La pasión de Concepción Arenal: ¿Un abismo?



Mª Antonia de Miguel. Psicoanalista.

Vigo


¿En qué momento la figura de Concepción Arenal pasó a ser para mí algo más que una mujer, que por serlo de excepción para su época, da nombre a calles, institutos o centros culturales...? Primero me capturó, no quiero decir me sedujo porque es demasiado intensa la palabra, de forma imagi- naria, si de forma imaginaria al ver la película/documental, protagonizada por la gran actriz que es Blanca Portillo.


A partir de ahí ya no me conformo con un nombre que nombra espacios públicos quiero saber más de ella quiero entrar en su espacio privado y empiezo a leer, busco su biografía, no encuentro muchas cosas pero...empiezo a anudar, de lo imaginario a lo simbólico, y encuentro.


Veo a esta mujer en el tiempo en que para andar por la calle una mujer neEcesita una mano para subir su falda, que llega al suelo y otra para sujetarse el sombrero sin el que no se puede salir de casa; la veo en la primera escena de la película correr para llegar al Cadalso con la carta del indulto en la mano, conseguida con ímprobos esfuerzos, para impedir la ejecución de una presa condenada a la pena capital por infanticidio, y la admiro.


Encuentro esta carta:“ amistad y pena de muerte” y confirmo suposición en la vida: la de correr tras un imposible con el convencimiento de que algo se podrá hacer a pesar de todo.


La carta la encuentro en una selección de fragmentos de su obra que se recogen en un estudio de África lópez Souto en la editorial Baia Pensamiento, uno de los pocos estudios semi-biográficos que he encontrado, escrito en un hermoso gallego,


que puede apreciar hasta una semi-analfabeta de este idioma que soy yo, pues lo leo pero no lo escribo. Voy a leerla a la letra:


“San Pedro de nós, 11 de junio de 1886


...Tuvimos algunos días hermosos, pero hoy vuelve a llover. Mañana nos vamos a la Coruña con un motivo bien triste. Hay un reo condenado a muerte en primera instancia y que lo será probablemente en el tribunal superior. En este pueblo, de costumbres suaves (el verdugo no es gallego), el patíbulo es doblemente horrible; desde principio de siglo no se ha levan- tado por delitos comunes en la Coruña, cuyos habitantes piden a la reina indulto.


Yo he hecho la representación e iremos a recoger el mayor número posible de firmas. no faltaría la tuya si estuvieses por aquí.


Recuerdos de nuestra amiga y de Fernando, que no está aquí, pero que mucho te recordó ayer cuando vino.


Los míos a tornos y a tus hijos y para ti el cariño de tu cordial amiga.


Concha”.


Encuentro esta carta y compruebo que ficción y realidad se recubren y que la luchadora por los derechos humanos está llena de afectos amistosos, de dulzura y suavidad de maneras, “pueblo de suaves costumbres” así califica al pueblo gallego, que es el suyo –es ese su estilo, suave, dulce, a la vez parco y serio–. Suave es otra forma –quizás más cercana al estilo femenino–, de llamar a la prudencia y por alguna razón aún me conmueve más.

Solo una gran pasión puede mover a alguien a hacer con su vida lo que hizo Concepción arenal: tres años de universidad bajo la apariencia de un hombre, disfrazada, ya que de otra manera no hubiera podido en su tiempo acudir a las aulas, escribir sin cesar, en alguna ocasión publicando con nombre masculino, sin desplazarse para asistir a los congresos de su interés pero enviando a todos y cada uno de ellos sus trabajos. Hay a este respecto una curiosa anécdota: gozando como gozó de una inmensa consideración por estos trabajos fuera de su patria mucho más que en la suya, la asociación Howard, para la reforma de las prisiones la nombró su miembro correspondiente en España, con la equivocación curiosa de dirigir el nombramiento a Sir Concepción Arenal. Esta “sir”, es madre también, madre que cuida amorosamente a sus hijos, amiga que no olvida nunca a sus amigos y mujer que no deja que su pasión, “la de Concepción Arenal” – la de mover el mundo de la injusticia, la de cuestionar sin descanso el prejuicio del hombre que recae en la mujer– anule “los calmados y suaves afectos de Concha”.


Pero, ¿cuál es entonces su pasión? ¿a qué responde el título de este trabajo? Una frase de ella, encontrada al azar, me lo proporcionó y busco y encuentro esta frase en uno de sus textos: “la mujer del porvenir”: “la pasión en el hombre es un torrente, en la mujer un abismo”.


En el hombre, entonces, su pasión arrastra a otros, en la mujer puede permanecer en ella misma pues el término mismo: abismo no supone en sí dialéctica alguna. Abismo: “Parte profunda del pensamiento o del alma que resulta insondable o incomprensible”.


Pues bien haremos lo que ella enseña: ir más allá de lo “in/im...insondable, incomprensible, de lo imposible para sondear su pasión y si no la comprensión, tampoco se trata de eso en las grandes pasiones, quizás si podamos alcanzar el entendimiento.

El abismo que habita su alma de mujer lo transita Concha con palabras, miles de palabras que siempre tienen un interlocutor: ese otro interlocutor es diverso: el hombre que dicta las leyes, el juez que las aplica, la mujer segregada en ese su tiempo –por tanto cualquier mujer–, son las presas, las que en la cárcel son sus vigilantes, el cabo de vara que las endereza, el verdugo, pero también las prostitutas, las jóvenes casi niñas que se dedican al servicio doméstico, los niños que crecen en la miseria...los desprotegidos todos. y en eso no es una mujer de su tiempo es una mujer del nuestro, es como ella titula la obra ya mencionada: “Una mujer del porvenir”.


Estamos en jornadas de psicoanálisis, ¿no es así?, entonces podemos también permitirnos el lujo de usar términos caros al psicoanálisis y decir que: su pasión es la castración, entendida en el mejor sentido psicoanalítico: pasión por el ser en falta, pasión por lo que humaniza al ser vivo, por la falta que el lenguaje imprime en el cuerpo y que ella va a tratar por la misma vía la de la palabra.


Esta pasión por el ser en falta ha sido desviada y usada sin sutileza, utilitariamente más bien, en un mundo masculino, que se mide por la norma fálica. “Masoquismo femenino” se lo ha denominado sin advertir que se trata de otra cosa: de una ruptura de la medida fálica, y de que este supuesto masoquismo femenino (Helen Deutsch habla de él en sus escritos sobre la mujer “para dar cuenta del exceso de privación al que conduce el amor de las mujeres más allá de cualquier consideración propia del principio del placer” y lo sitúa como una “salida de los límites normales”. Dice que “la mujer se expone con alegría a las privaciones, al sufrimiento y hasta a la muerte”) es en realidad un fantasma masculino que hace permanecer al hombre, convenientemente ciego a las posiciones femeninas del ser por estar instalado en el tener.

Hay que ser capaz de leer, en sus reflexiones sobre la pobreza y la miseria, su estilo sutil y delicado de tratar el tema, que nos lleva hasta lacan en sus referencias y consideraciones –para tratar el tema de la feminidad– a ̈la mujer pobre” en la novela de leon Bloy, que no es otra que la que se pre- senta con el signo “menos”, en falta.


“Voy a decir una cosa que tal vez parezca muy extraña. La pobreza no es algo que se debe temer, ni que se puede evitar. lo temible, lo que ha de evitarse y combatirse a toda costa es la miseria...Miseria es aquella situación en que el hombre no tiene lo necesario fisiológico para su cuerpo, ni puede cultivar las facultades esenciales de su alma”, esas son sus palabras, que supone serán extrañas para la comunidad pero que no duda en escribirlas.


Es porque la pobreza atañe al tener y la miseria toca al ser y esa es la sutil diferencia que esta mujer, Concha, es capaz de hacer si nosotros somos ca- paces de leerlo, porque ella siempre se dirige, busca, a un interlocutor.


En un artículo de Eric Laurent, que se incluye en un texto sobre sexualidad femenina, encontramos esta lúcida consideración sobre el masoquismo femenino como complementario al fantasma masculino: “la falsa solución del masoquismo femenino consiste en querer, entre el todo y nada, asegurarse un lugar en el fantasma del hombre. Es una falsa solución, porque la verdad de la posición femenina no es ser “todo o nada” sino ser otro para un hombre”. Entendiendo ser otro –añado yo– como ser un interrogante en el universo que se rige por el tener y esa es la posición que encuentro en Concepción, someter a una continua interrogación, poner en cuestión el mundo masculino que reduce al femenino a no ser más que el bello, débil y veleidoso sexo: “la mujer más fuerte e ilustrada, es considerada por la ley como inferior al hom- bre más vicioso e ignorante.” (“la mujer del porvenir”).

A partir de la pregunta freudiana ¿qué quiere una mujer? Lacan ha hecho un importante desarrollo sobre la posición femenina.

La ética del discurso analítico impone deducir el ser de una posición, partiendo de una falta. Esa es la intención de mi trabajo de hoy. nadie mejor que esta mujer pionera y absolutamente actual puede ayudarnos a responder en su hacer paradigmático.


No sé si consciente o inconscientemente la película nos ofrece el contraste de dos universos el del tener y el del ser. De un lado el universo masculino que dirige, ordena y llena sus arcas con los beneficios del trabajo de las presas, de otro lado la visitadora de cárceles y su grupo de mujeres donantes. Un momento de” clímax” es aquel en el que la visitadora pide para sus presas y el jefe de prisiones figura de la potencia masculina pregunta: pero mujer ¿qué más quiere?. ¿No ha tenido ya suficiente entretenimiento? Concha ha conseguido trabajo remunerado, zapatos para las presas, limpieza, alfabetiza- ción,... y ahora, entonces ¿qué más?: Pues, lo que ahora quiere es un nada, un día libre, un día gozoso e inútil, un día de ocio, de goce, de sol de risa... eso quiere.


Es una mujer que no se asusta, que no retrocede ante el enigma que la mujer es para sí misma, evoco aquí a J. Lacan cuando dice, en “ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”: “El hombre sirve de relevo para que la mujer se convierta en ese otro para sí misma como lo es para él”. Esta mujer, madre amorosa, que cuida de manera singular la educación de sus hijos, llegando a estudiar por su cuenta las ciencias exactas para poder ayudar y corregir al hijo, que más tarde sería ingeniero, esta madre del amor y los cuidados, no retrocede ante esa otra del acto absolutamente enigmático. tiende la mano a otra, tan diferente que a todos asusta y repele: Una reclusa condenada a muerte por infanticidio. la escena puede seguirse a lo largo de toda la película de manera singular y sobrecogedora. a esta “ Medea”, que ha matado a sus dos

hijos, Concepción se acerca sin temor y trata de escuchar, en ese acercamiento, a la mujer no toda inscrita en su función de madre: “la mediación fálica, es decir el hombre que le dará el falo bajo la forma de hijo, no drena todo lo pulsional que puede manifestarse en la mujer, y en particular toda la corriente del instinto maternal” (Lacan, “ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”), que sea una enferma psicótica no lo explica todo para nosotros analistas y no lo explica todo, tampoco para Arenal.


Es absolutamente conmovedora esa escena de la película en la que Concha se acerca a esta “Medea” y le habla. Le habla como madre, le habla de la muerte de su propia hija, de su dolor, de la angustia con la que todavía años después escucha y recuerda el llanto de su bebé... pero si le habla de esto no es para recriminarla como madre sino para poder escucharla más allá de esa posición materna desde la que sería incomprensible ese infanticidio, la escucha como mujer que prendada de un hombre puede llegar a ver a sus hijos como un obstáculo, estrago que lleva al sin límite de las concesiones que una mujer puede llegar a hacer...


Hay en Arenal una posición que nos hace pensar en la posición natural fe- menina como analista por el hecho de saber operar con la falta, con el más allá del falo.


Me detendré ahora en otra escena de la película, pero antes voy a hacer una introducción a la arenal “psicóloga”, a la visitadora estudiosa de la psi- cología femenina. De su época de visitadora de cárceles –dos años de estancia en la Coruña– esta gallega discreta dónde las haya respecto a lo más íntimo y privado de su vida (si tenemos el tiempo y aunque no hay o no he encontrado ninguna biografía detallada, daré algún detalle de la historia subjetiva) se alimenta su obra “las cartas a los delincuentes”. Clara Campoamor señala que este libro es fruto de una doble experiencia, esta de visitadora de cárceles y el examen psicológico de 560 reclusas o liberadas, cuyo estudio

directo realizó en “la asociación protectora de presas y libe- radas”, que fundó en la Coruña.


Es este un tiempo absolutamente activo; junto a su íntima amiga Juana de Vega, condesa de Mina y otras mujeres no cesa en su afán de dar o más bien de devolver a las presas su dignidad perdida física y moralmente.


La vemos, junto a Juana de vega, leyendo cartas a las presas de la Galería de mujeres en la Coruña, cartas en las que les da a conocer numerosos artículos del código penal vigente, deteniéndose en aquellos que más pueden interesarles: aborto, infanticidio...la Condesa de Mina lee las cartas a las mujeres mientras ella calceta en un rincón aparentando indiferencia, pero en realidad pendiente de todos sus gestos que pudieran ser indicio del efecto que esta lectura produciría; poco después anota sus percepciones (África López Souto, pg. 714, sobre Concepción Arenal).


La escena, recogida magistralmente en la película, es preciosa, una de las que más he gustado en ver y volver a ver. ¿Razones? Desde alguna personal a otras históricas. A mí me gusta hacer punto, mucho, muchísimo. Pero no todo es eso. ¿Forzaría las cosas si digo que es la imagen de la atención flotante que se pide al analista en su escucha, atención flotante que no quiere decir nunca indiferencia? Ana Freud lo usaba como recurso para mantener este grado de atención cuando escuchaba a sus pacientes, anécdota sin duda, pero buena anécdota par ser recogida.


¿Podría ahora permitirme una elucubración al respecto? en su 33ª conferencia de “nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”: “la feminidad”, Freud hace una observación en relación a la labor del tejido y la mujer. La leeré con prudencia, ya que el dicho puede alarmar a nosotras, las mujeres. Con prudencia, aquí, quiere decir que iré al decir más allá del dicho.

Dentro de un largo párrafo dónde se refiere al narcisismo femenino, a la necesidad más de ser amada que de amar, a la vergüenza cualidad femenina por excelencia...cuestiones algunas de ellas que comentaré, está este otro párrafo: “Se cree que las mujeres han brindado escasas contribuciones a los descubrimientos e inventos de la historia cultural, pero son tal vez las inventoras de una técnica: la del trenzado y tejido. Si así fuera, uno estaría tentado a colegir el motivo inconsciente de ese logro. La naturaleza misma habría proporcionado el arquetipo para esa imitación haciendo crecer el vello púbico con la madurez genital, el vello que encubre los genitales. El paso que aún restaba dar consistió en hacer que adhirieran unos a otros los hilos, que en el cuerpo pendían de la piel y solo estaban enredados. Si ustedes rechazan esta ocurrencia por fantástica, y consideran que es unaidea fija mía la del influjo de la falta de pene sobre la conformación de la feminidad, yo quedo naturalmente indefenso”


Tomemos entonces la idea fija freudiana más allá de su dicho, pensemos en la conformación particular de la feminidad y también en ese sentido, su particular forma de la sublimación, porque ¿de que otro modo vamos a entender este quehacer femenino más que como una forma sublimatoria respecto a la castración, al real de su castración? la sublimación es la forma de tratamiento de lo real por lo simbólico con el intermedio de lo imaginario. El arte del trenzado, del tejido puede ser tomado como una forma paradigmática de la actividad sublimatoria. En el caso de nuestra protagonista, Concha arenal, esta labor de tejer –en este contexto– no es más que el prólogo de un trenzado que va más allá, el trenzado de palabras que es su escrito posterior para las presas: “las cartas a un delincuente”. Por ser el inventor del psicoanálisis hay que leer a Freud con las cuestiones que a él se le plantean sobre la mujer que quedan abiertas en sus últimos trabajos en relación al final del análisis, hay que leerlo en el modo que él mismo nos enseña, yendo más allá del dicho. no se trata entonces en esa metáfora del tejer del ocultamiento vergonzoso de la castración, sino del velo 

tendido a la falta, para que, sin completarla, sin restaurar esa falta que humaniza, ella misma empuje al hacer, hacer una obra de arte. Concepción Arenal no teje solo con agujas, teje para construir un entramado social que envuelva cuidosa e incluso amorosamente al desprotegido.


Es una forma del saber operar con el nada. es bien importante hacer la diferencia entre el saber operar con el nada y el identificarse con el Uno fálico regulador dominante.


En cuanto al narcisismo femenino tomémosle también por lo que es, narcisismo del deseo lo nombra lacan, amor del deseo, que viene al lugar del falo marcando la salida femenina.


Amar apasionadamente la falta puede conducir al abismo del estrago, si de cubrirla se trata con la medida del tener, pasión mortífera que puede engullir todo el ser femenino, pero hay otra forma de amar con pasión la falta, esa es la pasión de Concepción, amar a los seres en falta, los que nadie parece amar: la mujer depreciada y despreciada, el niño abandonado, el verdugo...no para que tengan más, en absoluto –puede recordarse su reflexión sobre la pobreza o sobre el dolor– sino para devolverles la dignidad de ser seres humanos. es pasión por la justicia bien entendida, por la igualdad de oportunidades para acceder a la instrucción, a la educación, en una palabra al saber en dónde están puestas todas sus esperanzas. Esta apasionada de la educación, igual para todos, tiene a su vez un extraordinario respeto por la diferencia. De su padre –de profesión militar, perseguido y encarcelado por sus ideas liberales, muerto cuando Concepción tenía ocho años–, hereda su pasión por los libros a la vez que se identifica, por la negativa, con la posición pacifista, absoluta- mente contraria a las armas, a la guerra. Con ironía –no está exenta de ella– en la mujer del porvenir dice que “en los tiempos en que la fuerza material lo era todo, se comprende que la mujer no fuese nada; porque ¿qué conside- ración habría de merecer en la paz la que era inútil para la guerra?, e insiste que la mujer dotada como el 

hombre para cualquier profesión, no lo está sin duda para las armas.


Es también con esa capacidad, en alguien tan serio y prudente, para ironizar, como se enfrenta al superyó dominante en su época, el mundo masculino, para hacerlo incompleto, en lugar de querer completarlo. Y lo enfrenta para hacerlo inconsistente (“¡Sería fuerte cosa que los señoritos respetaran a las mujeres que van a los toros y faltaran a las que van a las aulas!), indemostrable (refuta, en la contradicción misma del teórico, con la lógica, las teorías de Gall sobre la incapacidad intelectual femenina), indecidible oponiendo, a la mujer educada para la esclavitud y el ocio al servicio del hombre, la mujer cultivada, dueña de todos los derechos civiles, con acceso a todas las profesiones... en suma la mujer que decide por ella misma.


Posición bien cercana a la ética del psicoanálisis.


Y como la posición de entusiasmo no conviene al psicoanalista, lo moderaré diciendo que no analizo a Concepción Arenal, si no que me he acercado a ella más bien desde la posición de analizante que busca en el otro, respuestas de saber pero, sin dudarlo, me he acercado con los términos del psicoanálisis.