, colaborador de la que había sido su obra maestra.


Poco a poco, amigos que aún tenía, lo admiraban y que habían asistido ignorantes o impávidos a tanto desatino, empezaron un movimiento, casi nacional, para recuperar los restos de Brian.


Desde 1982, un trust familiar, presidido por uno de sus hermanos intentaba tutelar, la fortuna de Wilson, dada la incapacidad legal de Brian. esa tutela era la que perseguía landy, pero se encontró con la conjunción, por intereses diversos, de muchas personas que querían recuperar lo mejor 

de su ídolo. los Beach Boys, al ver que el dinero acabaría en manos de landy, su dubitativa exmujer, la clara decisión de sus dos hijas y sus letristas, consiguieron, entonces, que en Diciembre de 1991, la Corte de Santa Mónica dictase una resolución por la que se reconocía la potestad de Brian a ges- tionar sus propios asuntos, revocando una decisión anterior sobre su incapacidad mental. la misma resolución dictaba orden de alejamiento para landy, al que también, se le retiraba su licencia.


A favor de viento, en 1993 empezaría la relación con la que es su actual pareja, Melinda. Después aun quedaron flecos, bizarros y muchos con su propio grupo, pero hubo final feliz, recuperó la relación con sus hijas, para las que produjo algún disco, siguió componiendo, recibió el reconocimiento de sus colegas, desde Neil Young, elton John a Bob Dylan, Pink Floyd, etc., Asistió al estreno de su biopic Love and Mercy, estrenado en 2014, de nuevo hizo discos, el ultimo de 2015 y de nuevo subió a los escenarios.


Con una cronicidad que se percibe infranqueable o simplemente, consecuencia de una personalidad que pese a todo, sigue siendo disfuncional, básicamente ahora, se divierte tocando en directo, lo que la técnica de su tiempo impedía hacer, Pet Sounds. Se divierte, pese a su irredento pánico escénico y las “voces” que se le cruzan en escena: vas a morir!, más vale que te cuides!. Como guinda, recuperó sus derechos de autor con una indemnización de 10 millones de dólares. que se sepa, su tratamiento actual es el apoyo de su familia, pero quizá, no solo.



3ª PARADA DEL VIACRUCIS


(Cantaba el Brian crucificado)

Siempre mira hacia el lado brillante de la vida.


Como otros compositores, él quiso alcanzar “ese brillo de la luz” o como cantaba su alter ego, “la luminosidad de la vida”.


Brian Wilson se volvió loco, aparte de por su personalidad y por tóxicos varios, porque, quiero creer, ya estaba loco de innovación, cuando intentó deconstruir su propia música, su grupo, la música que hacían y por conti- güidad, aquella que admiraba, la de los Beatles.


Se admiraron, se admiran; Brian expresamente les dedicó “la integral” de los Beach Boys, a sus queridos Beatles. ambos buscaban la belleza, incluso en sueños, tal como contaba McCartney. Demostrando que la música nos precede y que posiblemente no compongamos y que quizá, tan solo tro- pezemos con ella, el beatle le preguntaba a George Martin si yesterday ya existía, es decir, si era una de tantas partituras nacidas de la eclosión del Cero tiempo. el saber de G.Martin lo convenció, de que solo él, había descubierto aquella melodía; como quien escudriña el universo y se encuentra con algo que demandaba ser encontrado, aunque fuera en sueños.


Rilke nos acerca a ese pretendido brillo: Tú, idioma donde los idiomas acaban. Tú, tiempo perpendicular, te levantas sobre el rumbo de corazones desvanecientes. Tú, extranjera: Música!


Joseph Conrad pone en boca de un personaje de Lord Jim:” Vamos por la vida con los ojos medio cerrados”. Arranca de este modo el autor de “Bendita Locura”, para acabar el párrafo acercándose al misterio, “aquella que supera la dictadura del lenguaje, para revelarse más allá de las palabras”. Cantaban losBeatles, “vivir es fácil con los ojos cerrados”.

Podríamos proclamar, ¡y aun a pesar de la música no estamos locos!. Un Mundo/Música, sin significaciones que salgan al paso llenando el vacío, supondría una invitación a la locura, a golpe de sonidos que nos resultarían no codificables. Precisamos no del oído para escucharla, precisamos desde el vaso de plástico, a la poesía, desde la venus de Milo a la estación espacial, desde un alicate, al verde de la jungla, desde un rostro bello a un rictus amargo, precisamos la conciencia, sea esta, lo que sea. a solas con la música, acabaríamos trastornados, quizá por eso Brian Wilson, decía que la música era una cámara insonorizada, el todo y la nada, el silencio y la fanfarria en una misma defini- ción, lo dicho, lo imposible. Pero, no es cierto; hay vida sobre un horizonte negro, aun “con los ojos cerrados”, nuestra red neuronal la construirá.


Hace años, asociaba, la música, a una resonancia efímera y mágica que apenas dura, lo que su vuelo, como un efecto Doppler súbito, que parece romper la línea del tiempo. anuncia mil significaciones, nos envuelve y veloz, nos deja como si fuese una bofetada de irrealidad que, por un instante, nos somete a la ley de la Belleza inexplicable, la música!, un curioso trampantojo de nuestra mente, en donde restos mnésicos de todo tipo, navegan libres en un mar, libre de las ataduras de palabra y significación.


Paradigma del efecto Doppler, es la alarma de la ambulancia, la expresión perfecta de lo que entendemos por música. Nos anuncia lejanos restos diversos, de la vida y de la muerte. Apenas la hemos oído, cuando ya se aleja, dejándonos con la sensación de que algo, no cesa de estar sucediendo, algo que nos concierne e interroga. apenas un instante y tantos posibles senti- dos en un único tono.


La música es la concatenación de infinitos cantos de sirenas que vienen en oleadas de ambulancias. los que saben, dicen que solo podemos retener con facilidad, secuencias de siete dígitos y de golpe, son los bíblicos setenta veces siete que

acabamos de dejar atrás y tenemos que preparar nuestro córtex para la llegada de otros setenta veces siete y que todo ello, además, conforme una secuencia lógica. no saber que nota, que frase, que modulación va a venir a continuación, produce el suspense, a la espera de resolución. En palabras de J. Lehrer: La música solo nos excita cuando induce a la corteza auditiva a luchar por descubrir su orden.


La música nos ofrece la calma y el barullo en esa avalancha de cantos de sirena; ¡nos impide pensar!. Básicamente ese es el misterio que encierra, nos impide pensar, aturdiéndonos entre señuelos e intrincadas significaciones, a las que nuestro cerebro y nuestra percepción, se ven abocados a la búsqueda de sentido.


Nos exige abandonarnos, lejos de la necesidad absurda de comprender.


la música no da tregua, la música insiste!. es una descarga comicial que resetea nuestro córtex dejándolo en un microstandbye que precede a un nuevo impacto y así, hasta el clímax; cuando la corteza auditiva haya encontrado el orden buscando y propicie que las endorfinas, regresen a casa.


Brian Wilson, Strawinsky, Bob Dylan y tantos otros. El primero acabó loco, el segundo enloqueció a los que asistieron al estreno de La consagración de la primavera y el tercero lleva años enloqueciendo a los seguidores de sus canciones, porque cada vez que las canta las deconstruye. Optaron por lo imprevisible. Bach, afirman los eruditos, “amaba la excepción, ...en donde se aguarda lo predecible, aparece, otra cosa”.


En los tres casos, contextos aparte, intentaron unir lo antagónico: la consonancia y la asonancia, la continuidad y la sorpresa, el tono resabido y el fluido atonal; decía Wilson, que las olas que él buscaba, nunca surfeó!, eran las armonías imposibles.



Por si fuera poco, la partitura se puede matizar, descomponer en planos, etc, a según y cómo, el músico, la subjetivice. la clave es; La Inflexión: lo no previsto; variaciones sutiles, en el tono, en el fraseo. en palabras sabias: que la nota siguiente no gravite en la lógica del discurso que la precede y del que la continúa; subvertir la lógica de la naturaleza, como si un objeto gravitase aleatoriamente sobre su sol. La inflexión propone en cada momento algo nuevo, desafiando la plasticidad de nuestra placa base. Se precisa del organizador, del corrector y ahí está el córtex procesando, a la búsqueda de un patrón global, que dé sentido en cada instante, a la interrelación entre notas, ritmos y armonías.


Prueba evidente de que todo en música es casi deformable, es que muchos creadores e intérpretes, Glenn Gould, ejemplo socorrido, grabo y regrabo las famosas Variaciones Goldberg, eligiendo al final, una versión y no otra, aquella?, quizá ayer, hoy, tal vez?, mañana, quizá otra?, quizá la versión Definitiva?.


Lo inmutable en música, es que nada es definitivo, nada es la versión final, también los vacíos de Cezanne alimentan el infinito o la sonrisa de Monna lisa nos sigue invitando al pasmo, pero ya son, o tal vez, simplemente están. en el mundo de los sonidos, todo es más enrevesado. Cuanto de estacato?, de legato?, cuanto de forte? von Karajan sacaba de quicio a muchos melómanos; sus forzados pianísimos y el tempus, el tempus! Solo nuestra mente dicta y construye, cada vez, cada vez, que esa es la versión definitiva, cada vez, la definitiva.


Adoramos lo conocido, como agradecemos la excrecencia, la repetición amansa las fieras, pero el dilema se plantea cuando nuestra corteza auditiva tiene que ordenar y dar sentido a lo que no tiene fácil gobierno. los seguidores de Dylan que nos cabreamos con sus canciones, dopamina que llevamos invertida, somos los mismos que encarnaron en su locura, ¡hicieron real!, el pentagrama de La Consagración de la primavera, ¡y la música se hizo carne!, enloquecieron realmente y llevados de la alerta 

del reptil, destrozaron butacas, atriles e instrumentos. en este caso, víctima de un transito- rio Sd Kabuki, el cerebro había sido desafiado a encontrar en algún recóndito lugar de su memoria, algún patrón que hiciera de aquel caos, tan solo música. Hoy ya forman parte de nuestras carpetas de memoria,Las señoritas de Avignon y ningún bienpensante, vaya usted a saber, prohi- biría una composición, por contener una disonancia desconocida, tal como le sucedió a Schönberg.


Y aun, pese a la música, no nos volvemos locos. ni cuando esperamos y esperamos el acorde final que resuelva la tensión acumulada, ni cuando el mas críptico Miles Davis nos proponía ecuaciones sin solución, ni cuando intentamos descerrajar las sonoridades interiores que habitan la Gagaku, la música clásica de la corte imperial japonesa. De esta última, podríamos decir que la oímos como los niños oyen, la podemos disfrutar casi como homo sapiens, pero representa una incógnita que no podemos aprehender. la música precisa la memoria, la geometría y el mapeo de la conciencia. Dicen los sabios: Cuando escuchamos música, sentimos la emoción de una abs- tracción. Sentimos, pero sin saber por qué.


Al escuchar lo indescifrable, nos quedamos sin paisaje y por un efecto ex- traño de nuestra mente, asistimos a lo que oímos, como si fuésemos ciegos, y aun así y pese a todo, no acabamos locos; “vivir es fácil con los ojos cerrados”, que cantaban los Beatles, a lo que añadían, “nothing is real”, “nada es real”. Podemos vivir con los ojos cerrados, algo dentro de nosotros construirá el sentido... pero, ¿realmente lo precisamos?.


Decía el poeta Carlos oroza: yo no pinto pájaros, pinto vuelos.


De eso se trata.